¿Para qué sirve una librería? Básicamente para leer. Y leer es, en esencia, cambiar el rutinario devenir por una grata compañía. Entre otras cosas porque “la pluma es la lengua del alma” (Cervantes) y “la literatura será siempre una expedición a la verdad” (Kafka). Lo cual se debe a que “de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo, solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria” (Borges). Tal vez por eso hay quienes afirman que “aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida” (Vargas Llosa) ya que “el libro es fuerza, es valor, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor” (Rubén Darío).
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Pero la realidad suele ser más cruel, incluso con estos aparejos inofensivos y llenos de sabiduría. No en vano el Nobel de literatura André Gide alguna vez lanzó una interrogante crucial: “Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán?”. Cosa que ocurrió hace unos días en la librería Book Vivant de San Isidro cuando dos señoras protagonizaron una situación tan vergonzosa que nos llevó a repensar el oficio de librero: ¿será una ocupación de alto riesgo? Es decir, ¿cuántas veces han tenido que enfrentar la intolerancia, los comentarios fuera de lugar, los cuestionamientos a ciertos títulos o a determinadas actividades en sus recintos? ¿Y cómo han asumido discusiones complejas con clientes obtusos?
Dos señoras conversan
“En verdad, ser librero te lleva muchas veces a conversar con desconocidos sobre asuntos que pueden ser complejos o delicados. Hablar sobre libros te lleva a hablar sobre ideas, teorías, posturas políticas, etc. Y, claro, no siempre estás de acuerdo con lo que estas personas piensan. Pero de eso trata el trabajo de los libreros, poner a disposición del público las diferentes posturas ideológicas sobre cualquier materia. Una librería debe ser un punto de encuentro, no de desencuentro. Es realmente ridículo querer censurar librerías o autores. Lo ocurrido en Book Vivant es lamentable y muy peligroso. Nosotros tenemos pocos meses y por suerte no hemos tenido ese tipo de visitas desagradables”, dice Soledad Cunliffe, de La Rebelde de Barranco.
Donde no la pasaron bien fue muy cerca de allí, en Placeres Compulsivos, la primera librería del Perú dedicada solo a la literatura femenina. “Si bien recién abrimos a fines de febrero, sí que fuimos objeto de mucha intolerancia y agresividad por haber elegido ser una librería dedicada a la literatura escrita por mujeres”, dice Verónica Villarán. “En marzo nos hicieron una nota super larga en El Comercio que tuvo cientos de reacciones y de comentarios, la mayoría agresivos. Desde decir que éramos discriminadoras o excluyentes hasta feminazis o ‘malcogidas’. Me sorprendió y me sobrecogió. No esperaba el rebote de la nota ni lo visceral de las reacciones. Creo que hay mucha frustración y enojo en quien se toma el tiempo de escupir tanta rabia. Si se hubieran tomado más tiempo para leer la nota y con menos prejuicio saber algo más del proyecto, quizá habrían visto allí algo diferente, sí, pero en absoluto discriminador”.
Y agrega: “Ya en la librería, las cosas han sido distintas. Cuando decimos que solo hay libros escritos por mujeres, la sorpresa suele devenir en interés, curiosidad y alegría. Solo un par de veces nos han dicho que por qué discriminamos a los hombres. Creo que las librerías tienen el potencial de ser espacios reales de encuentro entre diferentes y lo que nos toca a las y los libreros es conversar, contar, compartir por qué tomamos nuestras decisiones, en qué creemos y escuchar a quienes llegan para saber también de sus intereses (literarios, en principio, pero muchas veces es más que eso). Yo disfruto muchísimo la experiencia de librera novata. Sigo creyendo en el diálogo y en el encuentro. Y creo que lo de Book Vivant, con lo vergonzoso y doloroso que es ver que hay tanta ignorancia y mala onda, nos abre hoy una oportunidad para seguir levantando la voz por el respeto”.
Temáticas y agentes
“El grave problema de los agentes del libro, en especial los que damos la cara al público final, se encuentra más en la invisibilidad que tiene el oficio del librero, en el sentido que no se reconoce el perfil, el conocimiento y la recepción que tenemos muchos de los profesionales del libro como parte de la mediación de la lectura a través de las sugerencias, el trabajo de catálogos que permiten tener a los clientes de la librería informando de las novedades. Como todo oficio que tiene el factor de atención al cliente, existe el riesgo de incidentes con personas que se encuentran en estados alterados o que no están predispuestos con una buena actitud por distintos motivos”, señala Julio César Zavala, propietario de la librería Escena Libre.
“En mi caso, al tener una librería que busca difundir la inclusión de distintos agentes y temáticas (literatura feminista, LGTB, etc.) hemos recibido comentarios en contra de estos contenidos, ya sea por clientes o por las redes sociales. Entendemos esta actitud como parte de la incomprensión que tiene cierta parte de la sociedad y entendemos que solo la educación puede lograr un cambio, conseguir el respeto y tolerancia que necesitamos difundir. Con respecto al incidente de la librería Book Vivant, nos solidarizamos con este tipo de actitudes, nos comunicamos con algunos colegas de la librería, que además son amigos y esperemos que estos malos ratos sirvan para visibilizar este noble oficio”, agrega.
Por su parte, Paco Sanseviero, de El Virrey, reporta una serie de incidentes cotidianos. “No faltan los que piden retirar las biografías de Hitler o el libro de Mónica Torrejón porque, dicen, no es apropiado para las niñas. También cuestionaron la presencia de Anahí Durand en la presentación del libro de Gálvez Olaechea. Tampoco aprobaron la foto que Sagasti se tomó en la librería. Una vez llegó una cantante que le tenía fobia a Mafalda. Y cosas así”. También contactamos con Guillermo Rivas, el librero y catador de vinos en Book Vivant, para que nos comente algo más que su Twitter: “Las librerías son un espacio de encuentro y conversación, el objetivo de toda librería es tener todos los libros posibles de todos los pensamientos y proponerle a la gente que lea lo que quiera y que piense lo que quiera respetando siempre los pensamientos de los demás”.
Lamentablemente, hasta el cierre de este artículo, no tuvo tiempo para hablarnos sobre el asunto. En cualquier caso, todo indica que, en efecto, ser librero en el Perú importa algo más que ser un cicerone de las letras. Solo es de esperar que no haya lugar a la socorrida tesis de Heine: “Allí donde se queman los libros se acaba quemando a los hombres”. Ni en estos ni en otros recintos.
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