En la instantánea del nuevo gobierno de Finlandia aparecen diez mujeres y cinco hombres sonrientes. En la foto faltan cuatro ministros, dos hombres y dos mujeres más que, el 10 de diciembre último, no pudieron asistir a la histórica instalación del gabinete de este pequeño pero sobresaliente país de la Unión Europea, que ha hecho de la educación su estandarte y que acaba de elegir a Sanna Marin de 34 años, vicepresidenta del Partido Social Demócrata (SDP), como la primera ministra más joven del mundo. La acompañan en el gobierno cuatro ministras menores de 35 años, todas líderes de los partidos que forman la coalición en el poder.
Todo empezó el 3 de diciembre, con la renuncia del hasta entonces primer ministro social demócrata Anti Rinne, un antiguo líder sindical, quien tomó posición a favor de una huelga de empleados postales, lo que le acarreó duras críticas de la derecha. Rinne dio un paso al costado y Marin, que ocupaba desde junio la cartera de Transportes, postuló su candidatura para primera ministra. Ganó por 32 votos contra 29 a Antti Lintdman, de 37 años, representante del ala derecha del SDP.
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Pese a su juventud Marin no es una improvisada en política: en el 2006 integró el Movimiento de Juventudes del SDP, en el 2012 - año en que se graduó en Ciencias Administrativas- obtuvo una curul en el Concejo Municipal, en el 2014 fue elegida vicepresidenta de su partido y en el 2015, diputada. El recorrido típico de un político tradicional.
Finlandia es una pequeña república parlamentaria de 5 millones de habitantes. Fue el primer país en permitir el sufragio universal femenino en 1906, aún antes de obtener la independencia de Rusia, en 1917.
Por eso, tal vez, la masiva participación de las mujeres en política no causa sorpresa y nadie osaría llamar ‘mocosita’ a la primera ministra o a las otras cuatro jóvenes líderes de la coalición. La mayoría provenientes de familias modestas. La madre de Marin fue pupila en un orfelinato y ella (Marin) fue criada por dos madres mucho antes de que se legalizara el matrimonio gay. Es la primera de su familia que cursó estudios universitarios.
Katri Kulmini, la ministra de Finanzas, es hija de granjeros de un pequeño pueblo del norte de Laponia.
La ministra de Educación, Li Andersson, trabajó como cajera en un parque de atracciones en Finlandia y de camarera en Francia.
Maria Ohisalo, ministra del Interior, doctora en Sociología, vivió en un albergue cuando sus padres perdieron el trabajo. Cuando le dicen que ella investiga la pobreza, responde que en realidad “investiga el bienestar”.
¿Qué une a estas mujeres que hacen resonar sus tacones desde el martes último en el Valtioneuvoston linna (el palacio de gobierno finlandés)? El haber recibido una buena educación, un excelente servicio de salud y el involucrarse desde muy jóvenes en la vida política de su país, uno de los diez más ricos del mundo en renta per cápita, según el Banco Mundial y entre los menos corruptos.
Marin lo resume así: “vengo de una familia con pocos recursos y no hubiera tenido posibilidades si no tuviéramos un sólido Estado de bienestar y un buen sistema educativo”.