En una videocolumna en este medio titulada “La búsqueda de un Bolsonaro peruano”, sostenía la hipótesis de que la elección de Jair Bolsonaro en Brasil se debía a la valoración negativa que parte del electorado tenía de los gobiernos anteriores antes que a su afinidad ideológica con el candidato.
Esa hipótesis se basaba en diversos indicios. Por ejemplo, en encuestas de opinión regionales, la mayoría de los votantes (incluyendo Brasil) siempre se ubicó a sí misma en torno al centro político. Otro indicio de que los brasileños no eligieron un presidente de derecha radical por razones ideológicas era que ellos mismos venían de elegir cuatro gobiernos consecutivos de izquierda.
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En México, por su parte, ocurrió algo parecido, pero en dirección opuesta: cuatro gobiernos consecutivos que, con bemoles, podrían calificarse como de derecha, fueron sucedidos por un gobierno proveniente de la izquierda, el de Andrés Manuel López Obrador. Este último había sido candidato presidencial dos veces antes y su votación merodeó un tercio del electorado, así que sabemos que el 53% de la votación que obtuvo en el 2018 trascendía su base electoral habitual. Es decir, Brasil y México tuvieron cambios abruptos de orientación política, pero en direcciones opuestas.
¿Qué podrían tener en común ambos casos? La encuesta Latinobarómetro encontró en el 2018 que, en promedio, el 79% de los encuestados en nuestra región opina que en su país se gobierna “para unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio”. Y añadía que, en Brasil, el 90% tiene esa opinión, y en México, el 88%. “Estos dos países han elegido presidentes ‘extramuros’ del sistema político”. Es decir, una hipótesis similar a la que esbozamos al inicio.
A su vez, en Argentina habría que suponer que el votante medio cambia de orientación en forma zigzagueante para explicar los resultados con base en sus preferencias ideológicas: eligieron en tres ocasiones sucesivas presidentes provenientes de la izquierda peronista, luego eligieron en el 2015 a un presidente conservador para, finalmente, volver a elegir al peronismo de izquierda en el 2019.
El último indicio de que la ideología no parece explicar los cambios en la orientación del voto lo proveen las últimas elecciones congresales en el Perú. En este caso, los sectores ideológicamente afines a la derecha radical pasaron de ser una mayoría absoluta en el Congreso unicameral a ser una minoría marginal, sin poder de veto en decisiones que requieren mayoría calificada. Más aún, una de esas fuerzas políticas (Solidaridad Nacional) apeló en forma explícita al paralelo con Bolsonaro como carta de presentación, sin obtener a cambio congresista alguno. Durante esa campaña, por ejemplo, el secretario general de Solidaridad Nacional, Rafael López Aliaga, sugirió que sería candidato a la presidencia en el 2021. La cobertura del diario “Perú21” añadía que, “en algunos asuntos como la defensa de la familia o el rechazo al aborto, quiere ser como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro”.
El propio resultado electoral sugiere que existe en el Perú una proporción significativa de los votantes que, en una serie de temas (desde la igualdad de género hasta la seguridad ciudadana), calificaría como conservador. Pero el 26 de enero la motivación principal de gran parte del electorado parece haber sido el castigo hacia una mayoría obstruccionista en el Congreso antes que sus preferencias ideológicas.