Salman Rushdie (Foto: Alessandro Currarino / El Comercio)
Salman Rushdie

Decir que es un perseguido se ha convertido en un cliché. Fue en 1988 que el autor indio-británico publicó "Los versos satánicos", novela que por su supuesto contenido blasfemo le valdría a Rushdie una condena a muerte (a través de un edicto legal y religioso, o fatwa) que emitió el ayatolá Jomeini. La cabeza del escritor comenzó a tener precio: tres millones de dólares para quien acabara con su vida.

Pero ya son 30 años los que han pasado desde entonces y Rushdie no oculta cierto malestar por las constantes alusiones a ese episodio superado. La polémica fatwa nunca fue anulada oficialmente, pero al autor de "Hijos de la medianoche" ya no lo persigue nadie. Invitado al , Rushdie se paseó con buen ánimo por la Ciudad Blanca y por estos días recorre las místicas alturas cusqueñas. Se muestra entusiasmado por poder cumplir su primera y muy postergada visita al Perú,y en especial por volver a reunirse con su amigo Mario Vargas Llosa.

Sobre él recordó una anécdota. "Hubo una época en la que Umberto Eco, Mario y yo formamos una especie de pandilla, nos presentamos juntos en varios países –cuenta–. Lo extraño es que los tres habíamos sido muy críticos entre nosotros. Yo había publicado una crítica muy negativa de ‘El péndulo de Foucault’ de Eco; él había criticado a Mario por su postura política conservadora; y Mario me había criticado a mí por ser excesivamente de izquierda. Pero nos conocimos y nos llevamos muy bien. Fue por eso que Eco nos autodenominó como los tres mosqueteros: primero enemigos, luego grandes amigos" (risas).

El más reciente libro de Rushdie es "La decadencia de Nerón Golden", novela ambientada en el Estados Unidos contemporáneo, entre las gestiones de Barack Obama y Donald Trump, y con un personaje protagonista con innegables ecos al polémico presidente estadounidense. Con esa obra como punto de partida comenzamos la charla.

— ¿Cómo decidió escribir este libro mucho más realista y con más humor que sus anteriores trabajos?
Bueno, yo considero que todos mis libros tienen cierto grado de humor. Si unos pueden ser más gracioso que otros es relativo. Mi novela anterior, "Dos años, ocho meses y veintiocho noches", también estaba ambientada en Nueva York, pero a la manera de un cuento de hadas, con genios de la lámpara y alfombras voladoras. Y ocurrió que, apenas la terminé, sentí una especie de reacción en contra, un rechazo de volver a escribir algo así otra vez. Quería algo totalmente opuesto, mucho más realista, sobre la Nueva York contemporánea. Para prepararme comencé a leer a otros autores que habían escrito sobre Nueva York: James Baldwin con "Another Country", Henry James con "Washington Square", Edith Wharton con "La edad de la inocencia". Pero quien más me ayudó fue Charles Dickens, porque aprendí de él la construcción de la ciudad como un lugar increíblemente realista, preciso, verosímil, que sin embargo acoge a personajes exagerados, magnificados. Y uno termina creyendo en esos personajes justamente por el contexto en que se ubican. Esa es una gran combinación. Entonces en "La decadencia de Nerón Golden", a diferencia de otros de mis libros, no hay nada de realismo mágico. Prácticamente todo es puro realismo.

— Existe cierta tendencia actual a rechazar y menospreciar el realismo mágico, entre otras razones por su mirada un tanto exótica.
Lo que ocurre es que en la literatura, como en cualquier otra disciplina, hay modas. Cuando se estableció el realismo mágico fue enormemente exitoso e influyente. Pero luego surgió una fuerte reacción en contra. Recuerdo una anécdota graciosa, cuando el mexicano Carlos Fuentes me dijo que el realismo mágico era, esencialmente, Gabriel García Márquez, y que se había vuelto un problema tan grande que sentía que los escritores latinoamericanos ya no podían usar la palabra "soledad" y dentro de poco tampoco la expresión "cien años". Por eso no me resulta sorprendente que el gran momento del realismo mágico durante el 'Boom' generara una respuesta, incluso de parte de escritores que fueron artífices del movimiento. Los mejores trabajos de Vargas Llosa no tienen absolutamente nada que ver con el realismo mágico. Cuando he leído los ataques de Roberto Bolaño contra García Márquez, me dan la impresión de que hacen quedar peor a Bolaño que a García Márquez, pero entiendo de dónde provienen sus críticas. Es un proceso de rechazo diríase hasta natural. Entonces, para resumir el tema, es parecido a componer una sinfonía: tienes todos los instrumentos y a veces decides componer para cuerdas, otras veces para piano, pero siempre es bueno saber que tienes toda la orquesta. El realismo mágico es solo uno de los instrumentos de la orquesta, que a veces es apropiado y necesario, y otras veces no tanto. No digo que no volveré a usarlo, sino que simplemente son las historias las que me dictan cómo debo escribir mis libros.

— Quiero hablar de nuevo del humor, sobre todo a propósito de la corrección política. Hay movimientos muy válidos y legítimos, como el feminismo o la lucha contra el racismo, que parecen tolerar cada vez menos el humor.
Sí, mira: yo mismo me considero antirracista y feminista. Pero no me gusta la literatura ideológicamente direccionada. No me gustan los libros que me dicen cómo debo pensar. Prefiero que el libro sea el lugar adonde el lector pueda acudir para vincularse con ideas contemporáneas, y que de esa manera pueda decidir cómo pensar. Por ejemplo, en "La decadencia de Nerón Golden" uno de los personajes más conflictivos es el hijo menor del protagonista, que tiene una gran confusión en torno a su género. Y este es un asunto tan políticamente cargado que si dices algo equivocado, puedes ser vapuleado. Pero no creo que esa sea una razón para no hacerlo. Allá en Estados Unidos tengo dos amigos que han pasado por transiciones de género y en ambos casos son personas mucho más felices que antes. Son dos casos de éxito en este proceso. Pero en el caso del personaje busqué alguien que estuviera más angustiado, porque a través de la angustia es que podía examinar mejor los diferentes argumentos a favor y en contra del tema. Era más interesante, novelísticamente hablando, tener a un personaje confundido e infeliz. Y la forma en que se aborda el problema en el libro nunca es didáctica. No dice me gusta o no me gusta, sino que deja que el lector decida qué pensar sobre el tema. Eso es lo que tiene que hacer la literatura. Por supuesto que tienes todo el derecho de escribir lo que quieras. Pero eso de ninguna manera te hace inmune a la crítica. Si lo haces mal, la gente tendrá el derecho a decirte que eres un imbécil.

— Usted radica desde hace varios años en Nueva York. ¿Sigue siendo un buen lugar para vivir?
Lo es. Definitivamente lo es. En este extraño momento que vive Estados Unidos, Nueva York es una excepción a lo que ocurre en el resto del país. El 80% de los neoyorquinos votaron contra Trump. Nueva York y California se han convertido en los centros de la resistencia contra el trumpismo. Y ahora que Estados Unidos ya no parece Estados Unidos, Nueva York sigue siendo la misma. Esa es la diferencia.

— ¿Pero no podría entenderse como estar viviendo dentro de una burbuja?
Depende de quiénes consideres que están dentro o fuera de esa burbuja. Mira a la gente que forma la base política de Trump: supremacistas blancos, negacionistas del cambio climático, antifeministas, gente que cree que los niños no deben ser vacunados. Entonces, ¿quién vive dentro de una burbuja? Parece que hubiese una burbuja repleta de estupidez y otra burbuja conteniendo el conocimiento contemporáneo. Entonces, por supuesto que Nueva York puede ser vista como una burbuja, pero es en todo caso una buena burbuja. Lo que siento es que aún no sabemos si este fenómenos que vivimos es un error histórico que podrá ser rectificado o si es un nuevo modelo de las cosas, la nueva normalidad. Realmente no conozco la respuesta. Pero quiero tener al menos una especie de esperanza de que Trump no podrá salirse con la suya, que habrá un contragolpe que en unos años podrá arreglar esta situación.

— Hablemos de un tema que recorre su obra: la migración. Aquí mismo en el Perú ha surgido una oleada xenófoba ante la llegada masiva de venezolanos. ¿Será acaso un sentimiento natural del ser humano?
La xenofobia ronda desde hace mucho tiempo y en todas partes. Pero hay que tener en cuenta que una de las características de lo que llamamos civilización es la de superar lo peor de nuestra naturaleza. La civilización es el proceso de aprender cómo controlar nuestro peor rostro. Yo he sido un migrante toda la vida. A los 14 años migré de la India a Inglaterra, y hace 19 migré de Londres a Nueva York. Mi vida está definida por eso. En los últimos 100 años, la historia ha estado marcada por la migración, más personas han cruzado el mundo que en toda la historia de la humanidad. Nueva York, donde vivo, es una ciudad conformada por tres cuartos de población migrante. Por eso mis obrassiempre celebran el fenómeno de la migración y cómo el mundo se enriquece con ese movimiento. Estados Unidos es un país construido sobre dos pecados originales: uno fue el exterminio de la población indígena, y el otro fue la esclavitud. Estos son los dos grandes crímenes sobre los que esa nación se construyó. Y no se han ido, siguen allí. Pero, a pesar de todo, las mejores cosas son las que triunfan. Y eso es lo que tenemos que esperar, lo que la cultura debe lograr. Esto es lo que somos.

— Confesó usted alguna vez que quiso ser actor. Dentro de todas las artes, ¿no son la actuación y la escritura las que mejor representan la farsa, la impostura?
Estoy de acuerdo. La escritura y la actuación se sostienen en buena parte en la creación de personajes. Ambas tratan de construir seres humanos creíbles e interesantes. Hay una relación innegable y me sorprende que no se haya cruzado más. De hecho, recuerdo a pocos escritores que hayan incursionado en la actuación. Gore Vidal hizo del villano en la película de ciencia ficción “Gattaca”. Otro quizá sea Jerzy Kosinski, que apareció en una o dos películas. En mi caso, durante la época universitaria pasaba más tiempo en los ensayos de teatro de los estudiantes que en los cursos generales. Realmente pensé por un momento que podía ser actor. Luego, felizmente, entré en razón. Pero eventualmente me han ofrecido la oportunidad de hacer pequeñas apariciones en una que otra serie o película, y siempre lo he disfrutado mucho.

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