Novela negra. Posconflicto en Colombia. Ausencia del padre, selva e iglesias evangélicas.
Ese es el potaje que el colombiano Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) cocina en su última novela, “Será larga la noche”, publicada en septiembre.
Es el regreso de Gamboa a la novela negra, pero también su regreso definitivo a Colombia.
Al país volvió físicamente en 2015, después de vivir 30 años en el exterior y con la expectativa del proceso de paz que realizaba el gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC.
Esa esperanza la reflejó en su anterior novela, “Volver al oscuro valle”.
Y “Será larga la noche” es la caída a tierra de esas expectativas.
Muestra la Colombia del “posconflicto”, con un proceso de paz en marcha pero aún sin terminar consolidarse y un país que, además de la vieja violencia, enfrenta nuevos retos, como la creciente influencia y poder de las iglesias evangélicas en la vida política.
Y es una novela negra atípica. Lo común en el género es que la fuerza narrativa esté en la trama, en saber qué pasó.
En "Será larga la noche", aunque se quiere llegar hasta el final para conocer el desenlace de algunos enigmas, lo que absorbe al lector es la solidez de los personajes y sus extraordinarias vidas.
Ampliamente distribuida en Latinoamérica, la novela será lanzada en España el próximo 14 de noviembre.
Hablamos con Santiago Gamboa como parte del Hay Festival de Arequipa, que se realiza esta semana en esa ciudad peruana y en el cual participa.
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“Será Larga la noche” es su regreso a la novela negra, porque una de sus primeras obras es en esa línea.
Sí, mi segunda obra, "Perder es cuestión de método", tiene una clarísima intención de novela negra y unas características que me parecen importantes para una especie de teoría de la novela negra latinoamericana.
Porque la novela negra latinoamericana, por un lado, se adapta un poco a los problemas y a la situación de cada país.
Pero por otro, sigue más o menos el esquema de las novelas negras norteamericanas, donde el detective no es una persona de la aristocracia, como en la novela clásica inglesa, donde los detectives son todos aristócratas y los crímenes se movían dentro de sus casas. Por eso se decía siempre que el asesino era el mayordomo.
En la novela clásica norteamericana —Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Chester Himes— se utilizan detectives que están más cerca de la gente. Inclusive son muy parecidos a los bandidos: solitarios, alcohólicos, violentos, todos están divorciados, no han pagado las cuotas para los hijos...
Y son novelas que retratan la situación de una ciudad: se ven los problemas de las barriadas, la inmigración. Las mafias del alcohol en las novelas de principios del siglo XX. Es decir, es un retrato de la sociedad.
Ese esquema de novela es el que llega a América Latina, donde se le agrega algo más, como por ejemplo el compromiso político en los años 70.
Entonces se vuelven el espacio en el que se pueden denunciar los crímenes de Estado. Los del paramilitarismo en México, por ejemplo, durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Todas esas historias que nunca fueron contadas por la prensa aparecieron en novelas negras como las Paco Ignacio Taibo II.
Esa es la influencia que yo recibo para mi primera novela negra, que se publica en el año 97, donde hay una cuestión de corrupción en Bogotá...
En Argentina muchos de los detectives son antiguos montoneros que luego se vuelven agentes de seguridad, pero en el caso de mi país, yo pensé que el detective no era una figura creíble en la sociedad colombiana de ese momento.
Entonces recurrí a una figura más atípica dentro de una novela negra: el periodista, que es un detective sin pistola.
El periodista no representa la ley, y eso para mí era muy importante. Porque en países donde la ley casi nunca triunfa es difícil que el héroe de la novela sea un representante de la ley.
Cuando un periodista descubre la verdad, eso quiere decir que lo único que triunfó fue la verdad.
El periodista se juega la vida. En Colombia han asesinado más de 180 periodistas en las últimas dos décadas.
Y es una persona molesta para el Estado: en los estados autoritarios el periodista es uno de los primeros objetivos. Es una figura que, para mí, es heroica.
En mi última novela sigo con la misma idea, porque 22 años después Colombia ha cambiado mucho, pero sigo creyendo en la figura del periodista como héroe.
Pero ahora es una mujer.
Sí, una mujer, precisamente por dirigirse la novela hacia el mundo de las iglesias evangélicas, que es un mundo muy masculino.
Me parecía que el contrapunto ideal y la mirada que podría darle más brillo a esa situación en una novela era una mujer.
Es una periodista que trabaja con un fiscal y con otra mujer: una joven desmovilizada de las FARC por el proceso de paz.
Eso me llamó la atención. Es la primera novela colombiana que leo que se sitúa luego del proceso negociación. ¿Influyó eso en que decidiera que fuera una novela negra?
Es que fíjate que, pensando precisamente que la novela negra es el método ideal para analizar presente.... Todo esto coincide con mi regreso a Colombia en 2015 después de vivir 30 años en Europa.
El libro del regreso es "Volver al oscuro valle", donde tengo el optimismo vigilante sobre el proceso de paz, la posibilidad de casi una segunda nueva independencia para el país, de crear una sociedad nueva.
Después vino lo que todos sabemos, la ducha de agua fría en el plebiscito de 2016 (en el que triunfó el No al proceso de paz con las FARC). Todo eso lo viví en Colombia.
Entonces “Será larga la noche” es una novela un poco agridulce en términos políticos, por las situaciones que se plantean luego del proceso de paz, donde siguen existiendo focos de violencia y problemas que me parecen estaban dentro del presupuesto.
Porque, como decía Estanislao Zuleta, el único proyecto de filósofo que hemos tenido en Colombia, aspirar a una sociedad que no tenga conflictos, es una utopía.
A lo que se debe aspirar es a tener mejores conflictos, más adecuados con la realidad.
Por ejemplo, el de las iglesias evangélicas en Colombia es un tema del presente y ya no es exclusivo de Colombia.
No es como pasaba antes, que Colombia era el único país que tenía guerrilla y mucho antes era el único país que tenía narcotráfico... Ahora Colombia se ha "modernizado" un poco en sus conflictos, porque el problema de las iglesias evangélica atraviesa todo el continente, desde Estados Unidos hasta Chile. También en África.
En los países de lo que antes se llamaba el Tercer Mundo, el problema de las iglesias evangélicas y su suplantación del Estado en ciertas regiones a cambio de fidelidad política es brutal.
Esas iglesias están poniendo en jaque la democracia.
Ya vimos lo que pasó en Brasil, donde se eligió prácticamente a un fascista con el apoyo de las iglesias evangélicas. Es el caso en Estados Unidos con Trump...
Centroamérica...
Y ni se diga en Centroamérica.
Inclusive en un país donde ganó el progresismo como es México, las iglesias evangélicas apoyan a López Obrador porque su esposa pertenece a una de ellas. Lo que me hace pensar que esas iglesias están con el poder, no importa que sea de izquierda o de derecha.
Es un problema, pues, no solo de Colombia, sino de toda la región.
Entonces sí, la mía es una novela del posconflicto, en la medida en que se fija en problemas que se hicieron visibles después de que se quitó la gran manta de lo que fue la guerra contra las FARC.
A las iglesias evangélicas incluso las considera un problema de seguridad nacional.
Claro, son un problema de seguridad nacional porque están poniendo en jaque la democracia, están trabajando activamente a favor de la corrupción.
Acabamos de ver en las elecciones colombianas de alcaldes y gobernadores cómo las iglesias evangélicas en muchísimas regiones vendían directamente los votos de sus feligreses a los caciques políticos locales.
En Bogotá se llegó a decir —no sé si llegó a esa cifra— que más de cien iglesias apoyaban al candidato de la derecha, que no ganó.
Entonces, lo que hacían es que los candidatos visitaban las iglesias, los pastores los presentaba como un "buen hombre, "Cristo está en su corazón" y daban la orden o el consejo apremiante de votar por él.
Eso es utilizar la democracia para conseguir cuotas de poder o incluso llegar al poder y después convertirse en algo antidemocrático.
En Colombia tuvieron un papel clave en el No al plebiscito de paz...
Por supuesto. El plebiscito se perdió solo por 53.000 votos sobre una votación de casi 10 millones. Y las iglesias evangélicas fueron fundamentales para que muchísima gente creyera en las mentiras sobre las cuales se basaba el No.
Fue el año del Brexit, de Trump, el año en que se puso de moda esa palabra que ahora es casi un lugar común, la "posverdad".
Ahí estaban las iglesias evangélicas diciéndole a sus feligreses que si ganaba el Sí, Colombia se convertiría en un Estado homosexual, que básicamente iba a ser obligatorio ser guerrillero y que la mitad de las pensiones se las iban a quitar a los pensionados para dárselas a la guerrilla. Mentiras.
A pesar de su crítica tan fuerte, uno ve en su novela —que es sobre todo una novela de personajes a pesar de pertenecer al género negro— caracteres muy sólidos. Los pastores que aparecen ahí no son caricaturas, son muy bien trabajados. Muestra la fuerza y el carisma que tienen.
Claro, es que yo no creo en un tipo de novela negra esquemática, donde los malos son ciento por ciento malos y los buenos ciento por ciento buenos.
Una novela negra debe cumplir con las normas de la literatura que a mí me gusta.
Y dentro de esas normas está que los personajes deben ser complejos, contradictorios, sólidos. Como es la mayoría de la gente en la vida real.
Las pastores de mi novela son personas que han tenido historias durísimas, vidas de aventuras y que también tienen una parte heroica.
En lo que hablaba de la dureza de las vidas de los personajes en la novela hay un tema recurrente: la ausencia del padre. Ocurre en especial con los dos pastores, pero también con otros.
Fíjate que uno de los títulos originales de la novela era "El complejo de Telémaco", es decir, esa añoranza del padre que no llega a poner orden.
Yo creo que es algo que tiene mucho que ver con América Latina y por supuesto con Colombia.
Porque la figura paterna, en una sicología colectiva, también se reconoce con la nacionalidad, con la fuerza de una nacionalidad que te protege, te suministra salud, educación, pero también te limita. Te pone reglas y además te castiga en caso de que no las cumplas.
Colombia es un país que carece de una nacionalidad fuerte. Acá la gente no está protegida por una nacionalidad a diferencia de los países de Europa.
Si una persona de un país europeo se mete en un lío en cualquier parte del mundo, su nacionalidad va por él, lo trae de vuelta y lo protege. Si en su país pierde el empleo, le da un seguro...
Nosotros no tenemos eso.
Tal vez esa es una de las fuentes de la corrupción y de la obsesión por ser rico acá en América Latina.
A veces creo que tiene que ver con esa ausencia de nacionalidad protectora y entonces la gente tiene como esa obsesión de construir su propio estado de bienestar a como dé lugar, con muros y con guardias armados.
En países que ya lo han construido, la gente no necesita ser millonaria. ¿Qué necesidad tiene un francés de ser millonario?
Los hay, por supuesto, pero no es la obsesión nacional. Porque están protegidos por una gran nacionalidad que, hagan o que hagan y se metan donde se metan, los va a cobijar.
Todo eso tiene que ver con la ausencia de un padre.
Además Colombia, después de 50 años de guerra, es un país de huérfanos. De juventudes solitarias llenas de preguntas. De deseos de venganza. De soledad rencorosa.
Por eso gran parte de la juventud popular, que es la que sufre —los indígenas, los afros y los campesinos— terminan buscando la protección de una organización, un cierto padre psicológico.
Y puede ser la guerrilla, los paramilitares, el ejército o el narcotráfico.
Lo hacen para pertenecer a algo, porque el deseo de pertenencia es también el deseo de protección.
Y es el deseo de sumisión: estar sometido algo que además nos protege y nos da una identidad.
Entonces acá la juventud está a la intemperie. Y por supuesto que las iglesias evangélica y la iglesia tradicional también cumplen el papel de darle un padre a los huérfanos.
Ese es uno de los problemas de esta nación. Y por eso es uno de los centros de mi novela.
¿Cómo ha sido recibida la novela en Colombia?
Muy bien. Tú sabes que aquí en Colombia hay muy poca crítica literaria, pero en general la prensa ha sido entusiasta.
He recibido como es lógico —pero ya desde el punto de vista privado— infinitos insultos y amenazas de feligreses de iglesias evangélicas.
Aunque también he recibido perdones: muchos fieles de esas iglesias me han condenado, pero luego me han perdonado.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 7 y el 10 de noviembre de 2019.