París. "Najeeb, ¡nos van a matar por culpa de tus archivos!". Con las balas silbándole en los oídos en el norte de Iraq, el hermano Najeeb solo tenía una obsesión: salvar los manuscritos ante la llegada del grupo Estado Islámico.
Cuando el Estado Islámico acaba de apoderarse de la ciudad siria de Palmira y amenaza sus tesoros arqueológicos, Najeeb Michaeel, un fraile dominico iraquí de visita en París, cuenta a la AFP cómo consiguió, el pasado mes de agosto, trasladar al Kurdistán iraquí 800 manuscritos iraquíes de los siglos XIII al XIX.
"Era absolutamente necesario que esos manuscritos, conservados en la biblioteca de los dominicos en Mosul y luego en Qaraqosh (también conocida como Bajdida), escaparan a la destrucción sistemática del patrimonio cultural no musulmán", cuenta.
El fondo incluye textos sobre historia, filosofía, espiritualidad cristiana y musulmana, literatura o música, escritos en arameo, siriaco, árabe o armenio.
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Los manuscritos, excepcionales por su caligrafía y sus miniaturas, dan además testimonio de la antiquísima presencia del cristianismo entre los ríos Tigris y Éufrates.
El hermano Najeeb explica que estos documentos "son como un puente entre las civilizaciones, que dan fe del pasado y dicen muchas cosas sobre el presente".
En los Archivos Nacionales de París están expuestos hasta el 24 de agosto facsímiles de gran calidad de siete de esos manuscritos, como parte de la exposición "Mesopotamia, cruce de culturas".
UN ÉXODO CAÓTICO
A fines de julio de 2014, unos 10 días antes de la caída de Mosul y Qaraqosh, dos ciudades del norte de Iraq donde residía gran parte de la comunidad cristiana iraquí, Najeeb Michaeel vio venir el peligro.
"Evacuamos en camión una buena parte de los manuscritos de Qaraqosh a Erbil, en el Kurdistán (iraquí), que se encuentra a 70 kilómetros", explica.
El 7 de agosto, los últimos monjes todavía presentes en Qaraqosh se vieron obligados a huir, mientras el grupo Estado Islámico se apoderaba de la ciudad.
"Estábamos ahogados en medio del inmenso éxodo de poblaciones cristianas y yazidíes, que huían masivamente para refugiarse en Erbil", recuerda el fraile.
"A lo lejos podía verse la bandera negra de Daesh (acrónimo en árabe del grupo Estado Islámico). Estábamos protegidos por los peshmergas armados (los soldados kurdos), pero no dejaron pasar nuestro coche en la frontera. Así que empecé a sacar las cajas de manuscritos del coche y a encomendárselos a la gente que pasaba".
"Las balas silbaban sobre nuestras cabezas, y pensé que íbamos a morir", añade Watheq Qassab, un iraquí que trabajaba para la comunidad de los dominicos en Mosul y Qaraqosh.
Aquel día, Daesh dejó pasar a los refugiados sin disparar, y todas las cajas acabaron por llegar a buen puerto, y fueron guardadas en un lugar discreto.
"Yo llevaba seis cajas, pesaban mucho, y no podía correr. Ahí fue cuando le dije a Najeeb: 'nos van a matar por culpa de tus archivos'. Por suerte, un coche nos esperaba del lado kurdo de la frontera", añade Watheq.
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