“Irak no tiene que ser un terreno para que ajusten sus cuentas o sus conflictos los iraníes y los estadounidenses”. La queja de Alaa Sattar no es gratuita. Miles de iraquíes como él salieron a las calles de Bagdad y de varias ciudades del país desde el 1 de octubre para protestar contra los malos servicios públicos y la corrupción del gobierno. El estallido social, que ha causado la muerte de 450 personas desde entonces, derivó en protestas más estructurales: el Gobierno de Irak no funciona porque es un títere de Irán y de Estados Unidos.
Desde la invasión estadounidense del 2003 y el derrocamiento de Saddam Hussein, y su posterior ejecución, Irak se convirtió en un río de sangre que acabó con la vida de más de 100 mil personas, en una de las guerras más complejas que reacomodó la geopolítica del Medio Oriente.
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Los estadounidenses dejaron en Irak un sistema político basado en el reparto de puestos en función de la religión y las etnias, lo que permitió que los chiitas –que habían sido relegados durante la dictadura de Hussein– tomaran el poder.
La salida de los militares estadounidenses de Irak, en el 2011, motivó a Irán para tener cada vez mayor injerencia en los asuntos políticos iraquíes, mientras la población intentaba recuperarse poco a poco de las secuelas de la guerra.
Pero en el 2014, el terror volvió a Irak. La irrupción del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Irak y Siria –sunitas fundamentalistas y, por tanto, rivales de los iraníes– motivó la aparición de milicias chiitas adeptas a Teherán que empezaron a combatir al EI junto a tropas estadounidenses y grupos kurdos. Una coalición que juntaba a perro, pericote y gato, pero que consiguió poco a poco la caída del autoproclamado califato.
Estas milicias se agruparon bajo el paraguas de la organización Multitud Popular, que ya forma parte de las Fuerzas Armadas iraquíes, pero que son digitadas desde Irán y, por tanto, tienen un fuerte sentimiento antiestadounidense, por lo menos en el papel, sobre todo por las fuertes sanciones de
Washington hacia Teherán y la tensión nuclear entre ambos países.
En diciembre ocurre el bombardeo estadounidense contra uno de estos grupos proiraníes en Irak –Kataib Hezbolá– en que mueren 25 de sus combatientes, en represalia por la muerte de un contratista norteamericano. Esto causa el reciente ataque a la embajada estadounidense en Bagdad, el preámbulo del asesinato del general Qasem Soleimani en pleno territorio iraquí.
¿Y las reivindicaciones ciudadanas? Con los tambores de guerra sonando otra vez, las protestas de los iraquíes por mejores servicios públicos seguirán esperando.