En “Nuestros venenos” habitan abogados intrigantes, políticos bribones, magistrados corruptos, empresarios sin escrúpulos. Los arreglos bajo la mesa de una serie de líos judiciales van desde una prueba de ADN adulterada para negar una paternidad hasta el soborno para limpiar de polvo y paja a un expresidente de la República. Ese es el oscuro y abyecto paisaje del Perú que nos presenta la más reciente novela del escritor Augusto Effio (Huancayo, 1977).
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Dice el autor que le ha tomado “18 años y 3 libros” encontrar el tono y la cadencia que estaba buscando para completar “Nuestros venenos”. Paradójicamente –o quizá no–, señala también que su ideal era “una novela que se leyera de una sentada”. Y así es como el relato posee algunos de los componentes claves del género encumbrado por Raymond Chandler, Dashiell Hammett o John Banville. Sobre sus búsquedas y obsesiones, hablamos con él.
―¿Crees que se ha escrito suficiente novela negra en el Perú? ¿No te parece que con todas nuestras características sociales podría ser un género muchísimo más explotado?
Hace un tiempo cuando hice un comentario sobre “La conciencia del límite último” de Carlos Calderón Fajardo (que a mi entender es la gran novela negra peruana, además atípica porque es casi metafísica y una novela del lenguaje), me preguntaba si teníamos una tradición de la novela negra y dije que yo no quería firmar esa autopsia. Pero efectivamente es extraño porque parece que la realidad peruana exige ser contada en clave de género negro. Hace un par de semanas me enteré, como muchas personas, del llamativo caso de una madre de familia que falseó documentos para hacerse una liposucción en el Hospital de la Policía, y la hizo pasar como una cirugía de reconstrucción. En el falseamiento no solo estuvo involucrada ella, sino el médico y la administración del hospital. Y finalmente la señora muere. Ese tipo de hechos son los que te hacen pensar que el género negro debería tener un mayor desarrollo. Incluso Julio Ramón Ribeyro, cuando regresa al Perú, dice eso, a pesar de ser uno de los autores más alejados del género. Y claro, es una gran inquietud que seguramente tiene una explicación más sociológica o económica que literaria, porque la novela negra surge en Estados Unidos vinculada a la Revolución Industrial, y como en el Perú no tuvimos esa industria, quizá por ahí viene la explicación. Igual, como dije, yo no quiero firmar esa autopsia.
―Pero aparte de esta explicación sociológica, hablemos de una posible explicación literaria: ¿no será que aún persiste el prejuicio de ver a la novela negra como un género menor?
Sin duda. Y es un prejuicio con los géneros populares en su totalidad. Hay un desdén por parte de muchos autores por el entretenimiento. Parece que cuando un libro es entretenido, se habla con desdén sobre él. Pero en principio los géneros populares, cada uno bajo su propia fórmula, tienen la obligación o la pulsión de atrapar al lector. Y para conseguirlo hay una serie de tópicos que, yo siento, muchos escritores del ‘mainstream’ miran de reojo o por sobre el hombro.
―Hace unos días publicaste la foto de una ruma de novelas negras que te sirvieron de inspiración o referencia. ¿Qué sacaste de ellas? ¿Cuáles dirías que son las claves, los elementos imprescindibles, para cultivar una buena historia de este tipo?
Además de lo mucho que te puede enseñar la lectura, un autor es finalmente el resultado de sus lecturas. Uno empieza a escribir tratando de imitar los libros que ha leído e, incluso, uno escribe para leer el libro que no encuentra. Entonces sí, la lectura de todos esos libros me hizo más consciente, por ejemplo, de las herramientas que vienen del folletín: capítulos cortos, con un subtítulo, que se mantenga el suspenso, que el final de un capítulo genere la expectativa por la lectura del siguiente. La propia estructura de mi novela pretende ser una pieza de relojería, un puzzle o un cubo Rubik. Pero hay otro asunto que a mí me interesa destacar: yo siempre guardo lo mejor de mí para mis libros, porque creo que la flora narrativa no es ilimitada. Me parece que los escritores deberíamos guardar nuestras balas de plata para nuestros libros y no desperdiciarlas matando hormigas en redes sociales. Siento que hay autores que tienen mucha ansiedad por demostrar cuán inteligentes y deslenguados son en las redes, y esas ideas luego no las encuentro en sus libros. Los libros terminan pareciendo mensajes de WhatsApp que se salieron de control.
―Hay un pasaje de la novela en la que dices que en el mundo de estos personajes corruptos y taimados “siempre hay que decir las cosas de otro modo”. ¿Cómo llevaste esa idea a tu propio trabajo con el lenguaje? El capturar su jerga y sus modismos, pero a la vez no renunciar a una prosa que tiene mucho estilo.
Yo me di cuenta de que me ha tomado 18 años y 3 libros encontrar el tono y la cadencia que estaba buscando. Y para ello fui contra algunos de los tópicos que te enseñan en la escritura creativa. En los talleres te enseñan a inventar la pólvora, te dicen que hay que repeler las frases hechas y los lugares comunes. Pero ayer, por ejemplo, yo pensaba en una expresión como “hijo de vecino”. Decir que alguien es un “hijo de vecino” tiene una gran capacidad de síntesis y más potencia que muchos libros que he leído últimamente. Entonces lo que hice fue tener el radar encendido para esa sabiduría popular que está en las frases hechas, en los refranes, en la jerga jurídica, en los políticos que dicen totalmente lo contrario a lo que van a hacer. Porque todos somos conscientes de que en algún momento hemos tenido tres tótems distanciados: realidad, verdad y lenguaje. Y lo que ha pasado en los últimos años es que el lenguaje ha devorado la verdad y la realidad, ¿no? Por eso era muy importante para mí que el lenguaje revelara lo que yo siento incluso como ciudadano.
―En este universo de personajes oscuros hay de todo: desde acomodados de apellido compuesto hasta provincianos salidos desde abajo. Sorprendentemente, todos aparecen poco a poco a un mismo nivel. ¿Dirías que la corrupción ha conseguido superar algunas barreras sociales y raciales? ¿Es posible que la corrupción sea un inesperado elemento aglutinador, que nos iguala?
Sí, totalmente de acuerdo, y esa es la apuesta de la novela. Por eso el título es “Nuestros venenos”, precisamente para que nos sintamos todos involucrados. La corrupción en el Perú parece que es una disposición del espíritu, y que las categorías izquierda/derecha o rico/pobre ya no sirven para nada. La corrupción que todos conocemos está tanto en la política como en el caso que comentaba anteriormente, el de la señora que falsea documentos para ser acogida en el Hospital de la Policía, que se hace una cirugía estética que no le corresponde y que termina muerta.
Autor: Augusto Effio
Editorial: Peisa
Páginas: 154