Escena de "Mi maestro el pulpo". (Foto: Netflix)
Escena de "Mi maestro el pulpo". (Foto: Netflix)
Sebastián Pimentel

Han pasado veinte años desde “Nómadas del viento” (2001), estudio poético sobre la migración de las aves, de Jacques Perrin. Y quince desde la aparición de “La marcha de los pingüinos” (2005), sobre los pingüinos emperador de la Antártida, cinta dirigida por otro francés, Luc Jacquet. Dos excelentes documentales que dan una idea del camino que, lamentablemente, no siguió “Mi maestro el pulpo”, de Pippa Ehrlich y James Reed.

En las películas francesas, los animales eran observados en su entorno natural sin que medien demasiadas palabras. Las criaturas salvajes daban la pauta tanto filosófica como narrativa a una pura contemplación, cuyo poder poético y dramático sobrevenía sin interferencias del hombre. Era tarea de los cineastas encontrar un estilo propio, pero a la vez casi invisible, donde lo humano parecía desaparecer.

En cambio, en “Mi maestro pulpo” se ha optado por una estrategia opuesta. Acá el protagonista no es el pulpo, sino Craig, un camarógrafo y explorador de la naturaleza que, harto de su trabajo, decide internarse en un bosque de algas en las costas de su hogar, en Sudáfrica. Como si se tratase de una entrevista en la que cuenta su historia en retrospectiva, se intercalan las imágenes submarinas y la de Craig en su casa, donde le habla a la cámara.

El primer reparo que concita la cinta es la desconfianza de los directores en dejar que los animales, y el pulpo en este caso, cuente su propia historia. Esta podría incluir la amistad con Craig. No obstante, como si la crónica del pulpo no fuera interesante por sí misma, el punto de partida es la crisis existencial del explorador, retrato edulcorado y autoconmiserativo que no deja de interferir en el de la vida salvaje.

Lo mejor es, por supuesto todo lo que tiene que ver con el pulpo, que se descubre como un animal asombroso tanto en sus movimientos y camuflajes, como en sus formas de comunicarse y sobrevivir a los depredadores. También es interesante la frágil y cauta relación que va construyendo con Craig. De hecho, más de un momento de antología tiene que ver con esa especie de complicidad que se establece entre el animal y el humano.

La filmación es, de por sí, un logro técnico, apuntalado por esa estética de la transparencia concitada por las aguas cristalinas y turquesas, así como por el juego de cambio de colores y texturas de las criaturas marinas. Son logros que, sin embargo, están acompañados por muchos soportes sentimentalistas y redundantes; sobre todo la música y la voz en off de Craig que, en lugar de dejarnos ver, siempre comentan lo que vemos.

Los comentarios, en sí mismos, podrían administrarse con sutileza, proponer lecturas nuevas a lo que parece obvio. El problema es que estos son excesivamente didácticos, con el riesgo de subestimar al espectador. Hay un tono paternalista, y da cuenta de los sentimientos tanto del pulpo, como del explorador. El colmo es que este, hacia el final, termina por hacer demasiada sombra a quien debió ser la estrella: el pulpo del título.

“Mi maestro el pulpo” ganó el Oscar a Mejor documental, y eso no debería extrañar. Es una cinta sentimentalista y políticamente correcta, además de ser un espectáculo muy vistoso. Lo que sí extraña un poco más es el excesivo entusiasmo de gran parte de la crítica especializada. Es verdad que es una cinta entretenida, pero con pocos momentos de verdadera profundización en lo que se mira. Es como si se desconfiara de la posibilidad de que la vida animal tenga más presencia que la vida humana. Finalmente, del pulpo tenemos unas pocas vistas, y, del humano, un cliché sentimental que será rápidamente olvidado.

Ficha Técnica:

Título original: My Octopus Teacher

Género: Documental

País y año: Sudáfrica, 2020

Directores: Pippa Ehrlich, James Reed

Actores: Craig Foster, Tom Foster

Calificación: Dos estrellas ( 2 )

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