Luego de “El hilo fantasma”, la mejor película de las nominadas al Óscar fue "Call Me By Your Name" (“Llámame por tu nombre”), del director italiano Luca Guadagnino. Se trata de su quinto largometraje de ficción y su trabajo más reconocido desde el éxito internacional de “Yo soy el amor” (2009). Este era un drama de estilo operático situado en Milán, memorable por la turbación de una adinerada mujer que interpretaba Tilda Swinton, quien en una dura encrucijada se ve seducida por el joven amigo de su hijo.
“Call Me By Your Name”, adaptación de la novela homónima de André Aciman, cuenta la historia de otro romance atípico y transgresor. El magnífico libreto, a cargo del veterano James Ivory, ganó el único de los cuatro premios Óscar a los que postulaba el filme. Ambientado en 1983, en una campiña italiana, se centra en la relación entre Elio (Timothée Chalamet), judío estadounidense de 17 años, y Oliver (Armie Hammer), de 24 años, asistente académico del padre de Elio (Michael Stuhlbarg).
Guadagnino parte de un pivote dramático y estético: la mirada de Elio. Él se obsesiona con una poética de sutiles arabescos del cuerpo, emitidos por Oliver frente a su observador acechante. Las señales visuales se convierten en jeroglíficos ambiguos a ser interpretados por el adolescente –y el espectador–, más allá de la comunicación verbal entre ambos, que siempre es una excusa, pista falsa que funciona como apariencia distractora.
Con el arrobo lírico que recuerda a “La luna” (1979) o “Belleza robada” (1996) de Bertolucci, Elio despierta a sus deseos homosexuales, que no sabe cómo asumir. Desde su voyerismo torpe, pero también como víctima del sabio magnetismo que produce Oliver al lanzar sus signos secretos, se construye una complicidad afectiva de caminos imprevisibles. Para ello, los padres de Elio, a la manera de los silenciosos y efervescentes paisajes italianos, constituyen un auditorio también cómplice.
Otro tema que recorre subterráneamente estas imágenes luminosas, de intensos colores estivales y suaves brisas marinas, es el arte del pasado, presentado como vestigios arqueológicos que, de pronto, recobran una vida actual y urgente. La belleza física en la forma de una escultura grecorromana recogida en el mar, los sentimientos inconfesables que resurgen de una novela de amor medieval, la búsqueda de una expresión propia en las distintas interpretaciones de una pieza de piano de Mozart, etc.
“Call Me By Your Name” logra incorporar, así, la antigüedad de la cultura europea, pero que está presente no como decoración, sino como huella de eterno retorno. La relación entre Elio y Oliver recuerda el cortejo griego entre maestro y discípulo, y alude a un conocimiento espiritual que corre paralelo al sensorial. Por otro lado, se trata de una historia de amor que, por secreta, es algo irreal y, por eso, condenada a morir.
La fuerza emotiva de la cinta de Guadagnino está dada por todos estos elementos y, sobre todo en su último tercio, por la sensación de fugacidad del tiempo. Finalmente, los vestigios herrumbrosos de las esculturas grecorromanas son eso, restos, pedazos que testimonian la inevitabilidad del devenir que todo lo consume. El desgarro de Elio, tan sentido como ya maduro en su aceptación de la suerte de su aventura, se consigue con la deslumbrante actuación de Timothée Chalamet. La secuencia final, con su imagen tierna y desolada, enfundada en una nueva apariencia –testimonio del paso de los años–, es una de las más conmovedoras que, en los últimos años, haya dado un director europeo.
Título original: “Call Me By Your Name”.
Género: drama.
Países y año: Italia, Francia, Brasil y EE.UU., 2017.
Director: Luca Guadagnino.
Actores: Armie Hammer, Timothée Chalamet, Michael Stuhlbarg.
Calificación: 4.5 / 5