Ganar la última Copa América no ha alivianado la mochila que carga Argentina en este Mundial. El drama está presente en cada partido, aún en aquellos donde su superioridad no se discute o como esta tarde frente a una naranja más mecánica que dulce, más mezquina que dadivosa, más cerebral que espontánea, hecha a la medida de ese genio de la dirección técnica llamado Louis Van Gaal.
Como en el Metropolitan de Nueva York o el Teatro Real de Madrid, en el Lusail ha habido sufrimiento, dolor, lágrimas, pero también risas, muchísimas risas. Risas catárticas y explosivas. El pase a semifinales de la albiceleste a costa de Países Bajos ha sido celebrado como si fuera un título porque estuvo cerca de escapársele tras dejarse empatar en los estertores del encuentro y reventar un poste en el último minuto de la prórroga. En los penales, el Dibu Martínez se disfrazó de Goicochea y con dos atajadones ayudó al cuadro de Scaloni a llevarse la victoria por 4-3.
Y otra vez, como en tantas jornadas victoriosas, ha sido Lionel Messi el protagonista de esta épica irrepetible que en 20 años, de solo recordarla, volverá a acelerarnos el corazón. Porque cuando el partido parecía atascado y se hacía soso hasta el aburrimiento, tomó una pelota cerca de la medialuna, atrajo a tres rivales y metió un pase filoso entre las piernas de Ake que Nahuel, convertido en un improvisado 9, transformó en gol con un disparo preciso.
Porque cuando derribaron a Acuña y millones de ojos se posaron en su figura, con el penal errado ante Polonia titilando en la memoria, trituró las murmuraciones con una definición de potrero: miró sin miedo al arco, fue hacia la pelota y detuvo un segundo su carrera, lo suficiente para que el arquero mordiera el anzuelo. Y allí, donde se lo había anunciado, sobre su mano derecha, mandó la pelota mansita, para que la histeria de las tribunas no se termine nunca.
Y porque después de que el Dibu le atajara el penal a Van Dijk en el inicio de la tanda, Argentina necesitaba un sacudón que le pusiera hierro a su moral y no le huyó al encargo. Con la cinta de capitán adosada al brazo, caminó hacia el balón saltando sobre las puntas del pie y la puso sobre su izquierda, otra vez colocada, otra vez mansita, otra vez gritándole al mundo que el número 1 del Mundial es él.
Países altos
Aunque no brille, aunque por momentos su tacañería ofensiva repela, duele que un equipo como Países Bajos se vaya del Mundial. Se mueve en bloque, casi sin fisuras. Neutraliza, fastidia, ahoga. Hasta los 30′ del primer tiempo, absorbió a McAllister, desapareció a Messi, provocó que Argentina se equivocara demasiado en el pase. Provocó bostezos con un planteo rácano, pero su plan era ese: cortar los circuitos albicelestes, incomodarlos hasta la frustración.
El 0-2 no los dejó K.O. Mientras Scaloni sacaba a sus jugadores con amarillas pensando en un partido definido, Van Gaal apostó sus últimas fichas por los grandazos de su equipo: De Jong y Werghost. Un cabezazo del segundo encendió las alarmas en campo argentino y a falta de cinco segundos del final, un tiro libre cobrado de una manera poco ortodoxa -en lugar de disparar al arco, fue un pase- permitió que el delantero del Besiktas de 1,97 de estatura pusiera el empate. La noche qatarí parecía ponerse de color naranja.
No contaron con que otros dos gigantes acabarían con sus ilusiones: el Dibu Martínez y Lionel Messi.