Los reportes periodísticos de la cadena CNN sobre el brote internacional del coronavirus expresan asombro por las proezas del régimen comunista chino en su lucha contra ese flagelo. Al parecer, solo un régimen dictatorial de partido único como el de la República Popular China podía construir en la provincia de Hubei (epicentro del brote) un hospital con capacidad para albergar hasta 1.500 camas en solo 10 días. Y solo un régimen de esa naturaleza podía convertir urbes vibrantes como Wuhan en ciudades fantasmales, sometidas a condiciones draconianas bajo “la que se cree sería la mayor cuarentena en la historia de la humanidad”, según Fareed Zakaria.
El subtexto que hace explícito este último es que los derechos de propiedad, las libertades personales, los procedimientos burocráticos y las normas del debido proceso se habrían confabulado para hacer algo así imposible bajo un régimen democrático. Se trata de una presunción tan común que es compartida en lugares insospechados. Por ejemplo, en expresiones de la cultura popular como las novelas posapocalípticas “Guerra Mundial Z”, de Max Brooks, o “Apocalipsis Z”, de Manuel Loureiro. Según ambas, el único Estado que podría sobrevivir a una invasión zombi sería Corea del Norte.
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La paradoja es que el asombro que suscita la capacidad del régimen chino para afrontar el brote del coronavirus parece ignorar que fue bajo el mismo régimen que se iniciaron en el mismo país dos de los tres brotes virales con capacidad de convertirse en pandemias mundiales durante el siglo XXI: el del SARS y el del coronavirus. Y en ambos casos hay razones para creer que la naturaleza del régimen político que prevalece en China habría estado en el origen del problema de salud pública.
En el caso del síndrome respiratorio agudo severo (conocido como SARS, por sus siglas en inglés), el contagio se extendió –cuando menos, en parte– como consecuencia del intento inicial de las autoridades por ocultar la información. El ejemplo emblemático de que, aunque en menor proporción, habría ocurrido algo similar en el caso del coronavirus, es el de Li Wenliang. Es decir, el del médico que, al igual que otros colegas, fue sancionado por advertir en redes sociales sobre un nuevo virus que, finalmente, acabó con su vida.
Es decir, el control centralizado de los medios de comunicación y las redes sociales habría contribuido a la propagación de pandemias. Esa hipótesis coincide con la tesis del Nobel de Economía Amartya Sen sobre las hambrunas. Según él, aunque existen múltiples ejemplos de incidencia de desnutrición crónica bajo regímenes democráticos, ninguna de las grandes hambrunas que el mundo padeció durante el siglo XX tuvo lugar bajo una democracia representativa.
Según Sen, la explicación fundamental sería la existencia de una prensa independiente, capaz de investigar e identificar el problema antes de que se extienda, y de convertirlo en tema de interés público. A lo cual añade que, en un contexto autoritario, las víctimas no dispondrían de los medios necesarios para organizarse y presentar sus demandas ante las autoridades.
Por ambos motivos, solo bajo un régimen autoritario se podría ocultar discrecionalmente la información sobre el problema. Y los gobernantes podrían evitar en mayor proporción pagar un costo político por ocultar información relevante y por dar una respuesta tardía o deficiente ante un problema grave de salud pública.