Lúcia Murat ha dirigido una decena de películas. Los temas recurrentes en ellas son la violencia y la mujer. Ella es una sobreviviente de la dictadura brasileña, pues estuvo tres años en prisión y bajo tortura. (Foto: Festival de Cine de Lima)
Lúcia Murat ha dirigido una decena de películas. Los temas recurrentes en ellas son la violencia y la mujer. Ella es una sobreviviente de la dictadura brasileña, pues estuvo tres años en prisión y bajo tortura. (Foto: Festival de Cine de Lima)

“Toma tu corazón roto y conviértelo en arte”, le dijo alguna vez Carrie Fisher a Meryl Streep. Se lo podría haber dicho también a la cineasta Lúcia Murat. Esta talentosa mujer, nacida en Río de Janeiro el 24 de octubre de 1948, es una de aquellas personas que cualquier periodista que caza historias preferiría entrevistar con un café de por medio mientras olvida que el reloj avanza. Sin embargo, la pandemia nos obliga a que la comunicación sea breve y a través de la pantalla de una computadora.

, galardonada en los festivales de cine más importantes del mundo, es también activista, feminista y se enfrentó a la dictadura que se enquistó en Brasil a fines de la década del 60. Como resultado, fue arrestada en 1971 y permaneció más de tres años en prisión, donde fue maltratada y torturada. A su salida, el cine se convirtió en su forma de reconciliarse con el mundo, con la historia de su país, con su generación y consigo misma.

Como parte del jurado de ficción de la 24 edición del Festival de Cine de Lima —puesto que comparte con la cineasta peruana Melina León, la mexicana Lila Avilés y la productora argentina Leticia Cristi—, Murat confiesa extrañar ver las películas al calor del festival. “Es muy bueno asistir a las películas y escuchar a la gente qué piensa de ellas, vivir el ambiente, sentir la película con el público. Es mucho más rico, mucho más interesante. Ahora intentamos hacer muchas reuniones para poder suplir la falta de contacto. No es lo mismo, pero nos las arreglamos. Hemos formado un bonito grupo”, cuenta.

La violencia es un tema que atraviesa toda su filmografía. Gran parte de sus películas tienen que ver con lo que vivió durante la dictadura. ¿Podríamos decir que usted también tomó su corazón roto y lo convirtió en arte?

Me siento muy privilegiada por el cine que hago. Cuando empecé, más que buscar hacer cine buscaba entender a mi generación. No encontré mi generación, pero encontré el cine y soy muy privilegiada al poder hacer cine de autor. Claro que es un privilegio que he luchado, no cayó del cielo, pero así he podido hablar de todo lo que me pasó. En ese sentido, sí, transformé mi dolor en arte.

Su película Qué bueno verte viva (1989) es, entre otras cosas, una historia feminista y ese no es el tipo de historias que se contaban comúnmente en esa época. ¿Cómo vivió el feminismo entonces?

Mi generación, aquella que fue joven en 1968, fue la que rompió con la idea de “lo que se supone debía ser el comportamiento de la mujer”. Fuimos muy influenciadas, particularmente, por Simón de Beauvoir. Sucede que entonces llegó la dictadura y lo que pasa en esa situación, en cualquier país, es que las luchas identitarias quedan por debajo de la lucha contra la dictadura. Así se aceptó que las cuestiones de las mujeres, los negros, los homosexuales, fueran dejadas de lado. Cuando volvemos a la democracia se recupera un poco ese debate. En la década del 80 teníamos un colectivo de mujeres cineastas donde se discutían cosas, y mi película Qué bueno verte viva —una película que habla de la dictadura desde el punto de vista de las mujeres que la sufrieron—no nació como una declaración feminista, pues yo quería hablar de la cuestión de la sobrevivencia, pero es feminista hablar desde el punto de vista de las mujeres. Yo venía de muchos años de psicoanálisis y la película tiene mucho del resultado de ese trabajo. Es una historia de mujeres, y lo que pasa cuando las mujeres tenemos el poder de hablar de nosotras, asumimos la función protagónica. Cuando no tenemos el poder, no lo somos, y hay cantidad de películas que lo demuestran.

Como jurado de la sección de ficción, como directora, como cinéfila ¿Cuán abierto a la diversidad ves al actual cine latinoamericano?

Hay un cambio muy grande. Si pienso en la época en la que empecé a hacer cine, por ejemplo, y todo el equipo era masculino. Había que hablar muy fuerte para que te hagan caso. En la última película que hice, Plaza París (2019), casi todo el equipo era de mujeres. Y esto no solo sucede en Brasil, también en Argentina y en México. Por ejemplo, si hacemos un recuento de directoras, en los años 20 o 30 era una rareza; tenemos que esperar a los años 50 para tener algunas referentes, pero eran aún muy poquitas. Luego las cosas mejoran. En 1995 hubo en Berlín un homenaje a Brasil a propósito del cine de la retomada (la “retomada” se refiere a la reactivación de los proyectos de producción fílmica interrumpida por la transición entre las décadas de los ochenta y los noventa) y la mayor parte de películas eran de mujeres, aunque era evidente que nosotras no éramos la mayoría. Aún no lo somos. Las mujeres representamos alrededor del 20% de cineastas. Volviendo al tema, el cine latinoamericano está presentando los cambios, las luchas, y eso se refleja en los festivales. La nueva generación lucha mucho por la representación.

Como bien dijo al inicio, el feminismo y otras reivindicaciones han sido postergadas siempre a propósito de algo “más grande”. ¿Cree que esta pandemia detendrá la ola feminista que iba en aumento?

No creo que lo pare, pues ya tenemos las cosas más claras. Por ejemplo, que con la pandemia aumentaran los feminicidios fue para mí sorprendente y espantoso. La pandemia ha venido a revelar sin velos la violencia doméstica en particular, y es algo para discutir, pues las grandes violencias están en las familias. Creo que ahora tenemos más motivos para reflexionar en nuestras historias y toda la gente vinculada al feminismo está atenta a los debates a través de las redes formadas por internet.

A propósito de internet, antes de la pandemia estaba abierto el debate sobre la convivencia del cine y el streaming. Con el coronavirus el streaming se ha posicionado poderosamente.

Sí, se ha posicionado, pero nosotros necesitamos del cine y tenemos que pelear por él. Antes de la pandemia el debate era si las pantallas en las grandes salas eran solo para los blockbusters y no para el cine independiente. Eso es basura. Nosotros que hacemos un cine de autor necesitamos esas pantallas más que los blockbusters, porque el espectador necesita quedarse sentado sin interrupciones para disfrutar, pues son películas que necesitan de concentración y reflexión.

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