Hay un buen ambiente en la literatura peruana. En un país en que la homofobia deja huellas y traumas, y con una discriminación interiorizada, el territorio de la ficción se diversifica y complejiza. Desafiando prejuicios y autores locales denuncian estigmas, profundizan en las relaciones y el VIH, comparten su mirada sobre la aceptación propia y la salida del armario. En un país donde se nos educa para creer que las relaciones heterosexuales son las únicas posibles, nuevos creadores se animan a romper el modelo buscando otras formas de placer.
Como señalan la lingüista y editora Anahí Barrionuevo y el escritor y sociólogo Juan Carlos Cortázar, si bien seguir profundizando en la temática LGBTI sigue siendo una deuda de la narrativa última, y ciertamente no resulta tan copiosa como en las letras argentinas o mexicanas, la literatura peruana no es nada pacata al enfrentar el tema. Además de contar con grandes autores representativos, en los últimos años han aparecido nuevos creadores para los que la condición homosexual no se lleva con culpa ni desgarros, sino que se escribe desde el deseo y la búsqueda de la alegría, sin las represiones de generaciones anteriores.
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“La represión fuerza el lenguaje para hacerlo más oscuro, críptico y encerrado”, señala Barrionuevo, al recordar autores de principios de siglo pasado que vivieron signados por la represión, como es el caso del poeta Martín Adán, autor de “La casa de Cartón” (1928) o de José Diez Canseco, quien publicó la novela “Duque” a finales de los locos años veinte, marcada por la pulsión homosexual pero revestida de la normalidad de época. “En ambas novelas, buena parte de su hermetismo tiene que ver con represión, con el intento de disfrazar el deseo”, explica la especialista, mientras que, por otro lado, al mismo tiempo empieza a publicarse la obra de César Moro, un autor totalmente luminoso para abordar el deseo homosexual. “Tiene textos bellísimos y muy abiertos. No sé si es una cuestión de época o de experiencia vital. En todo caso, es algo que debe estudiarse en el contexto de cada autor”, señala.
En la generación del 50, dos autores aparecen como referentes claves en novelas marcadas por el homoerotismo: Jorge Eduardo Eielson y Oswaldo Reynoso, en los cuales la marca del escritor francés André Gide es fundamental. “Reynoso es un maestro. Incluso en textos que no tienen una explicita temática o situación LGBTI, aparece una mirada homoerótica. Un libro como “Los Eunucos inmortales”, que uno diría solo tiene que ver con su experiencia en China y los terribles sucesos en la plaza de Tiananmén, puedes advertir cómo mira a sus personajes jóvenes, especialmente al estudiante que será una de las víctimas de la revuelta”.
Por supuesto, no podemos hablar solo de autores hombres y del siglo pasado. Como señala Anahí Barrionuevo, en la literatura LGBTI cuando se trata de mujeres, la discriminación ha sido aún más potente, lo que impidió a muchas autoras a que el tema del deseo lésbico aflorara con total trasparencia. “Todos sus elementos lésbicos quedan encerrados dentro de un agujero negro. La fuerza de sus personajes no emerge libre, no proyecta toda su luz”, señala la investigadora, al destacar uno de los mejores ejemplos de esta tradición homoerótica femenina: “Las dos caras del Deseo” de Carmen Ollé.
Las nuevas generaciones
Tanto para Barrionuevo como para Cortázar, una de las claves para entender la literatura LGBTI que se practica en las últimas décadas tiene que ver con la pérdida de la culpa, que se expresaba en la necesidad de encubrir. “La gente que escribe ahora puede abiertamente hablar del deseo fuera de la norma”, explica la editora.
¿Qué nuevas voces podemos señalar como más representativas? Además del mismo Juan Carlos Cortázar, podemos señalar autores como Dany Salvatierra, autor de novelas como “El síndrome de Berlín”, “Eléctrico ardor” y “La mujer soviética”, o de Javier Ponce Gambirazio, autor de “Un trámite difícil”, “El cine malo es mejor” o “El chico que diste por muerto”, cuyas lógicas narrativas resultan mucho más festivas, abiertamente transgresoras y de impronta ‘Queer’. Igualmente profundizando en identidades de género que no corresponden con las ideas establecidas, destacan escritoras como Karen Luy de Aliaga, Claudia Salazar o Melisa Guezzi, estas dos últimas editoras del iluminador volumen “Voces para Lilith”, una antología de cuentos lésbicos que reunió diversas autoras que se atrevieron a explorar con la mayor libertad las posibilidades del deseo lésbico.
“La literatura lo que hace es representar una experiencia, es probable que una generación como la mía se ubique en un punto intermedio, entre represión vivida de jóvenes y el activismo actual”, señala Cortázar. Para el autor de “El Inmenso desvío”, los cambios que han aportado las nuevas voces derivan de un tema generacional, pero también de la aparición de un lenguaje que no existía décadas atrás. “Hoy puedes trabajar con personajes sin ponerles etiquetas, opciones más fluidas en relación al género. Hace 30 años no teníamos ese lenguaje ni tampoco la capacidad perceptiva para abordar estos temas. Antes, todos los escritores metían a los personajes LGBTI en el mismo saco de la camionera y el maricón. Hoy en día, hay mucha mayor capacidad para percibir los matices”, explica.
Diez Personajes LGBTI más representativos en las novelas peruanas
1. Teddy Crownchield
Duque (1934). De José Diez-Canseco
El protagonista es Teddy un joven de veinticinco años que pertenece a la oligarquía limeña de los años veinte y que ha retornado de un largo viaje a Europa. En Lima frecuenta el Country Club con sus acomodados amigos, en un contexto de relaciones sentimentales de escándalo para la conservadora capital. El punto de quiebre será su relación homosexual con Carlos Astorga, que al ser descubierto, le obligará a volver a Europa.
2. Cara de Angel
Los Inocentes (1961). De Oswaldo Reynoso.
“Metió la mano en los bolsillos y se sintió más hombre que nunca”. Para Cortázar, esta frase pinta de cuerpo entero al joven personaje. “Lo que está en juego en “Los Inocentes” es retratar la hombría desde la lógica urbana y criolla de la Lima de los años 60″, señala.
3. El Rosita
“El Sexto” (1961). De José María Arguedas.
Apenas descrito con tres o cuatro pinceladas, tiene un rol importante en la ficción carcelaria del escritor huancavelicano. “Se trata de un negro grande, que canta como un ángel, pero que es capaz de destazar a cualquiera. De repente, el joven protagonista entra a la prisión, en el piso de los presos políticos, y escucha cantar aquella voz maravillosa. Le dicen: “es el Rosita”. En su particular manejo del lenguaje, Arguedas juega con los pronombres para marcar la ambigüedad del personaje”, explica Juan Carlos Cortázar.
4. Eduardo
“El cuerpo de Giulia-no” (1971). De Eduardo Eielson
Veintidós capítulos sin orden cronológico, que responden a las emociones y recuerdos de Eduardo, el narrador, en permanente desconfianza con el lenguaje. Narra su relación con Giuliano, quien lo inicia sexualmente en la juventud, para luego convertirse, años después, en un empresario obeso y vulgar. Paralelamente, cuenta su relación con Giulia, nínfula que aparece muerta en Venecia.
5. Mayta
Historia de Mayta (1984). De Mario Vargas Llosa
Reconstrucción de la figura del trotskista peruano Alejandro Mayta, que en 1958 inició una intentona revolucionaria y que tras ser detenido varias veces, termina su vida en el olvido. Vargas Llosa revela los turbios mecanismos de la lucha política y el delirio ideológico de un visionario cuya conmovedora peripecia personal y su culposa homosexual, se inscribe en un doloroso contexto histórico.
6. La Chunga
“La Chunga” (1986). De Mario Vargas Llosa
Una de las mejores obras de teatro de Mario Vargas Llosa nos presenta personajes y realidades situados en un pueblo de Piura, en tiempos marcados por los tabús sobre el sexo, el machismo, el desdén de una sexualidad diferente y las mujeres independientes. “A pesar de que MVLL no es un escritor que se pueda identificar con la tradición LGBT, podríamos decir que La Chunga es el gran personaje dentro de ella”, señala Anahí Barrionuevo.
7. Peluquera travesti
“Salón de Belleza” (1994). De Mario Bellatín.
Un peluquero trans inaugura un salón de belleza que pronto goza de una nutrida clientela femenina. Por las noches, él y sus dos empleados se visten de mujeres y salen a prostituirse. Entre tanto, una desconocida enfermedad diezma a su comunidad con rapidez, motivo por el cual el protagonista siente la necesidad de hospedar a los moribundos en su salón, convertido en “moridero”. “Es un gran personaje. No recuerdo si tiene nombre, pero puedo verla caminar. La genialidad de Bellatín fue convertir el estereotipo de la peluquera travesti, en un personaje literario de profunda humanidad y compasión”, dice Cortázar.
8. Gabriel Barrios
“La Noche es Virgen” (1997). De Jaime Bayly.
Gabriel Barrios vive en Lima y se escapa de vez en cuando a Miami para participar de orgías de shopping. Amoral hijo de la burguesía local, este joven famoso de la televisión, confeso gay aunque no le son indiferentes las chicas guapas, sobrelleva la machista sociedad limeña. “Me parece una novela interesante, desde el punto de la construcción de un lenguaje de la clase media ochentera”, señala Cortázar.
9. Berlín Newman
“El síndrome de Berlín” (2012). De Dany Salvatierra
Femme fatale norteamericana, superestrella excesiva que deambula por las calles de Lima, tiene dentro de sí el germen de un síndrome venéreo que amenaza con acabar con la humanidad.
10. Silvia Li
La flor artificial (2016). Dee Sophie Canal y Christiane Félip Vidal
Poeta arequipeña, amiga de los surrealistas en París, amante de Man Ray, luego curandera en la selva amazónica. La novela desarrolla la extraordinaria vida de Silvia Li, amiga de César Moro, rica en extravagancias, excentricidades y desafíos a la conservadora moral de la época. “Aunque el lesbianismo no es el tema central, presumimos que lo es. Toda la propuesta de la novela es plasmar la libertad irreprimible”, señala Barrionuevo.
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