‘Samichay, en busca de la felicidad’, película peruano-española dirigida por Mauricio Franco Tosso, se estrenó en las salas de cine a nivel nacional tras lograr diversos galardones en importantes festivales, donde destacan Mejor Ópera Prima y Mejor Película Peruana, en el Festival de Cine de Lima PUCP 2020; Mejor Director de Largometraje de Ficción y Premio de la Crítica Especializada, en el Festival de Cine de Viña del Mar 2021; y la Biznaga de Plata al Mejor Director, en el Festival de Cine de Málaga, España.
El Comercio conversó con el director de la cinta —grabada íntegramente en quechua y en blanco y negro— y brindó detalles de la realización de esta producción, rodada en setiembre de 2018 en las provincias cusqueñas de Quispicanchi y Canchis, a más de 4 mil metros de altura.
La cinta es en quechua. ¿Dominas el idioma?
Me gustaría poder hablarlo a la perfección. Sin embargo, no he tenido una formación de ese idioma como mucha gente en el Perú, pese a que es una de las lenguas más habladas del país.
¿Cómo pudiste dirigir la película sin saber quechua?
Dirigir fue un proceso de investigación y abordaje. He tenido la suerte de contar con un equipo que es enteramente de Cusco y también contar con el maestro Amiel Cayo (protagonista de la película), que es quechuahablante de Puno. Del equipo, solo hemos sido dos los que no hablábamos quechua y el resto lo entendía perfectamente porque se lo transmitieron sus abuelas o sus madres. Entonces, eso ayudó bastante.
¿A qué técnicas recurriste para manejar esta brecha de idiomas?
Obviamente, yo tenía que aplicar otras técnicas. No me servía a mí meter el idioma castellano en medio de los sentimientos que están tratando de transmitir los intérpretes. Es mejor que, esa marcación que le haces para algún movimiento o algún texto, lo haga una persona que sí lo hable. Yo conversé mucho el guion con Amiel Cayo, quien ha sido prácticamente un interlocutor.
¿Tu guion fue en quechua?
Los pobladores que han participado en la película hablan quechua, pero no leen ni escriben quechua. Ellos no han sido escolarizados. Entonces, tratar de filmar con un guion, así esté escrito en quechua —que por supuesto lo teníamos traducido— era un poco ilógico. Tenerlo en castellano tampoco tenía mucho sentido porque no eran actores profesionales y perdían la intención de la escena. Más que todo se adaptó el guion a las situaciones de ellos y así conozcan la historia de manera orgánica.
¿Cómo fue la selección del elenco, que no precisamente eran actores profesionales?
La búsqueda fue bien ardua e hicimos una preselección. Cuando llegó Amiel (Cayo) a Cusco, ya abordamos una prueba. No fue precisamente un casting tal cual. Aplicamos técnicas y métodos actorales, más que todo se trataba de qué background (antecedentes) tienen o qué quieren comunicar y cómo lo pueden hacer.
¿Fue difícil trabajar con actores empíricos?
Había mucha confianza y sobre todo mucha libertad para improvisar, y para adaptarnos a la situación. Una idea primordial que teníamos era no llegar a imponer una historia o una filmación. Queríamos partir de otro lado para tratar de conseguir un resultado distinto. Ha sido un proceso de formaciones escénicas casi amateurs. Queríamos que con una idea o una acción, ellos ya puedan avanzar e interpretar. Todos los que han actuado tenían la libertad de improvisar y de adaptar la escena a su necesidad. Eso ha sido lo que también nos ha ayudado abordar el proceso de la realización de una película de ese tipo. Siento que esta película no la hubiera hecho sin este maravilloso equipo que he tenido y con las maravillosos actores naturales que he tenido.
¿Qué ha significado el actor Amiel Cayo en la realización de ‘Samichay, en busca de la felicidad’?
Él ha servido como canal de comunicación. Con Amiel conversé mucho de la película y venimos trabajando en ella desde hace 8 años. Con él no hemos tenido ensayos, no hubo tiempo de ensayar porque él venía de filmar una película y estaba en otros proyectos. Sin embargo, Amiel conocía tanto el personaje y la cinta que podíamos improvisar e incluso que las cosas tomen otra dirección.
¿Y quién es ‘Samichay’?
Es una vaca ‘chusquita’, que se ha adaptado —a través de los años— a la geografía y a la parte climática andina. Es una vaca en peligro de extinción. Cuando filmamos en 2018, la vaca estaba siendo reemplazada por vacas de mayor producción industrial. Estos animales no son mascotas, son animales industriales y justamente la película busca aportar otra visión a estos procesos industriales, donde el mundo rural choca con el mundo urbano. En la cinta, las necesidades del hombre y mujer capitalista se convierten en las necesidades del hombre y mujer andina, es un poco del universo donde nos queríamos mover.
¿Por qué ha sido importante para ti representar el choque rural con lo urbano?
Por varias razones. Yo creo que la cultura es algo que no se puede manejar o frenar. La cultura es como es, evoluciona y funciona en la dirección que toma. Uno no puede decir ‘yo hago esto para querer conservar‘, pero sí puedo tomar ciertas acciones. Nosotros estábamos muy conscientes del momento que estamos viviendo, que es una época de consumo, industrial y capitalista, que tiene cosas muy negativas y también algunas cosas positivas. Lamentablemente estas cosas positivas no llegan a los sitios alejados.
¿Cómo por ejemplo?
Estas cosas positivas no llegan a los sitios alejados. Por ejemplo, estos sitios no tienen luz eléctrica y no tienen alumbrado eléctrico o si llega el alumbrado, esto viene con un recibo. Entonces, eso también crea un choque. Acá en la ciudad podemos pagarlo con un Yape o con un agente en la bodega de la esquina, pero la mayoría de estos pobladores tienen que viajar mucho solo para pagar un recibo pese a todas las cosas que tienen que hacer. Hay unas diferencias muy grandes y la ciudad sigue arrasando con todas las conexiones vitales. Yo no soy algún abanderado o activista. Simplemente quisimos abordar un universo que nos interesaba.
¿Por qué representarlo en blanco y negro?
La primera idea de la película fue a color, casi en el 2012 o 2013. Sentimos que la versión no era del todo orgánica y faltaba algo. En los Andes, donde tú pones la cámara siempre encuentras un paisaje hermoso y nosotros nos queríamos alejar de esa representación porque estos son sitios duros, con altura, donde no hay agua potable, donde hace frío y hay enfermedades. Hay un montón de adversidades y queríamos abordar eso. Poco a poco, fuimos viendo hasta llegar a un concepto: ¿Cómo es la vida sin color? Así se creó este universo increíble.
¿Cuál ha sido el desafío más importante para concretar la película?
Lo primero que uno se enfrenta es no tener las comodidades que ve en la ciudad, como tener agua potable cerca o tener tener energía eléctrica. El equipo de producción ha sido increíble y gracias a ellos hemos podido sacar muchas cosas adelante. Cosas tan simples, como cargar la batería de una cámara se volvían todo un desafío. Sin embargo, una adecuada planificación hizo que ‘Samichay’ sea una realidad.
¿Nos podrías mencionar una caso específico?
Por ejemplo, Ray Marvin Carmona bajaba a diario hasta el pueblo y luego cogía un carro para llegar a algún restaurante para cargar la batería, luego regresaba en la noche con la batería cargada. Cosas tan simples se volvían una odisea.
¿Qué aprendizaje te llevaste realizando la cinta?
¡Uf! Me he llevado muchos aprendizajes pero lo primero fue abordar el cine de distinta manera. Que es posible realizar otros procesos de producción y gracias a eso se consiguen otros resultados. Yo creo que por el lado cinematográfico, me ha dejado una gran enseñanza y sí es posible utilizar otros métodos para hacer cine. Lo mejor que me he llevado es conocer a las personas y tener nuevos amigos, siento que es algo que no ocurre así de simple.
La galardonada película ‘Samichay, en busca de la felicidad’ sigue en cartelera y puede ser vista por todo el público en las salas de cine.