Una enfermera del hospital Lancet Nectare espera al próximo paciente para realizar una prueba de coronavirus COVID-19 en Johannesburgo, Sudáfrica. (Foto de LUCA SOLA / AFP).
Una enfermera del hospital Lancet Nectare espera al próximo paciente para realizar una prueba de coronavirus COVID-19 en Johannesburgo, Sudáfrica. (Foto de LUCA SOLA / AFP).
/ LUCA SOLA
Agencia AFP

“Cada semana perdemos a una colega”, confiesa Nthabeleng, una joven enfermera en una zona rural de . “Es como hacer cola para morir, esperamos nuestro turno”.

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El país más afectado de África por la pandemia del atraviesa una segunda agravada por una cepa particularmente contagiosa.

Las camas de los servicios de cuidados intensivos siguen ocupadas y las condiciones de trabajo son temibles, testimonian numerosos miembros del personal sanitario, a pesar del silencio mediático impuesto por las autoridades que niegan todo acceso a los hospitales.

A pesar de las estrictas instrucciones de evitar a los periodistas, algunos quieren contar el infierno que viven, entre la afluencia de pacientes, la falta de material de protección y la muerte omnipresente.

Secuencias de trabajo de doce horas y pacientes asustados que hay que tranquilizar y con quienes, a menudo, es necesario desmontar los prejuicios y rumores conspirativos que rodean la enfermedad.

Nthabeleng, madre de familia de 28 años, una de las tres enfermeras de la clínica de Limpopo (norte, una de las regiones más pobres del país), está estresada y tiene tanto miedo de contraer el virus como de transmitirlo.

“Cuando salgo del servicio covid-19, me saco todo el equipo de protección en el patio detrás de la clínica. Luego regreso y me ocupo de otros pacientes que tengo que tocar, entre ellos mujeres embarazadas”, cuenta con voz temblorosa.

Perdimos la cuenta

La mayoría de los pacientes deben presentarse primero en su clínica local para someterse a pruebas antes de ser ingresados en el hospital.

La falta de personal obliga al personal de salud a pasar del “servicio covid” a “servicios no covid”.

“Nos infectamos y luego infectamos a los pacientes, los pacientes se van e infectan a otros, y también infectamos a nuestras familias”, resume un enfermero, de 27 años, que pidió el anonimato.

Entre el personal hospitalario, la tasa de infección es alarmante. “Algunos se curan, otros mueren. Pero la escasez de material de protección sigue siendo un gran problema”, afirma Nthabeleng.

Su trabajo de alto riesgo y la falta de máscaras y otras batas desechables la obligaron a abandonar su casa, y ahora duerme en la clínica.

Según el Sindicato de Educación Nacional y Salud (NEHAWU), la cifra oficial de 18 enfermeros muertos por covid-19 en la provincia de Limpopo es engañosa. “Las cifras reales son más importantes”, dice su portavoz regional Jacob Adams.

Por su parte, el sindicato de enfermeros YINTU explica que las cifras oficiales son “absolutamente incorrectas”. “Creo que en un momento dado se perdió la cuenta”, confía a la AFP su presidente Lerato Mthunzi. “Los muertos no fueron sustituidos, las enfermeras que estaban desempleadas siguen estando desempleadas”, lamenta, y pide a las autoridades que cubran los puestos vacantes.

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