En contra de todos los temores, las elecciones se celebraron hoy en Tailandia sin un gran derramamiento de sangre, pero no hay razón alguna para respirar con alivio. Los opositores al gobierno celebraron como una victoria las acciones para entorpecer la votación y forzaron, al menos, que se tenga que repetir la votación en algunos lugares, aunque en realidad quieren seguir protestando para conseguir impugnar las elecciones.
La espada de Damocles pende sobre la jefa de gobierno, Yingluck Shinawatra, y cientos de sus diputados, pues se está instruyendo un sumario por decisiones controvertidas que tomó su gobierno y, de ser considerados culpables, deberían abandonar el cargo.
Pero anular las elecciones o una inhabilitación de la jefa de gobierno sería ir muy lejos, señala el abogado Verapat Pariyawong. "Sería absurdo esperar que el Tribunal Constitucional se mantega de forma inequívoca dentro de los límites de la ley. La historia muestra que este tribunal está dispuesto a intervenir en la política desde el estrado de los magistrados", señaló.
Así sucedió en 2008, cuando tras las protestas multitudinarias y la ocupación del aeropuerto en Bangkok el tribunal disolvió el partido del gobierno con razones poco convincentes y ayudó a la oposición a llegar al poder. Un entonces desconocido Suthep Thaugsuban se convirtió en aquel momento en vicejefe de gobierno. Hoy es el líder máximo de las protestas multitudinarias.
¿QUÉ PASARÁ AHORA?
Tanto los manifestantes como el gobierno están convencidos de que se necesitan urgentemente reformas. "La democracia tailandesa es débil", escribe la politóloga Thitinan Pongsudhirak en el diario "The New York Times". "Se da demasiado peso a una fachada legitimadora, el acto de votar, pero demasiado poco a los mecanismos que protegen los intereses de las minorías políticas", agrega.
Los que vencen en las elecciones sirven sólo a su clientela e ignoran a la oposición, concluye.
Proteger a la minoría sería precisamente lo que los adversarios del gobierno necesitarían. Son una minoría sin posibilidad alguna cada vez que hay una cita electoral, pues la gran parte de la empobrecida población en el norte y el noreste del país apoya al gobierno.
El hermano de Yingluck, Thaksin, ya se ganó su simpatía cuando fue jefe de gobierno con medidas populares como un seguro de enfermedad que fuera económico y con pequeños créditos.
Suthep, sin embargo, representa los interesas de las clases urbanas, más acomodadas que viven sobre todo en el sur. Los impuestos que ellos pagan son los que financian en gran medida las subvenciones que destinan al noreste del país.
"A largo plazo, Tailandia sólo puede superar su división con un compromiso social, que permita a todas las partes una participación igual de justa en la vida política y social", señalan analistas políticos en Bangkok. Pero Suthep rechaza de plano tener como interlocutora a Yingluck. En su opinión, tanto ella como su hermano Thaksin encarnan todo lo que más irrita en Tailandia, sobre todo la corrupción.
La organización International Crisis Group (ICG), que media en conflictos de todo el mundo, tiene claro que parte tiene que moverse más: "Los manifestantes, junto con el partido de la oposición 'Los Demócratas' intentan restar éxito a los partidos de Thaksin señalando que compran los votos y que la población pobre es tonta, y eso no es sólo cuestionable, sino desdeñable", señala Morton Abramowitz en un comentario de ICG.