“Si un genocidio no es una línea roja para boicotear unos Juegos Olímpicos, entonces nada lo es”, ha dicho Zumretay Arkin, miembro del Congreso Mundial Uigur, la minoría étnica musulmana que es motivo de desencuentro entre China y la comunidad internacional.
El próximo año, Beijing será nuevamente sede de unos Juegos Olímpicos, esta vez en su edición de invierno, y los llamados a un boicot ya se escuchan fuertes.
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El Departamento de Estado de Estados Unidos ha calificado de genocidio a lo que ocurre en la provincia de Xinjiang, donde está asentada la minoría uigur, a la que el régimen chino no ha dudado en reprimir y controlar mediante esterilizaciones forzadas o la implantación de poblaciones de la etnia han, la mayoría del país.
Un panel independiente de la ONU reveló en el 2018 que entre 1 millón y 3 millones de uigures estaban retenidos en campamentos de detención con el objetivo de ser “reeducados”, pero organizaciones de derechos humanos han denunciado que son sometidos a torturas y trabajo esclavo. El régimen chino niega categóricamente todas estas acusaciones y señala que se trata de “centros de formación” que solo buscan acabar con el extremismo islámico.
Ya son unos 180 grupos de defensa de los derechos humanos los que se han organizado para pedir el boicot de los Juegos Olímpicos de Invierno del 2022 señalando que no se puede permitir a China albergar una gesta deportiva cuando su régimen va en contra del espíritu olímpico.
Pero esta iniciativa no ha quedado ahí. La misma presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, se sumó al pedido y ha llamado a un ‘boicot diplomático’, es decir, que ningún jefe de Estado o político vaya a la cita deportiva porque eso significaría avalar al régimen chino, que es considerado ahora como el principal rival de Occidente, papel que se ha reforzado con la pandemia del coronavirus.
“Si los jefes de Estado van a China a la luz del genocidio que está en curso, realmente surge la pregunta: ¿qué autoridad moral tienen para volver a hablar sobre los derechos humanos en cualquier lugar del mundo?”, dijo Pelosi en una audiencia en el Congreso en mayo pasado.
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El propio secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que estaban consultando con sus aliados “para examinar las preocupaciones y establecer un enfoque común sobre los Juegos”.
Los Juegos Olímpicos están programados para el 4 de febrero del 2022. Organizaciones de derechos humanos ya intentaron el año pasado ante el Comité Olímpico Internacional (COI) que los juegos sean otorgados a otra ciudad, pero no han tenido suerte. Todo seguirá según lo previsto.
“Al otorgarle la sede a Beijing para los Juegos Olímpicos, coronamos un régimen bárbaro con laureles cuando deberíamos condenar sus abusos y genocidio”, ha dicho también el copresidente de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso estadounidense, el representante republicano Chris Smith.
¿Deporte sin política?
La COI ya ha dicho que se mantiene “neutral en todos los asuntos políticos globales”.
“Hay una gran hipocresía al decir que hay que separar la política del deporte. Eso es imposible. ¿Antes de cada partido de fútbol qué es lo primero que se hace? Se tocan los himnos nacionales y salen las banderas, que son cuestiones políticas”, señala a este Diario el historiador del deporte y docente de la UPC, Jorge Illa.
“Por ejemplo, en un partido no juega Perú contra Argentina en realidad, juegan la Federación Peruana de Fútbol versus la Asociación de Fútbol Argentino, que son entes privados. La FIFA y el Comité Olímpico Internacional (COI) afirman que la política no puede inmiscuirse en los asuntos de sus federaciones y prohíbe a los Estados que los controlen, y es algo que los Estados aceptan”, agrega.
El historiador también recuerda cuando Afganistán fue expulsado del comité olímpico cuando los talibanes dirigían al país, por la discriminación hacia las mujeres. “Cuando ocurrió eso, algunos también le pidieron al COI que considerara expulsar a Arabia Saudí. Pero su respuesta fue que mejor había que dialogar con los saudíes. Entonces, el COI actúa también por intereses geopolíticos, como los grandes poderes”, explica.
Para estos Juegos Olímpicos de Inviernos, el COI solo tuvo dos opciones para elegir la sede: Beijing y Almaty, en Kazajistán, un país que tampoco es conocido por ser bastión de los derechos humanos. Previamente ya habían abandonado sus aspiraciones Cracovia (Polonia), Lviv (Ucrania), Oslo (Noruega) y Estocolmo (Suecia).
“La organización de un Mundial de fútbol o de los Juegos Olímpicos supone muchísima inversión. Se presupuesta un dinero, que luego se multiplica por tres o cuatro. En regímenes autoritarios es más fácil hacer eso que pasar cuentas ante el público”, comenta.
Pocas opciones
El Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos se ha mostrado en contra de los pedidos de boicot, señalando que una decisión de ese calibre solo perjudicará a los atletas.
El año pasado, ambas organizaciones se disculparon públicamente con los deportistas que no pudieron competir en Moscú 1980, luego que el entonces gobierno de Jimmy Carter boicoteara los Juegos Olímpicos organizados por los soviéticos en plena Guerra Fría, en reclamo por la invasión a Afganistán.
“En retrospectiva, queda muy claro que la decisión de no enviar un equipo a Moscú no tuvo ningún impacto en la política global de la época y, en cambio, solo los perjudicó”, señalaron. En represalia, los países detrás de la Cortina de Hierro también boicotearon los juegos que se realizaron en Los Ángeles en 1984.
“Ningún boicot deportivo ha conseguido el propósito que se pretendía. El boicot a Moscú 80 no consiguió que los soviéticos se retiraran antes de Afganistán”, señala Illa. Sin embargo, el deporte es tan importante que sí logra poner foco sobre un problema. “El boicot no servirá para solucionarlo, pero le pone luz. En este caso, se está acusando a China de abusos. Se pone el foco en el tema, pero no se va a conseguir que China modifique un milímetro su política”, comenta Illa.
“Los boicots no funcionan. Aunque los Juegos Olímpicos tienen mucha visibilidad, son bastante menores dentro de las actividades de un estado-nación. Las cosas que motivan a los países son mucho más importantes que la cantidad de medallas de oro que ganas”, comentó al portal VOX Nicholas Sarantakes, profesor asociado de estrategia y políticas en el Colegio de Guerra Naval de EE.UU. y autor de un libro sobre el boicot de Carter.
La respuesta china
Esta no es la primera vez que Beijing será sede de unos Juegos Olímpicos. La capital china se inauguró como organizador en el 2008, en una cita deportiva inolvidable en el que el régimen chino se vendió al mundo como absolutamente capaz de llevar a cabo unas olimpiadas, y que, sin duda, levantó su imagen ante el mundo.
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Entonces también hubo quejas de organizaciones de derechos humanos que reclamaban por la situación del Tíbet, también controlado por China.
Los juegos fueron impecables y las denuncias se guardaron pronto en el cajón, mientras China se consolidaba como el gigante asiático e impulsaba su crecimiento económico a velocidad récord.
Pero la competencia comercial con Occidente, el control milimétrico de su propia población, el ciberespionaje, la represión en Hong Kong, los abusos a los uigures y la pandemia del coronavirus han puesto a China en una posición complicada ante la comunidad internacional, sobre todo entre las potencias industrializadas.
Las respuestas de los diplomáticos chinos ya no ocultan su molestia ante cualquier intento de injerencia en su política interna. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Zhao Lijian, dijo que el llamado de Pelosi a un boicot diplomático estaba “lleno de mentiras y desinformación” y que los políticos estadounidenses estaban jugando “juegos políticos despreciables”. “Politizar el deporte va contra el espíritu de la Carta Olímpica y daña los intereses de los atletas (...), así como la causa olímpica internacional”, agregó.
Lo cierto es que el deporte ejercido como ‘soft power’ nunca ha estado desligado de la política y ha servido de propaganda cuando ha sido necesario. Basta recordar los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, con Adolf Hitler asistiendo a las competencias.
“Gracias a estos megaeventos puedes vender la imagen del país que quieres. China utilizó el ‘soft power’ en las olimpiadas del 2008, y logró que fuese visto de otra manera ante el resto del mundo. Y eso a Estados Unidos no le conviene”, dijo Illa.
Por ahora, Beijing seguirá siendo la sede en el 2022, pero habrá que esperar si al régimen chino le servirá otra vez de plataforma para redimirse.
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