Alexander está cansado. Lleva tres noches durmiendo a la intemperie, como muchos de sus compatriotas hondureños que van a pie en caravana rumbo a Estados Unidos. Pero, pese a que la policía de Guatemala le cierra el paso, no desistirá.
“Yo a Honduras solo muerto regreso, ¿qué voy a ir a hacer a Honduras? Solo a morir, ya sea de hambre o por la violencia”, dice a la AFP este hombre de 24 años de la ciudad hondureña de Limón, donde trabajaba como taxista, pero que quedó desempleado tras la pandemia.
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Hambrientos y agotados tras más de tres días de caravana, miles de migrantes hondureños se niegan a abandonar el sueño de llegar a Estados Unidos, interrumpido de momento por medio millar de policías y militares que ya les dejaron claro que no pasarán. El domingo les lanzaron gas lacrimógeno y los aporrearon.
“Estamos tristes, desconsolados, con hambre, cansados por el recorrido, pero pienso aguantar todo con tal de llegar a Estados Unidos”, cuenta Marta del Cid, de 40 años, originaria de San Pedro Sula, en el norte de Honduras.
Amanecieron acostados en el asfalto de la carretera, o en la orilla, donde hay pasto seco, en el kilómetro 177 de la aldea Vado Hondo, a unos 50 km de la frontera con Honduras. Viajan familias enteras, muchos con niños.
De noche refresca y los más afortunados pueden resguardarse del frío con una frazada. La mayoría solo se abriga con un suéter o las camisetas que traen entre sus pocas pertenencias. De día, el sol hace arder las piedras.
Vivir bajo un puente
Marta cuenta con pesar que se incorporó a la caravana porque perdió sus pertenencias en los dos huracanes que azotaron Centroamérica en noviembre y que estaba viviendo bajo un puente.
“Lo perdimos todo, además en Honduras el gobierno nos trata como basura”, lamenta esta mujer que viaja con sus dos hijos, de 24 y tres años. La ropa que viste ya está sucia.
Carlos Valle, de 34 años, quien viaja solo, empujado por el desempleo, dejó con familiares a sus tres hijos de cuatro, ocho y 11 años en Comayagua (centro) y tampoco pierde la fe en alcanzar el objetivo. “Estamos cansados, pero vamos a resistir y espero que Guatemala nos deje pasar para seguir la marcha hasta Estados Unidos”, dice.
Como muchos de sus compatriotas, responsabiliza de la crisis al presidente Juan Orlando Hernández. “El gobierno que tenemos es el más pésimo, eso sí, cada mes llega el recibo de la luz aunque no tengamos ese servicio”, puntualizó Carlos.
Los migrantes hondureños aseguran que escapan de la violencia, la pobreza, el desempleo y la falta de educación y salud, situación agravada por la pandemia. También tienen la esperanza de una posible flexibilización de las políticas migratorias en Estados Unidos, después de que Joe Biden asuma la presidencia. Una posibilidad que Washington ya rechazó.
Recuento de daños
El grupo, estimado en 9.000 personas inicialmente por las autoridades migratorias, salió la madrugada del viernes desde San Pedro Sula, en Honduras. Atravesó la frontera con Guatemala entre la noche y la madrugada del sábado y consiguió avanzar hasta Vado Hondo.
Ante su intento de continuar, fueron repelidos con palos y bombas lacrimógenas de militares y policías. Muchos migrantes fueron lastimados en la refriega, donde los militares utilizaron largas varas para golpearlos e impedir que superaran la barrera.
El grueso del grupo se ha ido reduciendo hasta unas 4.000 personas. El resto se ha dispersado. Unos 800 han sido contenidos en un poblado cercano y más de 1.500 han regresado voluntariamente.
Entre los migrantes que acudieron de forma voluntaria a centros de salud en la zona, el Ministerio de Salud guatemalteco detectó 21 casos de COVID-19.
La permanencia de la caravana comienza también a hacer estragos en la economía, porque está bloqueando un importante paso de transporte de carga, que abastece a los comercios y a la industria de la zona.
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