Para Carlos Modonese, la vida se define como una búsqueda constante: de un lugar, de una voz, de un destino. Algunos de los capítulos de esta historia interminable se llaman Lima, Cochabamba, Sao Paulo, Bogotá, Medellín, Hondarribia (País Vasco), Pucón (Chile) y Madrid, lugares en los que ha vivido. Pero, sobre todo, el pueblo de Chincha, cuya presencia tiende sombras hacia todos los otros puntos del mapa. Es allí donde se encuentra ambientada “Jahuay”, su primera novela. Tal es el nombre del restaurante en torno al que giran las historias de un guitarrista vasco, un barman de origen andino, un sacerdote marcado por la culpa y una mesera colombiana.
“Jahuay” es una novela marcada por la huida. Los personajes han llegado a Chincha, a veces sin saber por qué, pero escapando de algo. ¿De dónde surge tu interés por este tema?
Es algo que ha estado muy presente en mi vida, porque siempre he estado huyendo de alguna forma. Aunque tenía una fuerte vocación por la literatura, estudié Economía por insistencia de mis padres, y desde entonces he estado vinculado con ese mundo. La primera vez que salí del Perú lo hice para escapar de la influencia de mis padres. Me fui a Cochabamba, en Bolivia. Luego fue Sao Paulo, Bogotá, Hondarribia… Siempre huyendo: de lo que yo mismo era, de lo que otros esperaban de mí. Hasta que al final escapé de eso que me atormentaba: dejé mi trabajo y decidí dedicarme a lo que de verdad quería, que era escribir.
¿Entonces hay algo de reflexión autobiográfica?
En ese sentido, sí. También hay otros detalles que son reales. Por ejemplo, “Jahuay” era el nombre de una playa en Chincha, una suerte de balneario donde iba la gente acomodada. Yo viví en Chincha hasta los 2 años, más o menos, y para mí Jahuay era el paraíso. Luego vine a vivir a Lima un tiempo, y a los 10 volví a mudarme allá con mis padres. Entonces descubrí que Jahuay ya no existía: fue completamente destruida por Sendero Luminoso en los años ochenta.
¿ Y los personajes?
Son ficticios, aunque todos tienen algunas cosas que están tomadas de la realidad. Por ejemplo, yo me identifico mucho con el sacerdote que desea ser escritor, y que lleva esa carga en el pecho como si fuera un pecado, lleno de culpa. Solo hay un personaje que sí está tomado de la realidad: Koldo, el guitarrista vasco, que en la realidad no se llama así. Lo conocí en Hondarribia, y nos hicimos buenos amigos. Él vivía con lo que ganaba tocando en las calles, lo acompañaba una perrita llamada Yin, y luego se iba remando hasta una barca que había comprado en el astillero, y que era su hogar en la bahía. Lo único que yo hice en la novela fue traerlo a Chincha e inventarle una historia. De hecho, él fue el punto de partida de todo el libro, porque empecé escribiendo un relato sobre él.
El nombre, “Jahuay”, es curioso. Es como una inversión del concepto de paraíso.
Exacto. Chincha es un lugar que me dejó marcado desde que me fui a vivir allá cuando chico, y me ha perseguido por todos los lugares en los que he vivido. Conozco cada una de sus calles y sus alrededores. Por eso yo también he vuelto allí en el libro: para que los personajes se pregunten, en este paraíso invertido, dónde es que está realmente el paraíso. Sobre todo una vez que empiezan a perderse a sí mismos.
¿Dirías, entonces, que “Jahuay” es una suerte de testimonio coral sobre el desarraigo?
Absolutamente, aunque eso no ha sido consciente. El desarraigo apareció de pronto, en todas partes, a medida que iba escribiendo. Los personajes ni siquiera son muy conscientes de ello, porque no se cuestionan: solo existen, huyen, permanecen en la búsqueda de algo que les permita ver una luz.
MÁS INFORMACIÓN
Sobre la presentación del libro.
Lugar: Librería El Virrey.
Dirección: Calle Bolognesi 510, Miraflores.
Día y hora: Jueves 28, a las 8 p.m.
Presenta: Pedro Llosa Vélez.