Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

Persona consciente es la que siente, piensa, quiere y obra con conocimiento de lo que hace. Hay personas conscientes que son exigentísimas consigo mismas; personas movidas por el deseo imperioso de hacer las cosas bien, lo que se llama bien, y que tienen la voluntad inquebrantable de cumplir siempre y de no defraudar nunca. Así le ocurrió a un electricista y la anécdota consiguiente la ha referido el actor y director francés –ya extinto– Jean-Louis Barrault, en su libro titulado Mi Vida en el Teatro. (Madrid, Editorial Fundamentos, 1975.) 

“El montaje de nuestras obras –dice Barrault– se efectuaba en medio de un auténtico barullo. Una vez, excepcionalmente, el jefe de los electricistas no estaba. Perdimos tiempo. Me puse nervioso y acabé por enfadarme. La iluminación estuvo lista por la noche y lo estuvo oportunamente. A pesar de todo, la representación salió bien. Al día siguiente quise ver al electricista para reconciliarme con él. 

“–‘¡Oh, señor! ¡No quiere verle!’ –me dijeron. 

“–‘¿Por qué? ¿Tan enojado está?’ 

“–‘No, señor, pero como ayer no cumplió, para castigarse se ha cortado el pelo al rape y no quiere que lo vean así.’ 

“Posteriormente, conté esta historia a nuestros electricistas franceses y me miraron atónitos.” (Barrault, o.c., 346.) 

A veces, la exigencia de calidad o demanda perentoria de que las cosas se hagan como es debido, puede llegar a ser violenta, y buen ejemplo de ello es el caso de Carlos Augusto Salaverry, poeta y dramaturgo nuestro del Ochocientos. Alberto Ureta, en su libro acerca de Salaverry, cuenta lo siguiente: 

“Alentado por el éxito de sus primeras obras, consagró al teatro los mejores años de su vida, trabajando con fe y entusiasmo, a fin de imponer sus obras al público y a la crítica, creyendo que en este género alcanzaría su verdadera consagración. 

“Cuéntase que era muy exigente en los ensayos y presentación de los dramas. Una noche, representándose en el Teatro Principal uno de ellos, el actor que desempeñaba el primer papel, olvidó hacer un disparo en el momento oportuno, efecto que para el autor era decisivo en la obra. 

“Salaverry, que se hallaba en un palco, impaciente por el descuido, poniéndose violentamente de pie, tomó su revólver e hizo fuego sobre el escenario. 

“Después de la alarma producida en el teatro, interrogado Salaverry por el actor sobre el motivo que lo había impulsado a asumir tan extraña actitud, contestó: ‘Si para salvar mi drama no hubiera encontrado más espacio que el corazón de usted, entonces sobre él habría hecho fuego.’ ” 

(Alberto Ureta, Carlos Augusto Salaverry. Lima, Casa Editora Sanmarti y Cía., 1918, 25-26.)

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