"La clausura del amor": nuestra crítica de la obra de teatro
"La clausura del amor": nuestra crítica de la obra de teatro

Un escenario, dos actores. O mejor dicho, la intimidad de un espacio y una pareja. Así se plantea la estructura de “La clausura del amor”. Como un cara a cara de un hombre y una mujer que terminan una relación. Pero no lo hacen a través de un dialogo con réplicas, argumentos ingeniosos o frases mordaces que producen a su vez respuestas más duras. No, el autor francés Pascal Rambert opta por ofrecernos dos monólogos, uno interpretado primero por Eduardo y el otro luego por Lucía. El ingenio de la obra se cierra allí, en ese planteamiento “diferente”, si así queremos verlo.

Me llamaba la atención el estreno de una obra como “La clausura del amor”, cuyas producciones previas pasaron por algunos festivales de teatro y que ocasionaron cierta conmoción en el público de ciudades como Madrid, donde se agotaron las entradas. Y la verdad es que no comparto ese entusiasmo frente a un texto tan pretencioso como superficial. Se ampara simplemente en el formato de la obra que puede resultar curioso aunque se agote de manera tan rápida. Los dos larguísimos monólogos en realidad dicen poco, muy poco. No tienen parlamentos articulados de manera que justifiquen su duración, mucho menos frases memorables. Lo que hay es una repetición al infinito del mismo postulado. Eduardo pone punto final a la relación. Lucía le demuestra su tremenda decepción. Y allí tenemos todo. No encuentro un mínimo de humanidad en esa falsa exposición de dolor.

Al director español Darío Facal le corresponde la dirección de la obra. Y la puesta en escena no tiene nada que la destaque especialmente. Ni siquiera se encuentra una propuesta estética o una deliberada ausencia de esta. Pareciera más bien un tremendo desinterés que se evidencia con la inexplicable aparición de los niños, quienes resultan impostados e incluso incómodos frente al público. Si Rambert pensó que esto era poético o conmovedor, se equivocaba. Me parece realmente importante que el talento extranjero llegue al Perú y aporte ideas, propuestas, incluso alguna audacia que pudiera ser considerada incorrecta. Pero cuando asistimos a una puesta tediosa y redundante no hay mucho que decir.

Por supuesto, siempre se agradece encontrar sobre el escenario a dos actores tan entregados a su trabajo. Porque si la obra no parece aportar mucho en términos dramáticos, es un vehículo de lucimiento para dos actores jóvenes que quieren ofrecer un espectáculo en donde expongan todas sus posibilidades histriónicas (con excepción del humor en este caso). Me alegra que los elegidos sean Eduardo Camino y Lucía Caravedo, quienes merecen una oportunidad como esta.

Camino se revela no solo como un actor dramático de considerable talento sino también como un intérprete físico, cuya resistencia bien podría ajustarse a las necesidades de los musicales más exigentes. Caravedo, por su parte, es capaz de dar notas emotivas muy variadas de un momento a otro. Es una actriz que sabe proyectar dudas internas que enriquecen el escenario. Y es en este punto donde aplaudimos la confianza que ha depositado el director en ellos.

Porque son Lucía y Eduardo quienes tienen sobre sus hombros el peso de una obra redundante, estruendosa sí pero que al final no aporta mucho más a esa batalla de los sexos sobre los que los autores han escrito tanto. 

La ficha
Obra de Pascal Rambert (Francia).
Dirigida por Darío Facal.
Traducción de Coto Adánez.
Intérpretes: Lucía Caravedo y Eduardo Camino.
Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores.
De viernes a domingo a las 8 p.m.
Hasta el 12 de diciembre.

Contenido sugerido

Contenido GEC