(Foto: AFP)
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Gisella López Lenci

, ese territorio al norte del planeta, helado y apenas habitable, no se arrodilló ante . Sus pobladores dijeron que no estaban a la venta y lo dejaron con los crespos hechos.

Aunque nunca hubo una intención formal de parte del presidente estadounidense para adquirir esta región de 2 millones de kilómetros cuadrados, la mera –y calculada– insinuación de hacerlo puso sobre la mesa una discusión mucho más seria: los intereses detrás de un territorio riquísimo en recursos naturales y geopolíticamente estratégico.






Groenlandia es un estado asociado a Dinamarca. Es semiautónomo, es decir, tiene su propio gobierno, pero el Estado danés es el que lo subvenciona y administra. Por ello, Trump decidió cancelar la visita de Estado prevista en setiembre a Copenhague, luego de que la primera ministra de Dinamarca calificara de “absurdo” el deseo del magnate de querer comprar Groenlandia.

¿Pero es realmente absurdo? Los estadounidenses ya quisieron adquirir antes este territorio. Fue Harry Truman, en 1946, quien ofreció 100 millones de dólares, en oro, pero sus intenciones tampoco se concretaron.

Esto tiene que ver con los afanes reeleccionistas de Trump y va acorde con su lema de ‘Hacer grande de nuevo a Estados Unidos’. Él sabía que era algo inviable, pero lo dejó sobre la mesa para tener un efecto positivo sobre su base electoral”, comenta a este Diario el doctor en Ciencias Políticas y Sociales Daniel Añorve, profesor-investigador de la Universidad de Guanajuato, quien puntualiza que este afán también va acorde con el proceso de expansión territorial que ha estado latente en la política exterior estadounidense.

(Foto: AFP)
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—Nuevas rutas marítimas—

Groenlandia está en el Círculo Polar Ártico, que alberga el 13% de las reservas de petróleo mundial no explotadas y el 20% de las reservas mundiales no descubiertas de gas natural.

Los deshielos cada vez más continuos pueden hacer más accesible la explotación de estos recursos energéticos escondidos durante siglos y, además, pueden permitir con más facilidad que los barcos crucen el Polo Norte en menor tiempo evitando así rutas más largas para la navegación comercial, ya sea a través del Canal de Suez o el Canal de Panamá.

Según datos del Centre for High North Logistics, de Noruega, por el Canal de Suez pasaron en el 2017 unos 17.550 buques; mientras que por la ruta del Mar del Norte lo hicieron apenas 19 en el 2016. Pero ese número puede empezar a crecer.

Es una especie de descubrimiento de América”, señala Añorve, quien además ha hecho múltiples investigaciones sobre la situación del Ártico.

—Zona estratégica—

Según la Convención Internacional de Derecho del Mar de la ONU, firmado en 1982, a los países con acceso al Círculo Polar Ártico (Canadá, Estados Unidos a través de Alaska, Rusia, Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Dinamarca a través de Groenlandia) les pertenecen los recursos naturales del fondo marino y su subsuelo situados hasta 322 kilómetros (200 millas) de su territorio.

Estados Unidos no necesitaría otro territorio más para tener acceso al Ártico porque ya lo tiene, pero su velada intención de adquirir Groenlandia tendría que ver con ganarle posiciones a Rusia, que es claramente el país que mejor ha aprovechado el terreno.

Rusia tiene la mayor población –unos 500 mil viven en zonas árticas– lo que le ha permitido desarrollar más tecnología para aprovechar esta posición estratégica. De hecho, cuenta con la mayor flota de rompehielos y apenas el viernes la primera central nuclear flotante del mundo, construida por Moscú, inició su travesía de 5 mil kilómetros por el Ártico.

(Imagen: El Comercio)
(Imagen: El Comercio)

Y no solo eso. Rusia dispone en la zona de 27 bases militares, mientras que Noruega tiene 11, Canadá 3 y Estados Unidos solo cuenta con la base de Thule, que además está en Groenlandia.

Groenlandia es absolutamente vital para la defensa y la seguridad de América del Norte”, explicó a la AFP Luke Coffey, experto del Heritage Foundation, quien subrayó que el territorio está en una posición equidistante entre población estadounidense y rusa, por eso se convirtió en un activo importante durante los años de la Guerra Fría.

Pero desde los años 90 Washington no le prestó mayor interés. Esta situación estaría cambiando con la administración Trump. El vicepresidente Mike Pence planea viajar a Islandia a inicios de setiembre para “expandir las oportunidades comerciales y mejorar la seguridad en el Ártico”, según indicó la Casa Blanca; mientras que el secretario de Estado, Mike Pompeo, participó en mayo en Finlandia en una reunión del Consejo Ártico.

China, por su parte, se ha vuelto un actor expectante. Aunque no tiene acceso a la zona, sus misiones económicas y científicas no cesan de establecer acuerdos con los países árticos y han mostrado un especial interés en Groenlandia.

—¿Y el calentamiento global?—

El deshielo se ha convertido en una oportunidad para la navegación y la explotación de recursos escondidos, pero también en un riesgo para el equilibrio del planeta. Si en nuestro continente la Amazonía se está incendiando, el Ártico se está derritiendo. Según la ONU, el volumen de hielo marino está disminuyendo a un ritmo de 12% cada 10 años.

Hasta hace unas décadas, recorrer el Ártico era casi una tarea imposible, larga y penosa. Las condiciones climáticas siempre se impusieron al deseo del hombre de conquistarlo. Pero ahora las cosas han ido cambiando.

Durante la época previa al cambio climático, las rutas polares estaban abiertas a la navegación unos tres o cuatro meses al año, pero permanecían cerradas la mayor parte del tiempo, y cuando se pretendían utilizar durante los meses de clima inclemente, se debían usar muchos rompehielos”, explica Añorve.

Los rompehielos ahora no tienen que trabajar tanto porque el permafrost, esa capa de hielo dura que está por debajo del hielo superficial, se derrite con más facilidad. “Todavía no es una ruta perfectamente navegable, pero a medida que se acreciente el cambio climático, el lugar estará abierto durante mayor tiempo y a un costo significativamente más bajo”, añade el académico. Un costo que podría costarle al planeta su futuro.

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