Se le ha llamado el Shakespeare de los científicos y el padre de la geografía. Se ha escrito sobre sus audaces viajes, sus arriesgadas expediciones y sus invaluables descubrimientos. Se han reseñado sus amistades con Simón Bolívar, Charles Darwin, Thomas Jefferson y Johann Wolfgang von Goethe. Se ha dicho que Napoleón Bonaparte lo envidiaba por su popularidad y la inmensa cantidad de cartas que recibía de admiradores de todas partes del mundo. De Alexander von Humboldt (1769-1859), el intrépido naturalista, se ha dicho mucho.
Pero de Alexander von Humboldt, el hombre del ego enorme, de sentimientos frágiles, el amigo leal y el amante devoto, se ha dicho relativamente poco.
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“Humboldt era un amigo entrañable. Hay una carta que le escribe a Aimé Bonpland, su fiel compañero de viajes, en la que expresa cómo desearía acortar la distancia entre ellos para conversar nuevamente, como lo hacían durante sus aventuras”, señala Adrián Herrera, doctor en literatura y que se encuentra coordinando una nueva traducción al español de la última obra magna de Humboldt: “Kosmos”.
Herrera ha tenido acceso a miles de cartas pertenecientes a la correspondencia de Humboldt. De ellas recoge una que lo perfila como un amigo agradecido. “Hay una que dirige a su hermano, en la que le cuenta cómo Bonpland le dio una muestra de amistad sincera y leal. Fue cuando estaban en el Orinoco y su canoa se estaba hundiendo por una fuerte tormenta. Bonpland tuvo que cargar a Humboldt en sus espaldas porque se encontraba aterrado de cruzar un río lleno de serpientes y cocodrilos”, cuenta el especialista, quien también trabaja en un libro sobre poliglosía y escritura literaria de Alexander von Humboldt, Voltaire y Michel de Montaigne.
—Del amor y otros demonios—
La correspondencia de Humboldt también da luces sobre sus amores con Carl Freiesleben, un minero que compartía departamento con el naturalista; o Reinhard von Haeften, un oficial del ejército prusiano.
Para Friederike Hellner, consejera de Cultura de la Embajada de Alemania, la homosexualidad de Humboldt no fue un tema conocido porque cuando era una leyenda viva, en Alemania, estaba “prohibida” la homosexualidad, y luego, durante las primeras biografías sobre su persona, tampoco era un tema del que se hablara tanto. “Eran épocas en las que tenías que cuidarte a ti, pero también a tu pareja porque podías ser castigado”, señala.
—Entregado al arte—
El arte también corría por las venas de Humboldt: él mismo era quien se encargaba de hacer los primeros bocetos de sus ilustraciones. Luego encargaba a dibujantes profesionales acabar la imagen. “Era un hombre con recursos, rico, luego de que su madre les dejara a él y a su hermano una fortuna”, explica Herrera.
Finalmente, la vida de Humboldt terminó en Alemania, adonde nunca quiso regresar, pero se vio obligado tras perder gran parte de su dinero financiando sus libros. “Sus publicaciones eran caras y él mismo se encargaba de pagarlas. Si hoy en día es caro hacer un libro grande, de mesa con imágenes, en esa época era igual”, advierte Herrera.
–Otras pasiones–
Era también una persona que le gustaba bailar. “Era un gran danzante, pero no le gustaba escuchar la música. Era una persona muy inquieta. Si había música debía bailar, no podía quedarse solamente escuchando”, comenta Herrera.
Friederike Hellner acota que al naturalista le gustaba escribir él mismo sus libros y era capaz de iniciar interminables discusiones si sus traductores no hacían bien su trabajo. “Hay una carta que le envía a un traductor y le dice que cómo se atrevía a traducir una frase suya sin corroborar antes con él. Y lo acusa de querer arruinar su reputación. Hay que entender que él tenía ya un ego muy grande luego de su reconocimiento mundial”, finaliza Herrera.
Alexander von Humboldt trabajó hasta los últimos días de su vida, recibiendo miles de cartas todas las semanas, con peticiones de autógrafos y ofertas de personas que se ofrecían para ir a cuidarlo y atenderlo. Fue un hombre antes que una leyenda, y así fue como se despidió.