Beijing ha celebrado este mes el aniversario 70 de su fundación y el tránsito de aquel país devastado y hambriento a una potencia que le discute a Estados Unidos la supremacía global. En ese marco esplendoroso de capitalismo desenfrenado no calzan las cartillas de racionamiento que Nanning, la capital provincial de Guangxi, reintrodujo hace poco para que sus ciudadanos disfrutaran de un kilo de cerdo diario a precios subvencionados.
La medida, un doloroso recordatorio de la economía maoísta planificada, fue adoptada contra el más grave e inquietante problema que afronta Beijing: no son los disturbios enquistados en Hong Kong ni la guerra comercial con EE.UU., sino el descontento social que generan los precios exorbitantes de la carne de cerdo por una epidemia que ha arrasado sus piaras.
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Los esfuerzos de Beijing no han sido escasos ni tibios para mitigar una subida de precios que alcanza el 80 % anual, pero sus efectos son dudosos. En las dos últimas semanas ha inyectado en el mercado 30.000 toneladas de las reservas nacionales.
El Gobierno Central y las provincias poseen depósitos estratégicos de carne de cerdo congelada desde 1970 en previsión de crisis que atenten contra la estabilidad social. La cantidad es un secreto de Estado que los analistas sitúan entre 3 y 5 millones de toneladas. La provisión, dictada en víspera de la semana de vacaciones, tendrá una incidencia menor porque el país consume 40 millones de toneladas anuales. Los chinos, además, están acostumbrados al producto fresco y miran con recelo esas partidas congeladas que algunos desdeñan en las redes sociales como ‘carne zombie’. “Nunca comí tanto pollo en mi vida como en el último mes. He tenido que preguntar a mi madre por recetas para cocinarlo”, revela Liu, una oficinista treintañera de la capital.
Una orden militar
Los mensajes oficiales revelan la magnitud de la crisis. “Tenemos que asegurar el suministro de cerdo por cualquier medio y controlar la especulación del mercado, estimular la producción y aumentar nuestras reservas”, avanzó semanas atrás el vice primer ministro, Hu Chunhua. En juego –aclaró– no está solo la atmósfera alegre y pacífica de las vacaciones sino la reputación del Partido Comunista para crear una sociedad acomodada. Es un asunto serio para un gobierno cuya legitimación no descansa en las urnas sino en la economía. “Es una orden de estilo militar dictada desde el central comité del partido”, bramó Hu Chunhua.
Es probable que Beijing recurra de nuevo al almacén en Año Nuevo para facilitar los banquetes donde nunca falta el cerdo: en sopa con fideos, en empanadillas o en la variedad grasienta que devoraba Mao Zedong. El Gobierno ha aprobado ya 17 medidas que van desde subvenciones de hasta 5 millones de yuanes (700 mil dólares) hasta la exención de peajes para los camiones que transporten cerdos.
China es el primer productor y consumidor del mundo de cerdo. Desde el 2016, se había esforzado en potenciar las grandes explotaciones y desincentivar a los pequeños granjeros. Aquella política basada en criterios de eficiencia y medioambientales sonaba razonable en tiempos de abundancia, pero ahora se echan de menos los 150.000 negocios cerrados. La crisis ha empujado a los gobiernos locales a incentivar a cualquiera que quiera retomar el negocio. La nueva política ha generado estupefacción en el gremio. “Hoy obligas a muchos ganaderos a cerrar sus granjas y mañana cambias de opinión y los animas a criar cerdos. Si criticaste a Trump por irracional, ¿por qué no te planteas si tus políticas son razonables?”, sentaba un comentario en las redes sociales con más de 15.000 adhesiones.
El efecto arrastre
Unos 200 millones de cerdos, casi la mitad de la producción anual, han muerto o sido sacrificados por la gripe africana, que carece de peligro para los humanos. La consultora Rabobank sostiene que China podría perder hasta el 70% de su población porcina. La gripe africana ha golpeado al país con su economía en mínimos y amenaza la inflación. El cerdo es el principal elemento de la canasta básica y su carestía ha empujado al alza otras fuentes proteínicas como el pollo, el cordero y la ternera.
El chancho está adosado a la cultura china. Un viejo dicho asegura que un bol lleno de cerdo identifica al opulento. En los tiempos maoístas nada merecía más alborozo que el cupón mensual de medio kilo de cerdo y en muchas zonas rurales se reservaba para cumpleaños o bodas. Y durante la calamitosa campaña del Gran Salto Adelante (1958-1961), que mató a decenas de millones de chinos de hambre, las comunas eran decoradas con pancartas con grandes cerdos y lechones para insuflar moral a la población. Es una dolorosa paradoja que la hecatombe porcina le haya alcanzado a China en el Año del Cerdo, al que atribuye los mejores augurios.
Los cerdos gigantes
Algunos ganaderos están aumentando el tamaño de sus animales porcinos en busca del ‘supercerdo’.
En una granja del sur se cría un ejemplar que se espera que alcance los 500 kg, tantos como un rinoceronte y cinco veces más que los chanchos antes de la epidemia.
En la provincia norteña de Jilin se contentan con criar cerdos de entre 175 y 200 kg.
Esta práctica no es exclusiva de las granjas pequeñas. Las grandes empresas también lo hacen y esperan aumentar sus ganancias en más de 30%.
Por Adrián Foncillas