Un mundo perdido, tribus carnívoras, una exuberante e impenetrable selva, aviadores de la II Guerra Mundial heridos y perdidos, un rescate imposible... la excitante historia quedó en el olvido durante más de seis décadas, pero el libro "Perdidos en Shangri-La" la recupera.
Si no fuera porque el escritor y profesor de periodismo Mitchell Zuckoff encontró tanta evidencia de que ocurrió como él lo cuenta, el relato parecería tan inventado como las leyendas que existían sobre el lugar donde pasó.
Pero así todo hubiera sido ficción, valdría la pena, pues tiene todos los elementos y el encanto de lo mejor de Indiana Jones.
Incluso una heroína que físicamente tenía poco que envidiarle a Grace Kelly.
Y fue precisamente gracias a ella que la prensa de la época reportó el incidente. "Cuando los reporteros vieron su foto, empezaron a cubrir la historia pues era como si una joven estrella de Hollywood se hubiera caído en la mitad de la selva: era como salido de una película de Tarzán".
Y, gracias a que su belleza cautivó a los periodistas, Zuckoff se topó con la historia en el archivo del Chicago Tribune, cuando estaba investigando otro tema.
"¡Ahí estaba! Bajo el título 'Rescate con planeador en Shangri-La retrasado por nubes'(...) ¡Era como fantasía!", le cuenta el autor a BBC Mundo.
PERO EMPECEMOS POR EL PRINCIPIO
Era mayo de 1945 y mientras que en Europa ya celebraban la victoria, en el Pacífico, la Segunda Guerra Mundial aún no terminaba.
Sin embargo, ya no había combates en lo que entonces era Nueva Guinea Neerlandesa (hoy, las provincias indonesias Papúa y Papúa Occidental, en la isla que queda al norte de Australia). Así que un grupo de militares estadounidenses se preparaba para disfrutar de un paseo recreativo en avión.
"Yo no sabía que esas cosas pasaban, pero un piloto que estuvo en Iraq recientemente me contó que todavía se hacen ese tipo de vuelos. Los llaman 'vuelos de incentivo': si quieren premiar a alguien, como un cocinero que se la pasa metido en una cocina caliente, de tanto en tanto los llevan a pasear", señala Zuckoff.
En este caso, en esa época, el paseo era a lugar tan exótico como desconocido.
"Un año antes de este vuelo, dos aviadores estadounidenses sobrevolaron el lugar y donde el mapa decía que había montañas vieron un valle increíble, habitado por decenas de miles de personas para las cuales la Edad de Piedra nunca había terminado".
Una vez que lo encontraron, todo el mundo quería ir. "Pero nadie podía llegar: no se podía aterrizar, ni era fácil ir a pie, pues estaba rodeado de montañas. Así que todo el mundo quería tomar uno de estos vuelos, para poder mirarlo desde las ventanas".
Unos de los primeros en ir fueron dos corresponsales de guerra y, al verlo desde la altura, "pensaron en Horizontes Perdidos de James Hilton, la idea de lugares magníficos, alejados de la civilización", por lo que lo apodaron "Shangri-La" y así se le conoció.
MITOS DISTÓPICOS
Poco se sabía del lugar, particularmente, de sus habitantes. Un biólogo, Richard Archbold, había estado ahí, "pero él no estaba interesado en la gente, sino en la flora y fauna".
Como suele ocurrir, la falta de conocimiento engendró mitos.
"Se decía que medían más de dos metros, que practicaban sacrificios humanos...", le cuenta Zuckoff a BBC Mundo.
Ninguno de estos rumores resultó cierto.
En cualquier caso, quienes se disponían a viajar no tenían ninguna intención de comprobar la veracidad de las leyendas: el plan no era más que sobrevolar el área, como cualquier turista.
El 13 de mayo, 24 militares se embarcaron en el avión The Gremlin Special (El gremlin especial), un nombre que -dado el desenlace- resultó desafortunadamente acertado.
El gremlin especial se estrelló contra una montaña y sólo tres pasajeros sobrevivieron.
"La primera es Margaret Hasting, esta bella cabo del ejército; el segundo es el sargento Kenneth Decker, quien sufrió una herida terrible en la cabeza y quedó amnésico -no recordaba nada del accidente aéreo-. El tercero, teniente John McCollom no tenía muchas heridas físicas, pero sufrió lo que sólo se puede describir como una herida existencial. Su inseparable hermano gemelo estaba en el avión pero murió. Así que cuando salió a la selva, se encontró solo por primera vez en la vida".
Con mucha dificultad, todos los líquidos que encontraron y algunas bolsitas de dulces, emprendieron su camino hacia el valle.
"McCollom se dio cuenta de que si se quedaban ahí, se morían. No había ningún chance de que los encontraran, pues están en medio de una tupida selva. Así que se fueron en busca de un claro en el valle, y McCollom llevó consigo un pedazo de lona amarilla: algo que pensó se podría ver desde el aire", relata Zuckoff.
Y esa fue su salvación: el pincelazo de amarillo en ese mar de verde fue lo que quienes los buscaban vieron.
DIABLOS O ÁNGELES
Como era de esperarse, eventualmente se dio el temido encuentro: los tres sobrevivientes heridos se vieron de frente con unos nativos que nunca habían visto personas blancas, que no medían más de dos metros ni hacían sacrificios humanos, pero que sí practicaban el canibalismo y no les gustaban los intrusos.
"Eran guerreros caníbales y según el ritual, si mataban a un enemigo, era común comerse su carne. Varios querían matarlos pero Wimayuk Wandik, el líder de la tribu, les recordó de una leyenda que profetizaba que un día, espíritus o fantasmas de piel clara bajarían del cielo. Así que, en vez de comérselos, decidieron que tenían que ayudarlos y protegerlos", cuenta Zuckoff.
Entre tanto, el ejército estadounidense no sabía bien qué hacer: habían visto a los sobrevivientes pero no había forma de rescatarlos.
No se podía aterrizar.
Lo único que podían hacer era enviar a más soldados -con medicinas y provisiones- para ayudarlos pero, ¿a quién se le podía pedir que fuera a un lugar desconocido habitado por tribus salvajes, sin esperanza de volver?
OTRO PERSONAJE DE PELÍCULA
"Resultó que había una muy inusual unidad del ejército, liderada por C. Earl Walter Jr., un formido estadounidense que creció en Filipinas. Capitaneaba una unidad de paracaidistas filipinos que habían sido entrenados para llevar a cabo misiones detrás del frente enemigo".
Como no habían sido llamados a la acción, estaban a la espera cuando les llegó una llamada preguntándoles si querían ser los voluntarios de esta misión.
"Earl todavía está vivo y me contó que el lema de la compañía era 'Cueste lo que cueste'. Y que cuando le dijo a sus soldados 'hay miles de enemigos por cada uno de nosotros, no hay forma de escapar, tendremos que marchar por kilómetros sin casi ninguna provisión y nadie nos puede ayudar... ¿alguien quiere venir?'. Y todos se levantaron y dijeron 'cueste lo que cueste'", le dice Zuckoff a BBC Mundo.
Poco después, Walter y 10 de sus mejores hombres se lanzaron en paracaídas sobre Shangri-La.
Cuando tocaron tierra, se vieron rodeados por tantos nativos que, aunque iban armados, supieron que no tenían chance.
"Se vieron en esta confrontación en la que Earl no sabía qué hacer pero resultó ser uno de los malentendidos más cómicos de la guerra, en el que Earl y sus hombres terminaron desnudos. Pero le guardo el placer de descubrir cómo se llegó a eso a los lectores del libro".
EL RESCATE
No había nada qué hacer... excepto quizás, intentar un rescate descabellado.
El plan era que quienes estaban en tierra erigieran una especie de arco de fútbol americano: dos postes verticales unidos a medio camino con uno horizontal. En la parte superior, iba una cinta elástica de la cual estaría amarrado un planeador.
Así, aviones equipados con cuerdas y ganchos volarían muy cerca a la superficie, engancharían la cinta elástica para que ésta levantara al planeador, ojalá en la dirección y a la altura indicada.
"Esto se había hecho antes. Se llamaba snatching, pero nunca se había intentado a esta altitud, ni rodeados de montañas, en la mitad de la selva... nunca en nada parecido a estas circunstancias, nunca en condiciones tan adversas. De hecho, este tipo particular de planeador tenía un apodo durante la II Guerra Mundial: lo llamaban 'el ataúd volador'", señala el autor de "Perdidos en Shangri-La".
CON OJOS DE NIÑO
La delicia de esta historia es que Zuckoff no sólo logro conseguir todo lo que se escribió entonces sino también fotos y fascinantes recuerdos de los involucrados. Y no sólo estadounidenses. Habló también con los nativos: adultos que eran niños cuando humanos blancos cayeron del cielo.
"Si los marcianos aterrizaran en mi jardín, yo lo recordaría por el resto de mi vida, y así fue para ellos: esto era tan lejano a su experiencia. Habían vivido en un mundo prehistórico desde siempre y de repente había aviones volando y estrellándose y gente. Recordaban todo y me lo contaron (...) Y eso amplió totalemente el panorama: poder tener no sólo la historia como la vieron los aliados que estaban allá, pero la idea de poder contar con la perspectiva de lo que los nativos pensaban que estaba pasando... en ese momento fui el escritor más feliz del mundo", contó.
Quizás, lo más inverosímil de todo es que éste evento se haya perdido de la memoria colectiva de una guerra que ha dado tantas historias.
"¡Yo creía que Steven Spilberg era el dueño de toda la Segunda Guerra Mundial! Es increíble que esto haya sido pasado por alto. Es como el libreto de una película", dice Zuckoff y confiesa: "Mientras lo escribía, mi gran temor era que alguien lo encontrara y se lo entregara a Hollywood".