Lo primero que Jon Lee Anderson vio al bajar de un avión en Alabama, desde donde respondió esta entrevista, fue una camioneta enorme, con diseño de camuflaje y banderas colgadas, junto a carteles donde se leía “Trump 2024”. Han pasado 20 años desde los atentados del 11-S, pero él se sigue haciendo preguntas a sí mismo sobre lo que sucedió después. “Cambió el chip nacional”, dice.
—El historietista Art Spielgman cuenta en “Sin la sombra de las torres” lo que sucedió en Nueva York, donde él vivía. En una viñeta escribió: “Me quedé tambaleando en la falla geológica en la que colisionan la historia universal y personal”. ¿Cuánto modifica una guerra el comportamiento social?
Fue un cambio brutal. De hecho, aunque siempre viví fuera –en ese entonces vivía en España–, una vez que entendí que eso era un atentado terrorista... el 11-S fue el Pearl Harbor de mi generación. De alguna forma muy primaria entendí cómo iban a reaccionar mis conciudadanos, de una forma bélica y xenófoba. Está en su ADN: cada vez que han sido atacados desde el exterior han reaccionado de la misma forma. Era un colectivo guiado por políticos no aptos para el momento; estoy hablando, claro, de Bush.
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—Es como si el país hubiera entrado en un trance.
Y si bien la invasión en Afganistán era entendible como una operación policiaca, de ir detrás de los que habían hecho los atentados de las torres, todo lo que vino era como una metástasis de venganza nacional, xenofobia. Esa psicología desde la seguridad del Estado nos llevó a invadir Iraq dos años después, persistiendo en acciones que empezaron a violar preceptos morales del país, como los esfuerzos por oficializar la tortura, lo que llamaban rendición en la captura, y el trasiego clandestino a Guantánamo y cárceles secretas alrededor del mundo, o la creación del Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security), que tiene una atribución patriotera muy cuestionable.
—Veinte años después, y luego del mandato de cuatro presidentes estadounidenses que han enfrentado de manera distinta el problema, ¿Al Qaeda está derrotado?
Mira, Al Qaeda era una idea yihadista. Se mató al líder, pero antes de eso hizo metástasis. La eficacia espectacular de los atentados del 11 de setiembre hizo posible más terrorismo, potenció el yihadismo por su ‘éxito’. Hizo que el mundo viera a Estados Unidos como atacable. Hubo un sinfín de esfuerzos por volver a atacarlo, o a sus aliados, pero la mayoría no fueron exitosos. Y luego vimos ataques en Yemen, en África del Norte, con el Estado Islámico (ISIS). También vimos otros grupos yihadistas regionales, como Boko Haram en Nigeria, luego Jabhat al Nusra en Siria, que era como la franquicia de Al Qaeda allí. O la red Haqqani, una especie de grupo de aliados entre talibanes y Al Qaeda, que sigue muy en pie, incluso hay dos de sus miembros en el nuevo gobierno de Afganistán.
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—El periodista especializado Lawrence Wright dice, en “La torre elevada”, que Bin Laden “inspirará a futuros terroristas que ondearán otras banderas”.
Al Qaeda ya no es lo que fue antes porque hay un programa de contraterrorismo de Estados Unidos y muchos otros países que han sido exitosos en cortar sus aspiraciones. Pero ha tenido el efecto de crear más franquicias y más esfuerzos yihadistas. Han logrado arar la tierra y hacerla fértil. Y por eso es un enemigo tan difícil de combatir, porque para combatir a un yihadista lo tienes que matar, como Occidente mató a los nazis. Tienen que sentirse derrotados, como lo hicieron los nazis, y eso no ha sucedido todavía. Es muy difícil dentro de una democracia liberal, humanista, pelear este tipo de guerra, y por eso los yihadistas han tenido éxito.
—En setiembre del 2001, usted iba a viajar a Sri Lanka, y los planes cambiaron. Fue entonces a Afganistán. En una crónica de aquellos días escribió: “Es menos un país que un campo de guerra. Ir a Afganistán es como volver siglos atrás y como si la guerra fuera un estado natural”. ¿Qué es ahora?
Continúa siendo un campo de batalla de la historia, más que una nación o un Estado. Un país que, en el sentido de la construcción de su sociedad, es muy parecido a la pre-Italia de los señores medievales, de la época de Maquiavelo, donde la existencia misma se organiza a través de los señores de la guerra.
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—Estuvo en Afganistán en 1988, cuando las tropas soviéticas se retiraban después de la invasión. Esos niños que estudiaban el islam son los hombres que ahora merodean metralleta en mano por todo el país, sin reglas. Es como la metáfora perfecta de la guerra.
Hemos tratado de codificar la guerra a través de leyes, a veces raras o hasta surrealistas, pero allá no. Allá la virtud es ganar para sobrevivir, porque las consecuencias de perder son muy crueles, inmisericordes, no hay moderación. Si eres un derrotado, vives como derrotado. Afganistán sigue siendo el mismo sitio de hace veinte años, en ese sentido. Es cierto que una generación de chicas fueron escolarizadas e integradas a una sociedad con aspiraciones de ser moderna en el sentido amplio de la palabra, pero ahora esas aspiraciones van a ser truncadas. El Afganistán que les toca vivir ahora se asemeja más al Afganistán rural del siglo XX que a cualquier país del siglo XXI.
—En una entrevista reciente, usted comentó que “es un momento de júbilo para todos los extremistas del mundo”. ¿Dónde podría haber un brote de extremismo?
En todos los lugares donde hay enquistamientos yihadistas, desde Filipinas hasta Chad. Hay que entender que el yihadista no es un musulmán que se conforma con vivir como tal, ir a la mezquita, lavarse los pies antes de rezar, no comer cerdo, leer el Corán; un yihadista cree que esa es la única fe, y que hay que regarla sobre la tierra y dominar a los demás credos. Y si no se pliegan ante su versión del islam, hay que matarlos. Eso es lo que hacen los yihadistas.
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—En un artículo en “The New Yorker”, cuestiona la hegemonía de Estados Unidos. “Se siente como si la era estadounidense no hubiera terminado del todo, pero tampoco es lo que fue antes”, ha escrito.
Es demasiado temprano para aseverar algo tan grande. No creo que Estados Unidos vaya a dejar de pelear contra el yihadismo; va a potenciar aun más sus habilidades para el contraterrorismo, es decir, una guerra a través de drones y más. Pero al menos durante el gobierno de Biden no vamos a volver a ver una invasión convencional, eso no funcionó. No quiere decir que dejará de ser un país bélico, sigue teniendo el poderío militar número uno en el mundo. Este no es el final del imperio, quizá sea el arranque de un final largo.
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