(Foto: EFE)
(Foto: EFE)
Virginia Rosas

Los presidentes de los dos países más poblados de América – y – tienen mucho en común: su repudio al multilateralismo, a la ecología y al enfoque de género. Los une también su populismo nacionalista, su odio a la prensa tradicional, su fascinación por las armas, su rechazo a Nicolás Maduro, el tener a miembros de su familia como consejeros cercanos y un extenso etcétera. 

No resulta anodino, entonces, que el presidente brasileño, , haya emprendido su primer viaje al extranjero a Washington, donde fue recibido en el famoso Salón Oval por , por quien siente una fascinación sin reparos. 






“Siempre admiré a Estados Unidos y esta admiración se ha fortalecido desde que usted asumió la presidencia”, le dijo al multimillonario, que lo escuchó complacido antes de un intercambio de camisetas de fútbol. La que recibió Trump, con su nombre grabado, llevaba el número 10, del nunca destronado rey Pelé, y el de uno de los futbolistas más caros: Neymar. La de Bolsonaro no solo lucía su apellido rudimentariamente pegado a último momento, sino el número 19, que no comporta ningún simbolismo, solo es el año del encuentro entre ambos mandatarios.

Bolsonaro visitó a Trump con la esperanza de crear una alianza conservadora entre los dos gigantes del continente, para luchar contra lo que ambos consideran una lacra: el socialismo, encarnado en el régimen chavista. Ambos reconocen a Juan Guaidó como presidente de Venezuela, pero el brasileño enmudece ante cualquier insinuación de intervención militar. Claro, una cosa es repudiar a Maduro, otra es hacerse de un conflicto bélico en su frontera.

El encuentro se selló con un acuerdo que permitiría a las empresas estadounidenses lanzar satélites comerciales desde el Centro de Lanzamientos de Alcántara, una base espacial administrada por la Fuerza Aérea Brasileña en el estado de Maranhao. A cambio de ello, Trump prometió “mover sus influencias” para que Brasil forme parte de la OCDE, la Organización de Cooperación y de Desarrollo Económico. También le ofreció, sin que nadie sepa cómo, que Brasil obtendría un papel protagónico en la OTAN, así como acuerdos en defensa que permitirían a las empresas brasileñas, como Embraer, participar en licitaciones del Pentágono.

Bolsonaro no dudó en celebrar la construcción del muro en la frontera con México para detener la inmigración ilegal, sin tener en cuenta que ese país es un socio comercial importante. Se apresuró también en levantar la obligación del visado para el ingreso de los ciudadanos estadounidenses a Brasil, sin que se haya establecido el principio de reciprocidad: los brasileños sí necesitarán visa.

Parece que la emoción de Bolsonaro por estar cerca del hombre que tanto admira, y del cual se inspira para polarizar a sus ciudadanos a través de Twitter, lo hizo olvidar que el acuerdo para la utilización de la base militar de Alcántara debe ser previamente aprobado por su Congreso. Y que durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso se bloqueó una iniciativa similar porque esta conllevaba la pérdida de soberanía de Brasil ante Estados Unidos.

Contenido sugerido

Contenido GEC