El tímpano de la máquina se abre como una bisagra y el impresor vierte la tinta. El rodillo y su sistema de aspas atrapan el papel, que baila en el zumbido monocorde del sube y baja. En la hidráulica de la vieja Heidelberg T, similar a la que 500 años antes usara Gutenberg. Así es como el poeta Javier Sologuren imprime en negro sobre blanco los versos inaugurales de una generación brillante, esa que empezaría a publicar a finales de los años 50: Heraud, Belli, Eielson, Rose, Hernández, Varela, Cisneros.
En ese precioso vertido de tinta que cual pila bautismal transforma el Taller de Artes Gráficas Ícaro –sito en una azotea de Los Ángeles, Chaclacayo– en La Rama Florida, editorial generada a partir de la llegada accidental de ese armatoste alemán y sus poleas, cuya oscilación terminaría por innovar el compuesto lírico y su sistema de producción hacia una bella empaquetadura artesanal: la disposición arquitectónica del poema, el sentido geométrico de la composición, la anatomía de los versos, su tesitura impresa en fuente posmedieval.
RASTRO DE CARACOL
"Yo también fui a tocarle la puerta, tenía 21 años y felizmente me abrió", recuerda Balo Sánchez León (Lima, 1945), debutante en la espléndida colección que Sologuren administraba con tanto rigor y sensibilidad que la haría mítica. El joven artista inédito estudiaba Sociología en la Católica y presentaba una extraña debilidad por el fútbol y la poesía. Era 1969, la Bicolor clasificaba al Mundial y su ópera prima "Poemas y ventanas cerradas" postulaba al parnaso.
¿Qué otras circunstancias rodearon tu debut? "Algunos amigos, sobre todo Carlos Calderón Fajardo, que me estimularon a publicar. Lo hice con inconsciencia pero seguro de lo que escribía. Raro en alguien como yo, tímido e inseguro a esa edad. Después vino todo el setenta encima con su euforia y su entrega a la poesía", dice Balo, compañero de promoción de Verástegui, Watanabe y Pimentel. "La poesía es el espacio preferido para una actitud intimista y confesional. Es de interiores y de claroscuros fuera de toda pretensión objetiva y exteriorista. Sin embargo, tiene una luz que baña todo lo que está fuera y le da sentido sin nombrarlo".
¿Privilegias el filo cromático de los versos, sus implicaciones eufónicas o su resonancia conceptual? "La búsqueda de la palabra es consecuencia del instinto. Uno no escribe poesía como habla, a pesar de la poesía coloquial de los años setenta. La dificultad de la lectura de la poesía es ingresar a su musicalidad. La poesía tiene su música o es simplemente música. Prima la forma y es a través de la forma como se expresan las ideas, los conceptos y las sugerencias. Hay poesía con un tono de ensayo y con una actitud narrativa. Pero a mí me gusta la poesía que dice a través del silencio. Versos que puedes susurrar durante años".
OFICIO DE SOBREVIVENCIA
También fino en el ensayo y la novela, Sánchez León tiene celebrados volúmenes en prosa y una dilatada trayectoria en la docencia universitaria, pero se reconoce esencialmente poeta. Con 10 poemarios y la solidez de un timbre único, enfrenta un libro que recopila medio siglo de poesía. "Siento que hay una voz y un territorio demarcado, es una experiencia maravillosa tenerlos todos a mano y sentir que has vivido dos veces. Allí está mi vida transfigurada. La vida pensada a partir de la experiencia y la literatura. Hay sin embargo temas variados. No soy tan monótono ni aburrido como pensaba", dice.
¿La poesía evoluciona? ¿Cómo ves ese proceso histórico que va de lo provenzal a la experimentación metalingüística y el estallido digital? "La poesía es o buena o mala o regular. La poesía es exigencia. No se regala. Se hace de rogar. Tiene de entrega, misticismo y orfebrería. La poesía no es masiva". ¿Y qué hay del concepto de belleza, que evolucionó hasta asimilar a su aparente contrario? "La belleza está tratada en 'Muerte en Venecia', en Dulcinea y en tu amor. La belleza es la verdad. No hay que tenerle miedo ni considerarla pituca o elitista. La belleza es lo que alcanzas, proteges y cuidas con esmero. La belleza no es solo el ideal sino lo que tienes entre tus manos".
Y lo que tiene entre sus manos es el compendio de su sensibilidad corporeizada en 620 páginas. ¿Te transmite algo ese peso? "Alegría. Puedo decir románticamente que no he vivido en vano. Si no pude hablar con nitidez y fluidez, sí lo pude escribir. Mi poesía no se mira el ombligo. Si bien prefiere los espacios opacos y oscuros de la intimidad, no miente ni se engaña. La voz de la poesía puede ser más rotunda que aquella de la multitud. En esas páginas hay una vida y ojalá alguien se acerque a hacerle compañía un rato".
Más información
Lugar: sala José María Arguedas de la FIL Lima.
Dirección: Parque de los Próceres (Av. Salaverry cuadra 17, Jesús María).
Día y hora: viernes 27, 6 p.m.