La máquina se prende y se apaga sola. La máquina sale después de hora. La máquina tiene la forma de un pez. Nada en mares de babel. Es el ‘itchtus’ de Dios. Sale pidiendo perdón. Enmascarando el fin. Es plateada y lunar. Remotamente digital. Se prende y se apaga sola. Es inocencia artificial. Es una mano que prolonga melodías en el iPad. Un bigote bicolor que al cantar se ondula. Así es la máquina de ser feliz. Un cerebro sin química artificial. Que yuxtapone capas de texturas digitales. Siete años para hacer volar diez canciones desde la casa-estudio Los Pájaros de Ramón ‘Palito’ Ortega, responsable directo de que Charly García –la máquina– siga jalando las poleas de este planeta circular.
FARMACIA CHARLY
“No te apures, amigo. Ya estás nuevamente de pie. Ya estás escribiendo canciones tan bellas como aquellas que un día te permitieron entrar al cielo de los elegidos para siempre”. Eso le escribió Ortega el 2 de diciembre del 2008, cuarenta y cinco días después de haberlo rescatado de la clínica psiquiátrica donde determinaron que el colapso del rockero debería continuar en una granja lejos del mundo y su coctel de ansiolíticos, sedantes y antipsicóticos.
“Palito me vino a buscar y me dio un hogar, un estudio y su familia. No era fácil sacarme. Pero él se metió con la jueza. Luchó como loco porque me iban a llevar a un lugar peor”, dijo García. Y Ortega contó después: “Desde que escuché sollozar a mi viejo, a quien mi madre había abandonado, yo no puedo ver llorar a un hombre. Durante los primeros meses estuvimos solamente Charly, la terapeuta y yo. De pronto él quería cenar a las 5 de la mañana y me contaba cosas que le salían del alma. Se sentaba al piano, tocaba melodías tristísimas y siempre terminaba de la misma manera: llorando”.
La primera vez que salieron de ese estudio fue para ir a la basílica y agradecer a la Virgen de Luján por la rehabilitación. La segunda fue para meterse en un avión, aterrizar en Lima y presentar “Kill Gil” (EMI, 2010), el primer disco que Charly grabó en casa de Palito Ortega.
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MÁS JOVEN QUE AYER
Siete años después, despojado de su chaleco de fuerza químico, García abre “Random” con “La máquina de ser feliz”, hermoso tema con alegorías a Chopin, voces incidentales en Auto-Tune y tal perfección lírica que este escriba la samplea al inicio. Le siguen “Ella es tan Kubrick”, especie de “No voy en tren” que alude a “Full Metal Jacket”, “Lolita”, “El resplandor”, Nicole Kidman y Fabiana Cantilo antes del ingreso de “Primavera” y su laúd-charango para un groove preciosista con falsete a lo “No bombardeen Buenos Aires”.
Le sigue “Rivalidad”, especie de “Buscando un símbolo de paz” en clave humorística que refiere la cruz del sur de “No voy en tren” y se resuelve en un ‘fade out’ con teclados. “Otro” está construida con los martillazos de “Demoliendo hoteles” (“Yo quería ser fascista pero no me fue bien / después psicoanalista y ahí me asusté”); “Lluvia” ofrece otro bello recital de poesía con el tempo de “Adela en el carrousel”; “Believe” es un groove bailable y ligero a lo Byrds; “Amigos de Dios” un alegato soul contra los telepredicadores para que desde una profundidad rocosa llegue “Spector” con el sonido de Influencia y el telón con “Mundo B”, un típico “Parte de la Religión”.
Alusiones directas a Phil Spector, The Ronettes, Yulie Ruth, Beatles, Stones y George Martin en 33 minutos dedicados a María Gabriela Epumer y al Negro García López configuran un retorno luminoso, cinematográfico, profundo y autorreferencial: el maestro orbita su propio planeta inmune a él mismo “porque siempre estaré pronto a renacer / porque hoy yo estoy más joven que ayer”.
El maestro ha regresado intacto. Un círculo de luz le aureola el cráneo.
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Te recomendamos 4 discos de #CharlyGarcía para escuchar antes de #Random, su nuevo álbum ►https://t.co/dhBofCBAqn pic.twitter.com/1ZfaQNVUJx— Luces El Comercio (@Luces_ECpe) 5 de marzo de 2017
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