Adolfo Zelada Arteaga bromeaba al decir que tenía dos pares de padres. Por un lado los biológicos, que le dieron la vida un 27 de setiembre de 1923 en Trujillo; por el otro la música criolla, que lo adoptó a su llegada a Lima. “Es mi partida de bautizo”, aseguró el maestro de la guitarra en una entrevista del 2018. Ahora la música criolla se ha quedado sin uno de sus hijos predilectos con el fallecimiento del maestro Zelada a la edad de 96 años.
Y es que fueron esas melodías las que lo cautivaron de joven, pasando largas horas observando y escuchando a los músicos del Centro Musical Pedro A. Bocanegra del barrio Nazarenas (Centro de Lima), aprendiendo mediante su prodigiosa capacidad de imitación y practicando cada noche con la guitarra que su padre guardaba en su cuarto.
No faltó mucho para que el niño se convirtiera también en músico, y a los 17 años compuso su primer vals titulado “Sentimiento falaz”. Le seguirían muchas más canciones entre valses, festejos, marineras, zamacuecas, tonderos y landós, mostrando una versatilidad increíble nacida de su espíritu autodidacta.
Su carrera artística estuvo íntimamente ligada con la radio, y en la década de los 40 empezó a trabajar en Radio Victoria, entonces ubicada en el sótano del Teatro La Cabaña, acompañando en las transmisiones en vivo a importantes figuras del criollismo como Jesús Vásquez, el dúo La Limeñina y Ascoy (conformado por Rosita y Alejanro Ascoy), Esther Granados, entre otros. Luego pasó a Radio Nacional del Perú, trabajando por 12 años junto a Oscar Avilés y convirtiéndose en un pilar de la difusión de la música criolla en los años 50.
A partir de 1960 fue guitarra principal de Teatros y Danzas Negras del Perú, un grupo dirigido por la compositora y coreógrafa Victoria Santa Cruz que tuvo como misión preservar y difundir la cultura afroperuana. Como parte de este grupo viajó a México y Cuba.
"Me pusieron un ritmo como prueba y yo le saqué el jugo. Les demostré que podía tocar una zamacueca, un festejo, un zapateo, un panalivio. Y todos los tocaba con el alma", dijo en una entrevista con Punto Edu de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Fue entonces que Adolfo Zelada se cruza con la estrella ascendente de Cecilia Barraza, con quien graba un ‘long play’ que incluyó su canción "Cholita norteña", acompañándola en sus presentaciones en España y Japón.
A fines de los 70, Zelada es convocado por Perú Negro, agrupación nacida de exintegrantes del grupo de Victoria Santa Cruz, con quien va de gira a Cuba, México, Italia y Francia.
“Para mí la relevancia de alguien como Zelada, es que él es alguien de la generación de guitarristas nacidos en la década de 1920 que fueron quienes le dieron el sonido y la particularidad que tienen los valses criollos hasta la actualidad”, apunta el docente, escritor y etnomusicólogo Fred Rohner. “Y dentro de ese grupo Zelada es un personaje de principal importancia”.
Rohner resaltó que a pesar de que Zelada no tuvo el protagonismo de músicos famosos como Óscar Avilés, él si fue una figura central del llamado ‘criollismo underground’: un espacio alejado de los discos y la industria musical donde la música criolla se vive en las peñas y las jaranas.
Su carrera de casi 80 años le valió muchos reconocimientos. En 1990 el Ministerio de Educación le otorgó las Palmas Artísticas en grado Maestro, mientras que en el 2011 fue homenajeado en el Congreso de la República.
Infatigable propulsor de la música criolla, Zelada también se dedicó a la docencia, entrenando por una década a las nuevas generaciones de intérpretes del Centro de Música y Danza (Cemduc) de la PUCP. Fue con esta entidad que en 2013 publicó el disco “Criollo”, en el que hace gala de creaciones inéditas de diversos géneros musicales.
Y es justo en la música criolla, el padre que Adolfo Zelada eligió, que sus verdaderos honores sobreviven para siempre, con múltiples clásicos de la música criolla de su autoría que mantienen su nombre y espíritu inmortal: además de los ya mencionados "Sentimiento falaz" y "Cholita norteña", es también autor de "Brujas de Cachiche", "Dolor y pena", "Negro José" y “Pobre vida”.
“Tengo las manos ágiles porque todos los días estoy con la guitarra. Cada vez que la agarro, saco diferentes motivos. Nunca toco en el estilo de los demás. No copio las introducciones ni los arreglos. No lo necesito hacer. Yo improviso al toque los diferentes motivos y sonidos, que son únicos”, dijo en una entrevista a El Comercio en 2006. Hoy las cuerdas están silenciosas, pero el recuerdo de la música de Adolfo Zelada perdura, como una vibración en el fondo de del alma de todos los amantes de lo criollo. Descanse en paz, maestro.
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