La casita está allí, intacta. De adobe y yeso, un pasadizo de losetas conduce a las doce habitaciones que doña Irene Victorica y Menacho había construido sobre 470 m2 en la esquina de Belisario Suárez y Colina. A la izquierda el comedor, separado por un pequeño patio. Luego la cocina y las habitaciones del servicio. Y ya cerca de la puerta falsa, el corralito donde se criaban las gallinas. Ocurre que en 1913 Miraflores era un villorrio a 8 km de Lima sembrado de granjas. Y el hombre que llegó preguntando si lo alquilaban era el insigne ex director de la Biblioteca Nacional por 29 años. Acababa de enviudar y buscaba una casa para él y sus hijas Angélica, Augusta y Renée.
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Fijada la renta mensual, eligió la primera pieza del pasadizo para lanzar los últimos fogonazos de un intelecto afinado desde los quince años de edad, cuando publicó su primer poema en El Comercio. Hijo de un vendedor ambulante de telas y una madre cuarterona que lo abandonó a los 10 años, Ricardo Palma Soriano (1833 - 1919) devendría tempranamente en el arquetipo del hombre humilde que conquista el mundo gracias a su talento. Alguien que supo atemperar su azarosa existencia —hecha literalmente de naufragios y batallas— con un corpus literario perfectamente solidificado en poesía, novela, drama, sátira, crítica, crónica y ensayo.
Y en el centro de su obra, la ‘tradición’. Generada por el hibridaje entre fábula, oralidad e historia, Palma incorpora en la literatura un género entre narrativo y didáctico que tiene tanto de costumbrismo virreinal como de maneras republicanas. Un fresco sazonado por la sabiduría popular, que lo contextualiza, y la ironía, que rejuvenece la forma alegórica dominante. Calificadas por su autor como ‘articulitos’ y ‘reminiscencias fieles’ en sus inicios, serán un total de 453 las “Tradiciones peruanas” que publique entre 1872 y 1910: 339 de ellas están ambientadas en el virreinato, 43 durante la emancipación, 49 en la república, 6 se refieren al imperio incaico y 16 no refieren a un periodo histórico preciso.
CASA TOMADA
Resulta sintomático, eso sí, que más de una narración suya tenga a Miraflores como telón de fondo. Siempre le gustó el lugar y por eso lo visitó muchas veces antes de decidirse a vivir en la arbolada villa. La brisa marina, la tranquilidad de sus haciendas y su fragancia frutal le animaron a decir que ese era ‘un pueblito poético’. Por eso sitúa “El carbunclo del diablo” en la huaca Pucllana, que él llama Juliana. Miraflores también aparece en “El sombrero del padre Abregú”, “Genialidades de la Perricholi”, “Buena laya de fraile”, “Un negro en el sillón presidencial” y “Un montonero”. Razón por la cual eligió, para el crepúsculo de su vida, esa esquina de Belisario Suárez con Colina.
Así, a mediados de 1913 se mudaría a la única casa que habitó y sigue en pie. Allí vivió seis años. A su muerte, los dueños la alquilan al Ministerio de Educación y se convierte en la escuelita fiscal “Angélica Palma”, en homenaje a la hija escritora del tradicionalista. En 1962, Manuel Prado la declara Monumento Histórico Nacional y siete años después, conmemorando medio siglo de su partida, el alcalde Rafael Sánchez Aizcorbe inaugura la Casa Museo y Centro de Estudios gracias al legado testamentario de Augusta Palma, su otra hija: su cama, muebles, objetos de uso personal, medallas, condecoraciones, primeras ediciones, pinturas, dibujos y esculturas de Teófilo Castillo, Carlos Baca-Flor, Manuel Piqueras Cotolí, Vinatea Reinoso y Renée Palma pueblan el espacio que, a 101 años de su muerte, se reinaugura hoy.
“Ha sido un trabajo en equipo: arquitectos, ingenieros, conservadores, restauradores y museógrafos por cuenta de la Municipalidad de Miraflores. El proyecto fue escogido por los vecinos mediante votación de los proyectos del presupuesto participativo y fue iniciado en la gestión del alcalde Molina Arles en agosto de 2019 como homenaje al centenario de Ricardo Palma”, dice Guillermo Guedes, actual director de la Casa Museo. “Hay un proyecto a futuro para que se muestren hologramas del escritor. Lo que tenemos ahora son avances en museografía, proyección de videos y de las Tradiciones, aplicaciones para celulares y pantallas led de 42 pulgadas que permitirán la interacción con el visitante”.
PRÍNCIPE DEL INGENIO
“Escritor arcaico, pensador retrógrado. Los troncos afiosos i carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo isus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas i frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”, le dispararía Manuel Gonzáles Prada, quince años menor que don Ricardo. Pero sus ataques en el Olimpo y Politeama serán peores: “En la prosa reina la mala tradición, ese monstruo enjendrado por las falsificaciones agridulcetes de la historia i la caricatura microscópica de la novela. Hablar hoi con idiotismos i vocablos de otros siglos, significa mentir, falsificar el idioma. Como las palabras espresan ideas, tienen su medio propio en que nacen i viven; injerir en un escrito moderno una frase anticuada, equivale a incrustar en la frente de un vivo el ojo cristalizado de una momia” (sic).
Nombrado su adversario como director de la Biblioteca Nacional, en 1912 se retira a Miraflores. Allí escribe “Apuntes para la historia de la Biblioteca de Lima” en respuesta a González Prada. Será nombrado miembro correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana de Buenos Aires y, cuando el autor de “Pájinas libres” deja la biblioteca, Óscar R. Benavides lo nombra su director honorario y consultor. En 1915 publica en La Prensa de Buenos Aires “Una visita al mariscal Santa Cruz. Reminiscencias históricas”, su última tradición, y al año siguiente renuncia como consultor de la BNP cuando su némesis vuelve a la dirección.
Escribirá también una “Autobiografía” para “Las mejores tradiciones peruanas” que Ventura García Calderón publica en Barcelona (1917), renuncia a la dirección de la Academia Peruana Correspondiente de la Real Española de la Lengua y es nombrado miembro honorario de The American Association of Teachers of Spanish de Estados Unidos. Hasta que llegó su hora final: “Pasó el día 5 de octubre silencioso y cansado; se acostó al atardecer; en la madrugada despertó, pidiéndome con su voz siempre viril y sonora, que le dijera unos versos, nunca sabré si recordados o soñados. '¿Cómo son, me preguntó, esos versos que empiezan… como tú, como ella…? Mañana los buscaremos; ahora duérmete, le rogué. Cerró los ojos, tranquilo; al poco rato le oí suspirar profundamente, de una manera extraña; corrimos todos a rodear su lecho; su vida terrena había terminado el 6 de octubre de 1919”.
Lo cuenta su hija Angélica en “Ricardo Palma”. El tradicionista", novela biográfica que publica en 1927. Fundadora del movimiento feminista peruano, cultora del género epistolar, la novela histórica y la cuentística infantil, heredaría la vena literaria de su padre junto con su medio hermano Clemente, cuya prosa renovadora y modernista quedaría injustamente obliterada por su famosa invectiva — “adefesio”— a un poema de César Vallejo. Todo un legado que concentra y detiene el tiempo en la silenciosa casita miraflorina donde viviera “aquel viejecito amable, aquel buen amigo, aquel glorioso príncipe del ingenio”, como diría su querido amigo Rubén Darío.
MÁS INFORMACIÓN
Lugar: Casa Museo Ricardo Palma
Dirección: General Belisario Suárez 189, Miraflores
Horario: Por definir.
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