Poco antes del inicio del hach, el punto culminante del calendario musulmán y uno de los encuentros religiosos más grandes del mundo, la multitud se hacía más y más compacta en La Meca, la ciudad santa que vio nacer el islam y a su profeta Mahoma hace 14 siglos.
"Es la primera vez que siento algo tan fuerte, es increíble", explicaba en un árabe tentativo Sobar, un peregrino indonesio de 40 años, tocado con fez rojo, el gorro tradicional de Turquía y el Magreb.
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Oleadas de fieles llegados del mundo entero y vestidos de blanco iban llegando a la ciudad situada al oeste del reino ultraconservador para completar cinco días de ritos que apenas han cambiado desde la época del fundador del islam.
"El islam nos une", asegura Leku Abibi, un mecánico ugandés de 46 años, vestido con una camisola beige.
El martes ya habían llegado más de 1,8 millones de peregrinos extranjeros, según cálculos de las autoridades.
La peregrinación a La Meca es uno de los cinco pilares del islam y todo musulmán debe cumplir con él al menos una vez en la vida si puede permitírselo.
En total, contando a los saudíes, más de 2,5 millones de fieles harán el hach este año, según la prensa local.
"Todas las nacionalidades"
El hach comienza en este año en un contexto de fuertes tensiones regionales entre Washington y Teherán, exacerbadas por incidentes como ataques contra petroleros, un dron abatido y tanques capturados en el Golfo.
Arabia Saudita, líder regional y gran rival de Irán, y su aliado estadounidense acusan a Teherán de estar detrás de estos ataques, algo que la república islámica desmiente.
Pese a la ausencia de relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, este año participan en el hach 88.550 iraníes, según la agencia persa Tasnim.
El lugar estrella de La Meca estos días es la Kaaba, una estructura cúbica cubierta por una tela negra bordada en oro cuyo acceso está prohibido a los no musulmanes situada en el corazón de la Gran Mezquita, cuyos minaretes de estilo otomano son observados por rascacielos llenos de galerías comerciales y hoteles de lujo.
Es hacia la Kaaba que los musulmanes del mundo entero se giran durante sus cinco rezos diarios. Los fieles deben completar siete vueltas alrededor de esta estructura y seguir una serie de estrictos rituales.
"Están todas las nacionalidades, todos los idiomas. No hay diferencias entre nosotros", asegura Nurul Jamal, un jubilado indio de 61 años.
A la espera del inicio del hach, los peregrinos deambulan o rezan en la Gran Mezquita y sobre la explanada, soportando temperaturas que en el exterior superan los 40 grados.
Desafío en materia de seguridad
Los hombres llevan dos piezas de tela blanca no cosidas llamadas "ihran", dejando un hombro al descubierto. La mujeres van totalmente cubiertas a excepción de la cara y las manos. Los peregrinos suelen desplazarse en grupos orientados por guías que enarbolan carteles de cada país.
Fuera de las horas de rezo, los "huéspedes de Dios" toman al asalto los innombrables comercios que hacen, literalmente, su agosto, con el peregrinaje. El turismo religioso aporta a Arabia Saudita miles de millones de euros cada año.
Pero al mismo tiempo, esta gigantesca cita de fieles supone un desafío logístico y de seguridad. Desde la estampida que en 2015 provocó la muerte de unos 2.300 peregrinos, Riad ha reforzado su dispositivo de vigilancia con decenas de miles de cámaras y personal especializado que supervisan cada rincón de la ciudad santa.
Fuente: EFE