Las diferencias entre Rusia y Ucrania han traspasado la frontera de lo ideológico y han llegado a la música y hasta a una sopa. (Foto: Salamandra Graphic/ Pyramide Distribution/Yale University Press)
Las diferencias entre Rusia y Ucrania han traspasado la frontera de lo ideológico y han llegado a la música y hasta a una sopa. (Foto: Salamandra Graphic/ Pyramide Distribution/Yale University Press)
Agencia EFE

La invasión de Ucrania por parte de Rusia es el último capítulo de un profundo enfrentamiento político y geográfico que ha sido ampliamente reflejado en el y la pero que ha trascendido las relaciones internacionales para afectar a muchas cuestiones culturales.

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Mientras un cineasta tan reconocido como Sergei Loznitsa (bielorruso de nacimiento pero ucraniano de adopción) ha dedicado gran parte de su trabajo como documentalista a hablar del enfrentamiento entre Ucrania y Rusia, las diferencias han traspasado la frontera de lo ideológico y han llegado a la música y hasta a una sopa.

Loznitsa, el gran narrador ucraniano del siglo XXI

Uno de los documentalistas más sólidos del panorama actual es Loznitsa, cuya obra más importante es un largometraje de ficción, “Donbass” (2018), en el que retrata los absurdos de la guerra y que se compone de trece capítulos que narran el enfrentamiento desde 2014 entre el Ejército ucraniano y las milicias separatistas prorrusas de esa región homónima.

En “Maidan” (2014), Loznitsa se valió de las imágenes, sin narración, para filmar las protestas que se iniciaron en noviembre de 2013 en Kiev contra el entonces presidente, Viktor Yanukovich, y que derivarían en sangrientas batallas entre los manifestantes y la Policía.

El cineasta plantó su cámara, en plano fijo, para dejar que la realidad se convirtiera en imágenes, en un intento de mostrar la frágil situación de su país.

“Los políticos rusos actuales tienen los mismos planes expansionistas, me parece curioso que en Europa nadie se haya dado cuenta de la amenaza, Europa está ignorando que la amenaza es real”, dijo Loznitsa en una entrevista con EFE en una reciente visita a Madrid.

La literatura, el principal instrumento de narración

El conflicto ha tenido también su reflejo en la literatura, según explica a Efe el escritor nacido en Ucrania y residente en España Dimas Prychyslyy, ganador del Premio 25 Primaveras de Novela, que destaca como uno de los autores más relevantes que ha abordado este tema al poeta, novelista, ensayista y traductor ucraniano Serhij Zhadán.

Es en su libro “The Orphanage” (2017), donde Zhadán cuenta una historia devastadora de la lucha de los civiles atrapados en el conflicto en el este de Ucrania, una cruda novela en la que relata la historia de un profesor de lengua ucraniana que, cuando soldados hostiles invaden una ciudad vecina, parte hacia el orfanato donde vive su sobrino Sasha, ahora en territorio ocupado, para traer el niño a casa.

También, desde un punto de vista más histórico, el autor súperventas Vasyl Shklyar aborda el tema en “El cuervo negro”, donde habla de la insurrección de 1920 contra el ejercido durante la Guerra de independencia de Ucrania, una novela en la que se basó la película del mismo nombre dirigida en 2019 por Taras Tkachenko.

“Cuadernos ucranianos”, un cómic italiano imprescindible

El italiano Igort ahonda en “Cuadernos ucranianos” (Sin Sentido, 2011) en las biografías de los supervivientes del “holodomor”, cuya traducción aproximada sería “matar de hambre”, un sustantivo que ha pasado a la historia como “el genocidio ucraniano”.

Entre 1932 y 1933, la URSS provocó una hambruna criminal en la República de Ucrania. Los campesinos habían rechazado la colectivización impulsada desde Moscú, que en represalia confiscó las reservas alimenticias de millones de ucranianos. La situación derivó en la muerte de un cuarto de la población del país.Un holocausto que, según dijo a Efe el artista italiano, “sigue siendo un tema tabú”.

Y de la mano de Igort, y tras visitar varios años Ucrania, Rusia y Siberia, está “Cuadernos ucranianos y rusos”, una obra (Salamandra, 2914) donde recogió lo ya publicado en el anterior cómic y le sumó el asesinato de la periodista y activista rusa Anna Politkóvskaya en 2006.

Eurovisión, una competición no solo musical

La rivalidad entre los dos países ha salido a relucir a menudo en el escaparate de Eurovisión. Este mismo año, la ucraniana Alina Pash se alzó con la victoria en la preselección de su país, pero tras su victoria fue acusada de haber viajado a Crimea sin el permiso correspondiente. Aunque ella lo negó, la presión hizo que terminara cediendo y que no representara al país en Turín.

No era la primera vez que algo similar sucedía. En 2019 la TV pública ucraniana declinó participar en el festival después de que la ganadora de la preselección de ese año y una de las favoritas de los “eurofans” para la victoria en Eurovisión, Maruv, se negara a cancelar sus conciertos en suelo ruso.

Ucrania había conocido la victoria en el concurso hacía muy poco, en 2016. Aunque están prohibidas las canciones con mensaje político, se permitió que Jamala compitiera con su tema “1944″ por narrar un hecho histórico, la deportación de miles de tártaros de Crimea, algo que violentó a Rusia, más aún tras su victoria.

Precisamente la edición del año siguiente tuvo lugar en un punto neurálgico de este combate, el puerto de Odesa, y Ucrania, como país anfitrión, bloqueó la participación de la representante rusa, Yulia Samoylova, al prohibirle la entrada por haber entrado en Crimea dos años antes “de manera ilegal” para participar en un concierto.

Y la pelea llega hasta la sopa

Hasta la gastronomía refleja la tensión permanente entre ambos países, escenificada principalmente por la sopa ‘borsch’, cuya autoría y representatividad se disputan los dos. De hecho, Ucrania pidió en 2021 a la Unesco su reconocimiento como patrimonio cultural inmaterial para poner punto y final al debate sobre la nacionalidad de esta elaboración a base de remolacha, repollo, patatas, tomate, carne y smetana (crema agria).

El dossier de la candidatura, de 700 páginas y cuyo dictamen se espera el año próximo, señala que ya en 1548 hay constancia de un mercado de borsch cerca de Kiev, y que han sido los emigrantes ucranianos los que la han dado a conocer en el mundo; desde Rusia, contraria a este reconocimiento, se alega que cuando se creó no existían ni Rusia ni Ucrania, sino el reino eslavo de la Rus de Kiev.

De origen campesino, el ‘borsch’ llegó hasta la corte imperial rusa, siendo uno de los platos favoritos de los zares Alejandro II y Catalina II, y hasta el espacio, entubada como parte de la dieta de los tripulantes rusos de la Estación Espacial Internacional.

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