En los últimos meses parecería que el mundo está en llamas, parafraseando el título del libro de Amy Chua, donde previene sobre los males de la globalización. Aunque la autora de “El Mundo en Llamas” sostiene que es peligroso establecer democracias de libre mercado al estilo occidental en países en vías de desarrollo, los violentos disturbios que han tenido lugar en diferentes partes del mundo parecen indicar un malestar que va más allá del sistema y se relaciona, más bien, con la incapacidad de los políticos para comprender la frustración y la rabia de sus conciudadanos, desdeñando sus demandas al extremo de ceder solo cuando el descontento se desborda a extremos inconcebibles.
En octubre del año pasado se inició en Francia el movimiento de los ‘chalecos amarillos’ a través de las redes sociales para protestar contra el alza del diesel.
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Las autoridades desoyeron los reclamos, hasta que comenzaron los bloqueos en las carreteras y se organizaron manifestaciones en las grandes ciudades. Disturbios de una violencia nunca vista estallaron todos los sábados en París, sobre todo en los emblemáticos Campos Elíseos, símbolo del lujo de la élite parisina. Suspender el alza del combustible no logró que el movimiento se detuviera. Un año después las protestas continúan.
El 9 de junio de este año en el actual territorio chino de Hong Kong empezaron las gigantescas manifestaciones contra una ley que permitiría la extradición de sus ciudadanos a China continental. Los hongkoneses temen que al instaurar esta ley Beijing se permita perseguir a los opositores políticos y así terminar con la independencia jurídica de la isla.
El movimiento degeneró en violencia, incendios y una gran represión, pero esta solo logró exacerbar los ánimos. El presunto homicida, cuya posible extradición dio lugar a los disturbios, fue liberado el miércoles 23, pero las manifestaciones continuarán.
El mes pasado en Ecuador estalló la violencia tras el discurso del presidente Lenín Moreno anunciando un paquetazo que incluía la eliminación del subsidio de la gasolina, lo que duplicaba su precio. Ante la amplitud de las manifestaciones Lenín no tuvo mejor idea que huir a Guayaquil y establecer allí temporalmente el gobierno. ¿A qué le temía el presidente? ¿A sus propios ciudadanos o a su conciencia por haber aplicado un programa completamente distinto al que prometió durante su campaña?
Un jefe de Estado representa a todos sus ciudadanos, a los que están de acuerdo con él y a los que protestan contra él y no es huyendo que se conectará con ellos. Se suspendió el alza de la gasolina y ahora negocia con las organizaciones sindicales y los colectivos indígenas las medidas que se adoptarán para cumplir con las obligaciones ante el FMI.
Poco se habla de las sangrientas protestas contra el presidente Moise en Haití que ya duran seis semanas y que le han costado la vida a treinta personas.
En Bolivia, turbas enardecidas han provocado incendios para protestar contra el fraude electoral que llevaría por cuarta vez al poder a Evo Morales. Hasta el momento los disturbios no han impedido que Morales se declare vencedor en las urnas.
Y el peor ejemplo de cómo manejar un conflicto lo dio en Chile Sebastián Piñera, que vivía tan desconectado de la realidad que no avizoró el estallido social que se le venía encima al aumentar 30 pesos el costo del pasaje del Metro de Santiago.
El país más estable política y económicamente en América Latina -pero en el que subsisten las mayores desigualdades- estalló literalmente en llamas sin que el presidente entendiera nada. En vez de abrir espacios de diálogo sacó al ejército a las calles.
En vez de hacer un llamado a la calma dijo que estaban en guerra. ¿El mismísimo jefe de Estado anunciaba una guerra civil? Aplicaba el Estado de Emergencia y el toque de queda. Los manifestantes desatados desoyeron las medidas coercitivas, la violencia se exacerbó, cundieron los pillajes y los incendios. Con 20 muertos a cuestas Piñera salió a pedir perdón, eliminó el alza de pasajes, anunció aumentos al sueldo mínimo, subsidios a los jubilados y un largo etcétera.