Beijing. [AFP]. Frente a Donald Trump y sus incesantes tuits, Beijing no podía quedarse mudo: sus diplomáticos utilizan Twitter (aunque en China está bloqueado) para defender al gigante asiático, pero no siempre guardan las formas.
En total, una decena de embajadores, cónsules y altos funcionarios publican en la red social en inglés, rompiendo el discurso estereotipado del poder comunista.
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Incluso el ministerio de Relaciones Exteriores se puso a usarlo. En diciembre abrió una cuenta en Twitter, con mensajes que no escatiman en signos de exclamación.
“Algunos están dispuestos a tragarse las mentiras más que las informaciones verificadas. ¡Absurdo y preocupante!”, tuiteó el ministerio sobre un supuesto exespía chino que solicitó asilo a Australia a finales de 2019.
“¿China se habría enriquecido gracias al dinero de Estados Unidos? ¡LOL!”, publicó, burlándose de las afirmaciones estadounidenses según las cuales Washington tuvo un papel decisivo en el desarrollo económico chino.
La embajadora de China en Nepal tuitea su foto delante de templos, su colega de Sudáfrica publica poesía occidental y el de Reino Unido defiende con vehemencia al gigante de las comunicaciones Huawei frente a las sanciones de Estados Unidos.
Este interés por Twitter coincide con las crecientes presiones de los países occidentales contra Beijng, a raíz de la detención de musulmanes en Xinjiang o de las manifestaciones en Hong Kong.
Sin olvidar la guerra comercial China-Estados Unidos, que desde 2018 atiza las tensiones entre las dos potencias.
“Más eficaz”
La prensa y los dirigentes chinos tienen problemas para difundir sus mensajes en el extranjero, en parte debido a la barrera del idioma y del formalismo, apunta Yuan Zeng, especialista de los medios de comunicación en la Universidad de Leeds.
Pero hoy en día hay “una demanda insistente para hacer oír la voz de China de una forma más eficaz”, sobre todo en Twitter, explica esta experta.
Beijing ve “cómo el presidente estadounidense es popular en la red social y cuántos medios occidentales citan a menudo sus tuits”, destaca Tang Wenfang, profesor en la Universidad de Ciencias y Tecnología de Hong Kong.
“En ese sentido, es el efecto Trump”, dice.
Las autoridades bloquean el acceso en China continental a las redes sociales extranjeras, como Facebook, Twitter, Instagram o YouTube, una medida apodada “la Gran Muralla electrónica”.
Para evitar cualquier error, hasta ahora los diplomáticos chinos no utilizaban mucho las redes sociales, y dejaban a los medios estatales defender la posición del gobierno.
Pero el peso político y económico de Beijing los ha llevado a lanzarse en internet. Ahora se expresan de manera más firme, estima Ardi Bouwers, especialista de los medios en el gabinete holandés China Circle.
En un comunicado, el ministerio de Relaciones Exteriores indicó que había abierto las cuentas en Twitter “para comunicar mejor con otros países y explicar mejor la situación de China y su política”.
Niños y vacas
¿Pero es justo que Beijing utilice esta red social, prohibida en el país e inaccesible para la gran mayoría de ciudadanos chinos?
“Tenemos el mayor número de internautas del mundo. Al mismo tiempo, gestionamos internet en virtud de las leyes y regulaciones en vigor” en China, respondió un portavoz de la cancillería, Geng Shuang, en una rueda de prensa el lunes.
La acogida de los internautas extranjeros es más bien buena.
Por ejemplo, la embajadora de China en Nepal, Hou Yanqi, tiene más 16.000 seguidores, gracias en parte a las imágenes en las que se la ve posando junto a niños y vacas.
Estas fotos, con miles de “me gusta”, tuvieron muchos comentarios positivos de internautas nepaleses.
Los comentarios de los mensajes del ministerio de Exteriores son menos agradables. Muchos de ellos son críticos y van acompañados de artículos que denuncian las políticas represivas chinas o de imágenes GIF que se burlan de Beijing.
Queda por ver “hasta qué punto los especialistas chinos de la información serán convincentes para mejorar la imagen de marca de su país frente a un público extranjero cultivado”, declara Alessandra Cappelletti, profesora de relaciones internacionales en la Universidad de Xi’an Jiaotong-Liverpool.