Más allá de la identificación dentro del espectro ideológico de izquierda o de derecha, los presidentes de América Latina vienen desde hace unos años diferenciándose –o asemejándose– según los elementos populistas de su retórica. En un análisis a los discursos de 13 mandatarios de la región, es posible concluir que 7 de ellos –incluido el representante peruano Pedro Castillo– aplican el populismo como eje narrativo de sus gestiones.
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Desde la ciencia política, el populismo es una herramienta principalmente discursiva. El líder populista plantea que la sociedad está dividida entre élites que conspiran contra el bien popular, y un pueblo homogéneo, cuya voluntad es también leída como una sola. Así, pese a la distancia entre sus ideologías y formas de gobierno, Daniel Ortega (Nicaragua), Nicolás Maduro (Venezuela), Andrés Manuel López Obrador (México), Jair Bolsonaro (Brasil), Luis Arce (Bolivia), Pedro Castillo (Perú) y Nayib Bukele (El Salvador) son ejemplos claros de este perfil.
Para tener mejor precisión sobre el grado de populismo de estos gobernantes y otros de sus pares en la región, la Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio aplicó la metodología propuesta por el académico estadounidense Kirk A. Hawkins, profesor de la Brigham Young University, de Utah. En su libro “Venezuela’s Chavismo and Populism in Comparative Perspective” (Cambridge University Press, 2010), Hawkins identifica cinco componentes –entre básicos y conexos– de esta corriente retórica, tomando como punto de partida la figura del fallecido Hugo Chávez.
De acuerdo con Hawkins, el discurso populista parte de: (1) una visión reduccionista o maniquea de la realidad, donde la sociedad vive confrontada entre ‘buenos y malos’; (2) la identificación de que los ‘buenos’ son el pueblo, y que este a su vez es una masa homogénea, cuya voluntad es única y ha sido mal representada en la historia; (3) la identificación de que los ‘malos’ y enemigos del pueblo son las élites, los grupos de poder u otras organizaciones o instituciones específicas; (4) la promoción de que el régimen o modelo debe ser cambiado o inverso; y (5) la tendencia a minimizar ciertas libertades elementales en pos del bien popular y de los objetivos para el cambio prometido.
EC Data escuchó la totalidad de 52 discursos correspondientes a 13 presidentes latinoamericanos. De los cuatro mensajes por cada uno, identificamos cuántos de los 5 elementos se repetían. Así, bajo el modelo de Hawkins, asignamos un puntaje en la escala del 0 al 2, siendo el 2 el nivel de mayor populismo. En este ejercicio, el presidente Castillo, por ejemplo, se ubicó en la línea del populismo con un resultado de 1.6, mientras que su par chileno Gabriel Boric, alcanzó apenas un 0.5, posicionándose como pluralista.
Populismo vs. Pluralismo
Como lo explicamos anteriormente, en la fórmula del discurso populista prevalecen “grupos enemigos que conspiran contra el pueblo”. En ese sentido, el líder populista tiende siempre a señalar o atacar a “élites” que pueden ser políticas, empresariales, mediáticas, ideológicas, entre otras, para así afianzar su imagen como “verdadero” defensor de los intereses de un sector, que puede ser marginado o masivo. Pero el populismo tiene defectos y riesgos. Uno de ellos es su evidente contraposición al pluralismo [o a la diversidad de opiniones, tendencias políticas y grupos económicos], lo que, en ocasiones, hace potencial un viraje hacia la autocracia.
“El populismo tiene inherentes tendencias a la concentración del poder. Esto, porque deslegitima a los adversarios como “élites corruptas”, pero a su vez habla de una “voluntad popular” como si la sociedad fuese un ente homogéneo con una sola voz, lo que en la práctica no existe. Por lo tanto, el populismo tiende a reducir el pluralismo. Si esas tendencias se expresan finalmente en una concentración del poder en los hechos, ahí entran otros factores: la debilidad del establishment, la debilidad de los opositores al populista en el poder, la cantidad de recursos materiales o simbólicos (dinero, popularidad, prestigio) con que cuenta el populista. Hay que mirar los recursos con que cuenta el populista para concentrar del poder y eso hay que cruzarlo con la debilidad de los adversarios cuyo poder el populista busca reducir”, explicó a El Comercio el politólogo Rodrigo Barrenechea.
Para el también politólogo Daniel Encinas, el populismo es una carta ambivalente, que “por un lado puede incorporar a la vida política a sectores marginalizados, pero por otro lado tiende a atacar a las instituciones liberales de la democracia”.
“La manera en la que entendemos la democracia normalmente tiene dos componentes: el pluralismo participativo y la limitación al abuso de poder. Los populistas suelen querer remover “todos los estorbos”. Entonces, puede haber una tendencia de que vean a cualquier tipo de oposición como parte de la ‘élite abusiva’. Y eso no solo va a incluir a políticos de la oposición, sino también a instituciones del Estado, organizaciones de la sociedad civil, la prensa, grupos empresariales. En realidad, el populismo es una ruta en América Latina para la acumulación de poder”, señaló Encinas.
Populistas impopulares
De acuerdo con las últimas encuestas de opinión de cada país analizado para este informe, el nivel de populismo no aparenta necesariamente una relación con el de popularidad.
Rodrigo Barrenechea remarcó que el populismo suele abrirse paso electoralmente cuando hay desencuentro entre la oferta política del momento y lo que la ciudadanía, según el contexto, demanda. Sin embargo, aclaró que la sola retórica puede perder su atractivo y no garantizar alta aprobación ya en el poder.
“En general, se tiende a pensar en el populismo como algo que genera popularidad, pero la historia está llena de populistas fracasados. Hay muchos populistas que cayeron del poder, como por ejemplo [Fernando] Collor de Mello en Brasil, y Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez en Ecuador. Cayeron porque, precisamente, ser un líder populista es difícil: hacer apelaciones genéricas y no tener un perfil definido hace que el apoyo dependa de su desempeño en resolver problemas concretos”, dijo Barrenechea.
El especialista Daniel Encinas coincide con esta mirada. Según comentó, los populistas pueden mantenerse populares cuando el entorno los ayuda o cuando tienen una fuerza movilizadora particular.
“Yo creo que es difícil responder por qué algunos líderes populistas triunfan más que otros. El éxito depende de varios factores: una coyuntura específica o de crisis, talento político o si es un personaje con el que el pueblo se identifica. En muchas ocasiones, los populistas pueden avanzar a aglutinar poder, pero pueden también fallar en el camino si es que el mandato que tienen es débil, si es que la población que los soporta es más endeble, si es que la oposición es más fuerte. Es una apuesta de alto riesgo ser populista porque se puede salir del poder en lugar de acumularlo”, comentó Daniel Encinas.
Izquierdas y derechas
Los líderes populistas pueden ubicar enemigos de diversos orígenes y agudizar desde lo retórico confrontaciones entre sus gobiernos y determinado grupo. Por ejemplo, presidentes derechistas como el brasileño Jair Bolsonaro, apuntando a la política de izquierda como negativa para el bien común, o Nayib Bukele, arremetiendo contra la institucionalidad del Poder Judicial salvadoreño por su supuesta responsabilidad en los índices delictivos del país.
En el espectro de la izquierda, gobernantes abiertamente dictatoriales, como Daniel Ortega (Nicaragua) y Nicolás Maduro (Venezuela) levantan banderas reivindicativas sobre un pueblo presuntamente amenazado por el intervencionismo internacional y, más precisamente, por el ‘imperio’ estadounidense.
En el caso peruano, Pedro Castillo, quien suele identificar opositores en casi todos los grupos de poder –económicos, empresariales, político-derechistas– o en la prensa, ha referido en varias ocasiones no pertenecer a ninguna ideología: “ni de izquierda ni de derecha”, sino “ser del pueblo”.
Consultado sobre ‘populismos puros’ o sin contenido programático de izquierda o de derecha, Barrenechea consideró que son “muy difíciles de sostenerse en el tiempo” y que, por lo general, sus líderes terminan necesitando definirse.
“En general, el populismo, cuando tiene forma pura, tiende a ser inestable electoralmente y, por lo tanto, tiene que eventualmente tratar de desarrollar un perfil más definido. A veces, eso lleva a que el populismo polarice, precisamente, para poder hacerse de una base social leal. De lo contrario, este populismo puro tiende a ser inestable y muy dependiente de la capacidad del populista para resolver las crisis que precisamente los llevaron al poder, y así poder mostrarse como un salvador”, señaló.
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Para Encinas, el negarse a un “encasillamiento” ideológico puede asegurar algo de capital político. “Uno podría decir que el populismo en sí mismo es una suerte de ideología porque hace esta división antagónica entre héroes y villanos [pueblo y élites], pero hay otras ideologías que hacen también divisiones en la sociedad y que encuentran campos antagónicos, solo que con una base filosófica o teórica más desarrollada. Entonces, sin ser tan densos ideológica o filosóficamente, ¿puede el populismo valerse en sí mismo? Yo diría que sí, pues la tendencia –como la de Pedro Castillo– también puede estar en decir que no se es parte del juego tradicional de la política”.
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