Películas sobre parejas perturbadas por la obsesión de un tercero hay muchas. De “Atracción fatal” a “Una propuesta indecente”, pasando por “La mano que mece la cuna”, Hollywood no tiene miramientos a la hora de repetir fórmulas, siempre y cuando la industria sea bien retribuida. Sin embargo, hay casos especiales en que público y crítica caen rendidos ante una cinta diferente. “El regalo” es una de ellas.
Su forma es la de una sinuosa fábula doméstica. También puede ser una especie de versión cruel del sueño americano. Todo empieza desde un cuadro de felicidad casi idílico: una joven pareja, compuesta por Simon (Jason Bateman) y Robyn (Rebecca Hall), se muda a California y se establece en una cómoda y moderna casa. Hasta que, en un minimarket, Simon se encuentra con ‘Gordo’ (Joel Edgerton), ex compañero de escuela que al principio le cuesta reconocer.
En una estrategia de crispación ascendente por parte de una frágil heroína, que va de “Psicosis” hasta “El resplandor”, el debutante director Joel Edgerton –quien encarna con solvencia al inefable ‘Gordo’– cuenta la historia desde la perspectiva de la delicada y sensible Robyn. Ella deberá afrontar las extrañas visitas de este personaje que, al parecer, solo quiere caer bien a la pareja. Aunque una especie de aura de fracaso lo rodea, una que desentona con el luminoso rótulo de éxito que es el signo de la pareja protagónica.
Poco a poco,“El regalo” comienza a inquietar al espectador en lo profundo de sus prejuicios y creencias. La mirada de Robyn se vuelve paranoica de forma gradual, ya que las dudas comienzan a invadir todas las superficies de su vida. No solo las superficies transparentes de su casa se vuelven opacas y peligrosas. También se vuelve ambigua la historia detrás de su propio marido, cuyos secretos no dejan de sorprender en un espiral de revelaciones cada vez más vertiginoso.
Y es allí, en la zona media del filme, que Edgerton hace gala de todo su talento como cineasta. La película se hace nocturna, de mucha violencia contenida, y la difusa visibilidad de Robyn se convierte en la estética y poética misma del filme. La sensible esposa de Simon, confinada en la casa debido a las encantadoras estrategias de manipulación de su esposo, comienza a temer respecto a lo que ve y a lo que no ve: ¿qué se esconde detrás de ‘Gordo’?, ¿qué se esconde detrás de su marido? Y, por último, ¿qué misterioso pasado los vincula?
Edgerton –en uno de los debuts tras las cámaras más brillantes de un actor en el seno de la serie B de Hollywood– deja con los crespos hechos a los que buscaban morbo, sexo, sangre, o simple efectismo de terror o suspenso. Miradas y gestos mínimos siembran las quimeras que van agrietando las certezas sobre las que descansa la vida de Robyn, mientras que su espacio se reduce a lo que ocultan tanto Simon como ‘Gordo’. Es ejemplar, en ese sentido, la secuencia en la que Simon le pide a Robyn que se retire, mientras, a través de la ventana, vemos, con ella, la conversación que tienen los dos hombres, a pesar de que no podemos escuchar lo que dicen. Es esta proliferación de imágenes mudas o, simplemente, impenetrables, la que confiere de un turbador estilo a la película.
Pero hay más. “El regalo” también habla de lo que podríamos llamar un crimen sistémico de la sociedad norteamericana, especie de perpetuación de su doble moral o de la conquista del éxito por la vía del abuso de poder. Para Edgerton, no hay pliegues de la vida que no estén bordados desde manipulaciones o dominios sutiles —en ese sentido, hay que destacar la poderosa actuación de Jason Bateman, capaz de superar el cliché y la unilateralidad de registro—. Tampoco hay espacio para el maniqueísmo. Edgerton mira, con fascinación y desencanto, el cinismo y la indolencia sobre el que se basa la jerarquía social, y, por eso mismo, nos invita a escudriñar en el pasado. Sin ser una obra maestra, este thriller revela a un cineasta notable, uno que sabe encriptar, en sus imágenes de la cotidianidad y el hogar, un poderoso y complejo drama que no pretende complacer ninguna buena conciencia.