“Planta Madre”, esto pensamos de la película [Crítica]
“Planta Madre”, esto pensamos de la película [Crítica]
Sebastián Pimentel

” es el segundo largo de Gianfranco Quattrini, cineasta peruano-argentinosuizo, que no deja de fabricar películas atemporales, extra- ñas y de una humilde belleza, características difíciles de encontrar en el panorama latinoamericano. Ya sabíamos de su talento por “Chicha tu madre”, tragicómico vagabundaje existencial que llegaba alto al apostar por el tono menor, la empatía popular e inteligente, y largas bocanadas de aire fílmico que dejaban aparecer la vida de los márgenes en la ciudad de Lima.

Su segunda película vuelve sobre dos temas de la primera: el entumecimiento de un hombre derrotado, por un lado; y el encuentro de dos culturas sudamericanas: la peruana y la argentina, por el otro. Pero hay otras variantes. En “Planta madre”, el protagonista no es un limeño, sino un bonaerense: Diamond Santoro (Robertino Granados). Añeja promesa del rock argentino de los años setenta, Santoro no solo carga con el trauma del destino luctuoso de su hermano, sino que viaja a Iquitos para intentar reencontrar a un viejo chamán de la selva –con el objetivo de curarse de su “mal” gracias a una sesión de Ayahuasca–.

Quattrini ha querido encauzar un fuerte apego emocional con el protagonista a través de constantes ‘flash-backs’. Aquí apreciamos un marcado contraste entre el pasado –filmado en un viraje al sepia casi monocromo y de tomas cerradas a los cuerpos de los personajes– y el presente –con tomas abiertas que privilegian la presencia de la naturaleza y un colorido acentuado–. El problema es que estas vistas de la alocada juventud de Santoro se hacen meramente informativas y muy poco evocativas o sustanciosas, ya sea en un sentido poético o dramático. Así, este marcado vaivén de tiempos termina por empobrecer el desarrollo de la trama principal, al restarle profundidad. Demasiadas subtramas o caracteres secundarios –como los que proliferan a raíz de la intriga criminal relacionada a los narcos de Iquitos– tampoco contribuyen a llevar al filme a buen puerto.

Lo más interesante de “Planta madre” empieza por el estilo. Hay en este director una mirada muy horizontal y empá- tica con los perdedores de sus crónicas –que por lo mismo no solo son comedias sino también pequeñas elegías–, pero también adivinamos un talento especial para abrir el encuadre de la cámara sin ostentación y que parta la captura de un “espacio”, que es también un “mundo” en el que bulle la vida y su rumor, el hormigueo popular, ese barroco latinoamericano que es también una nueva estética: conciertos de cumbia, salsódromos, cabinas de radio conviven sutilmente con las habitaciones de la intimidad y la soledad. Se trata de una armonía plástica de colores encendidos que devuelven el camino de la fe a almas casi ciegas, atrapadas por el estupor y el anonadamiento.

En fin, con “Planta madre” sucede lo que a veces todo cinéfilo teme: encontrarse con una película que da menos de lo que promete; toparse con momentos de gracia que se quedan en la sombra porque no tuvieron un correlato suficiente. No obstante, esta comedia existencial de Quattrini, mucho menos equilibrada que “Chicha tu madre” en su propuesta desbordada y demasiado entrecortada por su propia estructura narrativa, tiene una virtud: devuelve una limpidez de observación que, salvando las distancias, nos recuerda a una familia muy especial de cineastas: Imamura en Japón o Kaurismaki en Finlandia. Popular sin ser pintoresquista, espiritual sin ser altisonante, Quattrini es un cineasta puro y “Planta madre” es un fracaso del que con gusto nos llevamos momentos de una nobleza y fascinación sin igual.

Mira el tráiler de la cinta:
 

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