Gabriela Wiener: "Ahora veo las cosas desde un retrovisor"
Gabriela Wiener: "Ahora veo las cosas desde un retrovisor"
Redacción EC

ALBERTO VILLAR CAMPOS  

Radicada desde hace 11 años en España, la Feria Internacional del Libro de Lima el libro “Llamada perdida”, bajo el sello de Estruendomudo, en el que reúne textos publicados en revistas y otros inéditos. En él resuena el balance de los años vividos, su eterna búsqueda del placer y la eterna curiosidad que la llevó por el mejor camino –el periodismo gonzo– que se podía en una profesión que, dice, no la mata. Hoy, la escritora mira con nostalgia aquellos años y cuenta historias con la distancia que le ofrece una vida en Europa.

“Llamada perdida” parece un ajuste de cuentas con la vida, algo más serio, aunque hay en él también tu característica rebeldía...

En general mis temas se han puesto un poco más melancólicos. Y está, además, el hecho de que hable desde fuera, que sea un libro de alguien que escribe desde otro lugar, con ciertas ausencias y que también se despide de cosas. Si antes miraba las cosas más directamente y las enfrentaba, ahora he pasado a verlas desde el espejo retrovisor, desde la memoria, del país perdido, y también desde cierta madurez. Aunque, como dices, todavía rebelde, resistente, contrariada, descolocada. Es verdad que hay un ajuste de cuentas con el tiempo perdido, con el tiempo ganado. Las historias tienen elementos en común que te pasan cuando te haces mayor: hay periodismo gonzo, pero también están las historias de la chica que empieza a temer, que descubre que tiene hipertensión, que tiene ataques de ansiedad. O que ha pasado encerrada esos primeros meses en la crianza de un niño.

¿En qué momento sentiste que pasaste a otra etapa? ¿Fue con el nacimiento de Lena, tu hija?

Son muchos episodios a la vez. Un momento importante para mi producción ocurrió cuando me fui del país. De eso ha salido casi todo mi trabajo, no he publicado ningún libro estando en el Perú. Y la maternidad también fue clave. En “Llamada perdida” están las razones de algunos últimos cambios, ya no en la parte de la crianza, sino también en el tema del paso del tiempo y la enfermedad y la muerte de gente. Son nuevos escenarios en los cuales sigo creando. Como lo mío siempre es un trabajo autobiográfico, no dejo de pasar por estos temas. 

¿Has pensado volver al país?

Nunca lo dejo de pensar. Paradójicamente, con la crisis española encontré un supertrabajo como redactora jefa de la revista “Marie Claire”. Pero me fui de allí por asuntos personales y porque quería escribir. La crisis en España sigue, pero creo que yo he cambiado de chip. Ahora me propongo vivir con menos, con una vida un poco más colectivizada, y todo eso me entusiasma. Nunca he dejado de escribir en los 11 años que llevo fuera del país, y pienso que ese ha sido mi puente, mi manera de seguir mirando y pensando al Perú, a mi ciudad, metiéndome en causas que me interesan y frustran como la unión civil, los derechos de género o el aborto.

Pero parece que en España estás más contactada. ¿Por qué decidirías venir a apostar en el Perú?

Siempre he jugado a las dos cartas: suelo decir que tener un país bajo la manga es lo mejor que me pudo haber pasado. Porque si uno no me funciona, tengo el otro.

¿Tu hija ya te lee?

Sí. A veces yo le he leído partes de “Nueve lunas”, cuando la hacía dormir. No lee mis columnas, aunque le cuento cuando he hablado de ella. Hace poco salí en la tele y me preguntaron sobre Lena y, según me contaron, ella empezó a gritar: “Ha arruinado mi reputación”. ¡Y tiene 7 años! Ella escribe poesía, una poesía muy oscura, parece como si sintiera las cosas más terribles y dolorosas y melancólicas del mundo, y tiene ya la postura del escritor. Tiene 7 años pero es una loca porque para con gente grande. Aunque también ve las series de Disney y canta “Violeta”. Tampoco es la niña genio que vive en un cajoncito, está supercontaminada también.

¿Tu niñez fue similar?

En los peores años de Sendero Luminoso, mis padres hacían militancia política sindical y barrial. Mi madre se iba a los sitios más peligrosos o estaba en comunidades porque trabajaba en agencias de desarrollo. Mi papá hacía trabajo de ONG en los pueblos jóvenes. Y yo, que me pasé toda mi niñez con mis abuelitas, sentía angustia cuando mis viejos llegaban tarde y había un apagón. Los niños de los años 80 tuvimos ciertas ausencias, para nosotros era normal que sonaran bombas, hubiera apagones terribles y temieras que tus papás no volvieran.

¿Y ustedes tienen una paternidad más cercana?

Sí, pero además solitaria, porque en España no tenemos familia. Pero hacemos otras redes con amigos, con las madres del cole que se salvan [risas]. Vas a los parques con amigos, en España hay mucha coexistencia entre niños y adultos. Allá es divertido. Aquí vas a un parque y te friegas, tienes que ver a tu hijo todo el tiempo. Madrid, donde vivo ahora, es más seguro, aunque Lena está hartísima de nosotros, los depas son más chicos y los inviernos son horribles. Pero estamos intentando solucionar todo ello. Me he vinculado a un movimiento de gente que vive en una comuna y practica la autogestión, y también está el poliamor, que ahora contemplo como una opción de vida.

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