“Star Wars” no es un fenómeno más de Hollywood. No se parece a otros blockbusters. “El señor de los anillos” es quizá la franquicia que más se le acerca. Sin embargo, el universo del inglés Tolkien y el neozelandés Jackson es netamente europeo y medieval. La de Lucas es, en cambio, la aventura norteamericana del futuro. A eso se debe sumar cierto tono sarcástico y cotidiano, que, como han mencionado algunos, tiene ecos del cine de Howard Hawks, tan norteamericano también. Aunque parte del carácter frugal de la aventura debe atribuirse a un japonés, también genial: Akira Kurosawa
Por otro lado, es cierto que muchas veces el desenfado corre el peligro de trocarse en trivialización. Si hacemos un poco de historia, habría que decir que a la primera “Star Wars” (1977) le faltó muy poco para, luego de su suceso comercial, caer en el olvido. La razón: carecía de complejidad dramática. El desenfado no está reñido con el dolor. Por ello, si no hubiera llegado el director Irvin Kershner, quien hizo de la secuela, “El imperio contraataca” (1980), una película adulta y hasta trágica –dotada de un contagioso fatalismo que algunos atribuyen a su extracción judía–, la saga de Lucas probablemente se hubiera hundido en el olvido. Su permanencia se la debe a Kershner, quien luego, paradójicamente, sería apartado de la saga.
Pues bien, esta introducción viene a cuento ya que J.J. Abrams, otro director talentoso de extracción judía, ha hecho, 35 años después –ya sin el protectorado de Lucas y bajo el de la Casa Disney–, un homenaje directo al capítulo de Kershner. Mucho de lo bueno y de lo malo de este nuevo filme se deriva de esa naturaleza epigonal o tributaria. Entre lo mejor, se cuenta el alejamiento del modelo que implementó Lucas desde “La amenaza fantasma” –exento de humor y nervio– y la recuperación de la familia disfuncional –que formaban Han Solo, la princesa Leia, el inexperto Luke Skywalker y Chewbacca–. Ahora llegan la aguerrida chatarrera Rey (Daisy Ridley), el renegado Finn (John Boyega) y el robot BB8, quienes reencarnan a las pandillas imperfectas de Hawks y Kurosawa. Imperfectas y prosaicas y, por eso mismo, cercanas y humanas.
Pero “The Force Awakens” también es un espejo o reflejo algo mecánico de la cinta de 1980. De hecho, el guion –que es en parte facturado por Lawrence Kasdan, el mismo que colaboró con Kershner en 1980– no hace más que repetir el concepto edípico que cimentó “El imperio contraataca”, en una especie de estrategia de complicidad con un público que reconocerá, en acto reverencial, este “eterno retorno” como una especie de fidelidad al origen del mito. Se trata de un planteamiento en principio válido, sobre todo si tenemos en cuenta las posibilidades de nuevos matices, y la energía y carácter de los nuevos héroes –lo mejor de la cinta está en la joven actriz Daisy Ridley–.
El problema de Abrams, en esta su última cinta, es que no ha sabido –o los productores de Disney no se lo han permitido–dar a su lienzo las proporciones exactas, sin redundancias ni subrayados, que deleitarían a cualquier cinéfilo, y no solo a los fans. A “The Force Awakens” le sobra media hora de lo que en términos estéticos podríamos llamar “ruido”: batallas y bombardeos intercambiables, que se han dirigido en computadora como si fueran videojuegos; explosiones siderales que acaso aluden, aunque de forma un tanto obvia y redundante, a Hiroshima o Nagasaki; y destrucciones de palacios y naves espaciales que, lejos de haber sido “dirigidas”, se han añadido para complacer a quién sabe qué gusto por el fuego y el derrumbe a gran escala.
El otro problema de la cinta es el retorno espectral de viejas glorias. Salvo el simpático primate Chewbacca y el viejo robot R2-D2, Harrison Ford y Carrie Fisher están desperdiciados. Han Solo regresa sin convicción, como si el suyo fuera un puro guiño paródico a sus viejos filmes. Y es que la dimensión telúrica, ese resabio de Sófocles o de Shakespeare que estaba en el sufrimiento de Luke Skywalker ante la revelación de ese padre sin rostro que fue Darth Vader, estuvo, esta vez, muy lejos de asomar. Los hechos luctuosos acontecen como vistas rápidas, sin verdadero compungimiento ni duelo. Los personajes del pasado se vuelven un mero pretexto, mientras los nuevos jedis recién aprenden a serlo.
Lo que sí debe remarcarse es que, pese a estos defectos, “The Force Awakens” no deja de ser un amanecer esperanzador. Lo que con la segunda trilogía de Lucas fue una sombra fílmica llena de extravíos decorativos y erratas gruesas de concepción (¿alguien recuerda a Jar Jar Binks?), acá, en sus mejores momentos, es celebración genuina, asombro visual, festejo referencial y compenetración en la aventura. La joven Rey aporta fervor y desconcierto existencial, mientras que BB8 resulta tan cómico como su predecesor. Una pena que el novel príncipe de la oscuridad, Kylo Ren (Adam Driver) no haya sido aprovechado en la dimensión debida. Más allá del culto, la ley de Hitchcock seguirá cumpliéndose: la calidad de una película se mide por la calidad del villano.
Tráiler de "Star Wars: The Force Awakens".