Vania Masías (Lima, 1979) comparte su historia escrita con el pecho abierto: muestra lo que nunca se atrevió a mostrar ni decir en voz alta, reflexiona, se reencuentra con sus recuerdos y revela qué hay detrás de cada uno de sus logros. “Bailar para transformar tu vida” es un testimonio honesto de lo que la danza y el arte pueden alcanzar.
Hace más de dos años, la fundadora de la Asociación Cultural D1 inició el “enorme reto” de escribir un libro autobiográfico a iniciativa del equipo editorial Penguin Random House. Gran parte de la publicación la escribió durante su último embarazo. Fue un proceso que le permitió mirar su historia personal: “lo vivido, lo aprendido, lo dolido y gozado”.
“Como no soy escritora, me llamó mucho la atención que me eligieran. Empecé a escribir una narrativa de hechos puntuales que no desataba nada en mí. Estaba desmotivada, aburrida; pero gracias al apoyo de mi editora, Mayte Mujica, entendí que la única forma de darle sentido a todo esto era sintiendo lo que había vivido, volcando mis emociones y sentimientos en las líneas que escribía”, narra.
Masías Málaga es la única mujer en una familia de cuatro hermanos. De niña su papá le llamaba ‘Culebra’ de cariño, por la gran e inacabable energía que tenía. Y si bien se involucró con el ballet para satisfacer a sus padres, con el tiempo el baile se convirtió en su forma de hablar, en su lenguaje y herramienta de vida. El ballet le limitó, pero al mismo tiempo le dio las herramientas para poder creer en ella misma. Le dio la fuerza física y la técnica que necesitaba para explorar otras danzas y encontrar mayor libertad.
─¿Te costó abrirte para hacer este libro?
Me costó más al principio, durante la narración de hechos concretos. Me aburría. Pero cuando en lugar de narrar empecé a revivir momentos que me marcaron, como el día que bailé en la Plaza Brunelleschi frente al Duomo, todo empezó a fluir y a emocionarme.
─¿Cuentas algo que nunca habías contado?
Sí. Hablo de todo el tema físico, de toda la parte de problemas alimenticios, también de una operación que tuve. Eran cosas fuertes para mí. Solo las sabían mi esposo y mis padres.
─¿Te refieres a la operación para reducir la grasa de tus piernas, la que mencionas en el capítulo “El fin no justifica los medios”?
Así es. Crecí odiando mis piernas porque eran muy anchas, gruesas, pesadas y con el tutú no se me veía bien. Era la oportunidad que me las cambiaran y acepté. Tenía 16 años.
─¿Qué te motivó a contarlo en un libro?
Decidí hablarlo porque vivo constantemente mirando cómo el tema del prototipo físico está afectando mucho a niñas.
─¿Sigues pensando en que para ser exitoso en el ballet se necesita tener las piernas delgadas?
En el ballet clásico sí porque se buscan ciertos estándares. Pero, por ejemplo las bailarinas de jazz tenían las piernas más gruesas que las mías, pero igual o mucho más potentes. Hoy te puedo decir que no necesitas tener piernas flacas para bailar. Yo empecé a adorar mis piernas, a encontrarle amor en su fuerza, en lugar de un problema.
A los 25 años, Masías Málaga logró ser la primera bailarina del ballet de Irlanda y el 2005 fue seleccionada para formar parte de Cirque du Soleil luego de audiciones en Londres. Hizo realidad el sueño de trabajar en lo que amaba, hasta que un día, de regreso a su casa después de un ensayo en el Teatro Municipal, un encuentro con jóvenes acróbatas en el semáforo, le cambió la vida para siempre. Dejó el ballet y formó D1, un espacio de curación a través de la danza. Un espacio en el que se revaloraría el arte como ese proceso mágico, ese lugar de conexión con esa verdad que duele, pero que sana.
─¿Fue un gran sacrificio dejar el ballet en el mejor momento de tu carrera?
Me criaron con un amor desmedido por el Perú. Mi plan de vida era quedarme hasta los 35 años en Europa y luego regresar para implementar aquí algo relacionado a lo social porque creo que si has tenido la suerte de tener una buena educación, tu rol es devolver lo que aprendiste. Lo que no pensé es que sería con tanto tiempo de anticipación. Fue un sacrificio muy grande; pero había algo que era más fuerte: una conexión con el instinto, con la parte esencial. Y eso es lo que trato de explicar en el libro. No te voy a mentir, todavía me duele haber dejado mi danza. Hasta el día de hoy me cuesta mucho ver ballet. Hay un dolor relacionado a eso aún, pero creo que lo otro compensa tanto que esto fue como desapareciendo.
─¿Fue un proceso de escritura autocrítico o compasivo?
Ambas cosas, pues soy bien perfeccionista y autocrítica, pero creo que en el proceso del libro he tenido que ser bien compasiva.
─¿Es verdad que te involucraste tanto con los casos de tus alumnos y con esa necesidad de ayudar como fuera que te sumergiste en un abismo del que te costó salir?
En ese momento estaba muy molesta con el mundo, me sentía impotente al ver tanta desigualdad que empecé a rechazar de dónde venía. Mi instinto me llevó a meterme en el problema, y, sí, me metí tanto que empezó a dañarme. Entré en una depresión -que lo cuento en mi libro- muy fuerte. Por momentos no quería vivir. Los niveles de ansiedad eran muy altos y no veía una salida. Había un océano de necesidad y yo me había convencido de que debía ayudar como fuera. Perdí la fe en la humanidad.
─¿Cómo lograste salir de ese abismo? ¿Quién te rescató?
Tuve que aprender a protegerme y cuidarme. Me rodeé de personas que me hacían mucho bien. Ahí viene mi historia con Eric (su esposo). Realmente fue quien me ayudó. Por eso siempre digo que la vida no deja de ser un ciclo. Llegó a mi vida como un regalo del Universo, de Dios o de lo que fuese. Fue una retribución a todo lo que venía haciendo.
─Y no solo te ayudó a encontrar la fuerza para seguir, también te impartió su amor por la salsa, como lo relatas en tu libro.
(Ríe) Así es. No era un género que desconocía, pero no lo dominaba. Tomamos clases de salsa. Se fue convirtiendo en nuestro plan de salidas. La salsa nos ha servido de terapia de pareja, diversión nocturna y hasta como plan con los niños durante la pandemia (Ríe).
─Eres directora artística, bailarina, coreógrafa y emprendedora social. Si tendrías que elegir solo una actividad, ¿con cuál te quedas?
Creo que con artista porque soy creativa. Ahora me dedico a crear conceptos creativos y no solo con espectáculos y shows, también en el lado social. Estamos creando nuevas formas de hacer, de ayudar.
─Con D1 cambiaste muchas vidas, ¿también cambió la tuya?
Claro que sí. O sea, como tú dices, creo que son caminos que uno va tomando si hubiese tomado el camino de no hacer, de no fundar y seguir con mi línea de carrera como lo estaba haciendo en Europa, tal vez mi vida sería completamente distinta. Nunca planifiqué formar una escuela, nunca estuvo en mis planes. No me interesaba hacer una escuela de danza, me interesaba hacer una escuela de vida, que dé herramientas emocionales para que estos chicos puedan salir adelante.
─La miniserie que el 2013 emitió Latina, “Guerreros de arena”, inspirada en D1, ¿también la contaste tú?
No tuve nada que ver con esa serie. No se portaron muy bien, la relación con el productor nunca fue buena. Lamentablemente, ni siquiera pude mirar los guiones. Me entrevistaron, pero hay cosas que no tienen relación. Me dio mucha pena porque esta historia es única y tiene un potencial enorme como para hacer una buena serie o un documental.
— ¿Cómo quedaste anímicamente después de escribir tu autobiografía?
Es bien loco, a veces abro un capítulo, lo leo y me pongo a llorar. Me remueve bastante. También me pone muy nerviosa que mi familia y mis amigos lo lean. Tengo miedo que se malinterprete porque he tenido una familia maravillosa. Escribir una autobiografía es bien retador y atrevido.
—¿Qué esperas de “Bailar para transformar tu vida”?
Que sirva de herramienta para darles luz y motivar a las personas. Espero que realmente quien termine de leerlo se sienta motivado a lograr sus sueños porque todo lo que parece imposible es posible.
“Bailar para transformar tu vida” es una entrega honesta, es un primer impulso para ir detrás de los propios sueños. Será presentado en la FIL este 6 de agosto, a las 6:00 p.m., en el auditorio Blanca Varela.