San José Las Flores, AP
Gilberto Francisco Ramos, el menor guatemalteco de 15 años que murió en el desierto de Texas tras ingresar a Estados Unidos sin autorización legal, fue enterrado el sábado en su pueblo natal entre flores, velas y el dolor de los suyos.
El sepelio tuvo lugar en San José Las Flores, unos 320 kilómetros al oeste de la capital, en medio del corazón de las enormes montañas Los Cuchumatanes en Huehuetenango, un mes después de que Gilberto se convirtiera en todo un símbolo de los niños migrantes no acompañados que intentan cruzar la frontera hacia Estados Unidos en busca de un futuro mejor.
Durante la noche del viernes y mañana del sábado, vecinos de la familia llegaron su casa, donde la antigua habitación en la que el adolescente dormía en el suelo fue habilitada para el velorio. Ahí, junto a un ataúd gris con adornos plateados que guardaba su cuerpo y una fotografía del adolescente en vida, amigos y familiares se acercaban a darle el último adiós y a acompañar a los padres en la pérdida.
Foto: Reuters
Frente al ataúd, un pequeño altar con flores silvestres y veladoras servían de tributo y un moño blanco en la puerta de la casa era la señal para que la gente del pueblo supiera que ahí se estaba velando al menor.
El velorio de Gilberto Ramos no estuvo libre de contratiempos. Debido a la distancia y a una carretera dañada, la funeraria contratada por el Gobierno Guatemalteco no quiso llevar el cadáver a su destino final. La familia utilizó un camión de carga para poder llegar a su casa y velar a su hijo.
En el interior del domicilio, las mujeres rezaban y lloraban. Afuera, los hombres esperaban el momento de trasladar a Gilberto hasta el cementerio, situado en una loma desde donde se divisa todo el pueblo.
"Aquí solo la tristeza va a quedar", lamentaba el padre del muchacho, Francisco Ramos.
El dolor se fue agudizando cuando la familia sacó el ataúd para enterrarlo. Los hombres se turnaron varias veces para llevarlo, entre veredas y montañas, al cementerio.
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"Ay mijito, ya no te voy a ver", gritaba entre lágrimas su madre, Cipriana Juárez, que se encuentra muy enferma. "Saqué fuerzas para poder estar en el velorio, le pedí a diosito fuerzas porque no puedo ir al entierro".
Cipriana Juárez, madre de Gilberto. (Foto: AP).
Durante el entierro, antes de colocar el cadáver en el nicho del cementerio local, el padre del menor fallecido reclamaba con dolor su muerte.
"Me quiero morir, me quiero ir con él", gritaba.
Foto: Reuters.
El cuerpo de Gilberto apareció el 15 de junio en el Valle del Río Grande, en estado avanzado de descomposición. Un rosario que le regaló su madrina cuando hizo la primera comunión y el número telefónico de su hermano en Chicago garabateado dentro de la hebilla de su cinturón permitieron identificarlo.
Al parecer se perdió en su camino rumbo al norte y posiblemente murió debido a las inclemencias del tiempo. Se le realizó una autopsia sin encontrar señales de traumatismos.
"Era su decisión... Él se fue por la pobreza, porque quería ayudar en la medicina de su mamá, era una oportunidad", recordaba el tío, Catarino Ramos Juárez.
Los padres de Gilberto hipotecaron la humilde casa de cemento y lámina y el terreno en el que viven para poder prestar 20.000 mil quetzales (unos 2.500 dólares) para pagar el viaje de su hijo. Aún deben ese dinero entregado al coyote que se llevó a su hijo. El apoyo del gobierno a la familia Ramos Juárez fue mínimo: cubrió la repatriación del cadáver del menor, medicamentos para un mes para la madre enferma, un andador y una despensa que durará una semana.