Como si se trataran de disciplinas refractarias, no falta el periodista distraído que le pregunte, nuevamente, por los vínculos entre sus dos pasiones, la literatura y las matemáticas. Hoy, podríamos pensar que la pandemia del Coronavirus nos da un triste ejemplo de como una y otra pueden convivir estrechamente: una recogiendo las historias de las personas que enfrentan un virus, y la otra, haciendo la fría contabilidad de infectados y decesos. Sin embargo, el escritor Guillermo Martínez nos pide que tengamos cuidado: no son fríos los números de las matemáticas, sino aquellos que les hacen caso. “Yo sigo en redes a Rodrigo Quiroga, un matemático experto en bioestadística, que desde el principio viene advirtiendo en la Argentina sobre como está aumentando la curva de contagios, cuantas camas se necesitan, etcétera. El suyo es un discurso de las pasional, desde las matemáticas está alertando sobre el riesgo de un desborde en el sistema sanitario”.
En efecto, para el autor de “Los crímenes de Alicia”, la frialdad tiene que ver con el comportamiento de los políticos. “Allí ves a Bolsonaro y su “Gripezinha”, aquellos que claman que no se puede parar la economía y no les importa que mueran los ancianos”, señala Martínez, para quien la ciencia esta jugando hoy un papel humanista muy importante.
- La realidad nos ha demostrado que la narrativa y las matemáticas están más cerca de lo que pensábamos...
Esta es una gran oportunidad para que muchos que nunca entendieron del todo para qué sirve la ciencia (aunque usen celulares sofisticados o suban a aviones supersónicos), vean en acción el papel de los científicos. En Argentina, de pronto desaparecieron todas esas discusiones sobre la posverdad, los antivacunas, los nuevos astrólogos, las terapias alternativas, tan de moda. La verdad es que llegó la epidemia y los únicos que tuvieron una idea de cómo proceder fueron los científicos.
- El cancelado viaje a Lima
Cuando ya tenía las maletas listas para viajar a Lima y participar del semestre de la Maestría de Escritura Creativa de la PUCP como profesor invitado, el Estado de Emergencia le obligó a cambiar de planes e instalarse frente a su computadora para dar sus clases vía Zoom. Los talleres literarios que dicta en su país también los reconvirtió a esta plataforma, así como su participación en congresos literarios. “Hay a cada tanto un problema de conexión o algún problema técnico, pero no me ha parecido tan grande la pérdida de contenidos. Todo lo que hago en un curso presencial prácticamente lo puedo reproducir por “Zoom”, comenta.
-¿Un curso de creación literaria, que exige trabajo personalizado y cercanía, no se altera en esta dimensión plana de pantallas y pequeños rostros?
Lo que les pido a los chicos es un primer cuento. En mi casa, hago una cantidad de correcciones sobre los textos de cada uno, y luego las comento para todos. Voy pasando de cuento en cuento, voy leyendo los principios, advierto los errores comunes que aparecen. En este caso, lo que hice fue pedir que me envíen con anticipación a la primera clase un cuento, y compartí con ellos mis observaciones como si fuera un editor, devolviéndoselos con mis comentarios. Así, el día del encuentro, ellos ya tenían mis marcas. Y todos se fueron enterando de lo anotado en los cuentos de los otros. Por supuesto, con las pausas correspondientes para todos los que quisieran intervenir o comentar. Así que la mecánica no es tan diferente a un curso presencial. Algo se pierde, por supuesto, pero también se gana, como es la misma posibilidad de hacerlo. El balance es positivo.
-¿Cuándo un escritor comparte su oficio, cuáles son sus certezas?
Desde el principio, yo planteo una lectura en base a tres ejes para discutir. Lo primero es la cuestión de la originalidad. Allí yo puedo comentar que un cuento puede estar bien pero, de pronto, se parece demasiado a otro. Habría que buscar entonces una variante. Cuando es verdaderamente original, refulge por sí mismo. La originalidad no tiene que ver muchas veces con la trama, sino con la manera en que habla un personaje, se plantea una situación, o se desarrolla una distopía. Me interesa que exista ese elemento y trato de convencerlos de lo busquen. El segundo elemento es lo que yo llamo la resolución estética, encontrar la mejor forma a la idea. Puedes tener una idea muy original pero si no encuentras los recursos adecuados para plantearla, seguramente lo que salga de esa idea será pobre y limitado. Allí entran todas las herramientas del taller: el punto de vista, la atmósfera, el tono, el registro del lenguaje, un montón de cuestiones a considerar. Finalmente, y no menos importante, está la cuestión de la escritura, la lucha contra el lugar común. Es algo en lo que insisto mucho.
-Vivimos en tiempos en que el ritmo de la vida cotidiana nos distrae del tiempo para leer. Sin embargo, vemos cómo florecen los talleres literarios. ¿Por qué se mantiene el prestigio del oficio del escritor cuando cada vez leemos menos?
Tiene que ver con una edad a la que llegan muchos profesionales, quienes tras especializarse gran parte de su vida en un tema técnico, aislado, sienten en un momento de sus vidas la necesidad de volver a conectarse con aspectos espirituales, por llamarlos de algún modo. Y allí aparecen una cantidad de opciones. Desde talleres de autoayuda, de respiración, de meditación hasta de artes y literatura. Salen a la búsqueda de aquello que sienten que falta en sus vidas. No necesariamente quieren leer, pero sienten que la experiencia de vida les ha dado el bagaje suficiente para escribir. Uno de los problemas que tengo en los talleres literarios, y aun en la maestría, es que, a la par que escriba, la gente lea. Para mí no puede haber una cosa sin la otra. Y ese es un problema.
-¿Quién escribe sin leer es básicamente ingenuo o terriblemente soberbio?
No sería tan duro ni en uno no en otro sentido. En general, lo que se ven son personas que intentan cosas. Pero nunca han tenido la lectura como una costumbre regular. Hay alguna clase de ingenuidad, pero es la misma ingenuidad de quien quiere aprender a tocar un instrumento, por ejemplo. Lo importante es la actitud con que entras al un taller. Yo he tenido gente que se ha puesto a leer muchísimo, y que se ha formado rápidamente, con mucha seriedad. Y gente que no, que solo le interesa escribir su historia, su conflicto personal y para quien la literatura es una catarsis de tipo psicoanalítico. Te doy un ejemplo. Durante la cuarentena, yo subía cuentos relativamente breves, de autores que considero como una lectura obligatoria. Subí cuarenta cuentos por la cuarentena y créeme que había 10 mil personas en la red que veían la foto del autor, leían el título del cuento y ponían ‘like’, aplaudía, retuiteaba. Pero los que cliqueaban para leer el cuento era solo el 2%. Eso quiere decir que hay una aprobación social de la actividad de leer, es algo bien visto. Pero sentarse a leer es otro cantar. Y eso está pasando en todo nivel, con críticos, editores, etcétera. Creo que la gente que verdaderamente lee de forma continuada, consciente y cuidadosa es una ínfima minoría.
-¿Con esa certeza de que vivimos en un mundo de prestigios aparentes e imposturas, como hallar la autenticidad?
No lo sé. He tenido toda una variedad de experiencias. Estoy feliz de haber ayudado o acompañado el proceso de escribir novelas realmente desgarradoras, así como también novelas que podrían parecer frívolas pero que comenzaron con un lenguaje elemental y que al final del proceso incorporaron capas de escritura. No creo en esencias, en gente llamada a escribir desde el primer día obras maestras mientras otros nunca lo lograrán. Creo que es algo más fluido. Por diferentes caminos, personas con vocaciones e intereses distintos pueden llegar a escribir cosas muy interesantes. Es verdad que encontrar personas que tengan ideas autónomas de ficción es lo que más cuesta. La imaginación es muy difícil de encontrar. Hoy todo está muy apegado a la vivencia personal. En un principio eso está bien, pero le falta la pata de la imaginación. De lo contrario, nos quedamos en la vecindad de nosotros mismos.
-¿La ansiedad propia de vivir en cuarentena te ha permitido escribir?
Estoy escribiendo una novela un poco atemporal, sobre los malentendidos de la literatura, sobre una nouvelle de Henry James llamada “La próxima vez”, es una novela sobre la escena literaria situada en Barcelona en los años 90. Y no dejé que la ansiedad de la cuarentena me arruinara eso. Te diría más: escribir fue lo que me mantuvo de buen humor. Toda la primera fase de la cuarentena lo pase así, escribiendo con cierta disciplina, todos los días y haciendo gimnasia por la tarde. Lo que me costó mucho más fue leer. Yo leo en cafés, por la tarde. Un par de horas, todos los días. Perder mi lugar hizo que perdiera mi espacio de lectura en este tiempo. Seguí leyendo novelas, pero solo las que tienen que ver con lo que estoy escribiendo.
Sobre su conferencia
Como partes de las actividades de la Maestría en Escritura Creativa PUCP, este lunes 13 de julio a las 7:00 pm. Guillermo Martínez conversará con Alonso Cueto sobre “el oficio de escribir”. El evento es abierto al público y se enviará el link de zoom por correo electrónico previa inscripción.
VEA EL VIDEO
Libros recomendados por “Leer para vivir”
LE PUEDE INTERESAR
- El Teatro Municipal cumple un siglo: Un escenario que ha sobrevivido a los eventos más devastadores
- El Morricone inolvidable: artistas peruanos eligen su banda sonora favorita | ENCUESTA
- El sector cultura ya tiene un plan de recuperación: expertos lo analizan y comentan sus pros y contras
- Ministro de Cultura sobre el caso Richard Swing: “No podemos desperdiciar un sol”
- Andrés Avelino Cáceres cumple 100 años como mariscal: un ejemplo para los tiempos de resistencia