Kim Jong-un, máxima autoridad de Corea del Norte. (AFP)
Kim Jong-un, máxima autoridad de Corea del Norte. (AFP)
Redacción EC

La casuística ha fijado la sucesión de actos: misil o ensayo nuclear, condena internacional, reunión de la ONU y aprobación de sanciones con la triunfalista aclaración de que, ahora sí, serán decisivas. Corea del Norte es el país más sancionado del mundo y el mejor ejemplo de la inutilidad de las sanciones como herramienta diplomática.

Falla el planteo porque el aislamiento no sirve con unos líderes vocacionalmente aislados y una conjunción de factores internos y externos explica su ineficacia. Por un lado, Corea del Norte deriva los efectos a sus sufridos súbditos mientras cuida a la élite para sellar su fidelidad. Y por otro, el cumplimiento de las sanciones queda trabado por la falta de medios, ganas o ambos de algunos países.

Las sanciones buscan ahogar la economía, modificar el comportamiento del gobierno y debilitarlo para provocar su cambio. Lo último es hoy tan improbable como cuando el abuelo de la saga, Kim Il-sung, fundó el país más de medio siglo atrás. Ni siquiera las hambrunas de los años ?90 amenazaron a un régimen que aprieta las filas en las crisis frente a la amenaza exterior y calla brutalmente cualquier protesta.

"Las sanciones han fallado por la determinación de Pyongyang de desarrollar sus armas nucleares a cualquier precio y porque la comunidad internacional no ha actuado con una sola voz para lidiar con su amenaza", dice Cheng Xiaohe, experto en Corea del Norte de la Universidad Renmin de Beijing.

Los cambios de comportamiento han llegado, pero en la dirección opuesta. Kim Jong-un ha mostrado una beligerancia sin precedentes y sublimado la actividad misilística de su padre, Kim Jong-il. En sólo un año ha lanzado los mismos misiles que este en 15. El ritmo se acelera tras cada ronda de sanciones.

El único objetivo cumplido es el económico pero sólo el pueblo ha sufrido sus efectos. Dos de cada cinco norcoreanos sufren malnutrición y el 70% depende del sistema de distribución estatal para su supervivencia, según un informe de la ONU. Pero la economía, forjada en la dificultad, creció un 3,9% en 2016 mientras los esfuerzos por estimular la producción autóctona reducían la dependencia del exterior. Los supermercados que empiezan a salpicar la capital están bien surtidos de chocolates, galletitas o papas fritas nacionales que sustituyen a las chinas, según comprobó en marzo pasado La Nación.

Pyongyang ha sido castigada con embargos comerciales, restricciones financieras, cortes del suministro de alimentos y prohibiciones de viajar a su élite. A las sanciones aprobadas por la ONU se añaden las unilaterales de Japón, Corea del Sur y Estados Unidos. Empezaron en 1949 y se acentuaron a partir de 2006 con el primer ensayo nuclear. "Pero tienen mil formas de eludirlas. En los últimos 20 años, China fue clave para que resistieran. Hay un enorme tráfico a través de su frontera y no es posible regularlo. Sólo el 6% de la carga se inspecciona", señala Bruce Cumings, de la Universidad de Chicago.

China, que comprende el 93% del comercio exterior norcoreano, ha sido el tradicional flotador de Pyongyang. Pero su terca desobediencia a las peticiones de Beijing de regresar a la mesa de negociaciones internacionales y de abandonar su carrera nuclear han acabado con su paciencia. En agosto amplió la lista de importaciones prohibidas con hierro, plomo y marisco para cumplir las sanciones de la ONU. Disponían los gobiernos de un mes para ejecutarlas y Beijing se ventiló el trámite en una semana. Los mensajes son claros: a Pyongyang, que no cuente con ella como escudo; a Washington, que deje de culpar al prójimo. China no había secundado en el pasado las sanciones con el irrebatible argumento de su inutilidad y subrayado que sólo la diplomacia resolverá la crisis.

Su medida supuso amoldarse a una política en la que no cree, renunciar a las beneficiosas exportaciones norcoreanas y estropear aún más sus relaciones con Pyongyang. China ya había cerrado la puerta en febrero al carbón norcoreano, un tercio de sus exportaciones.

La clave estaría en prohibir la exportación de petróleo, lo que no se logró acordar el lunes. Cheng lo define de "crucial". "Es similar a lanzar una bomba económica nuclear porque el petróleo es estratégico y Corea del Norte no es capaz de producir ni una gota", resume. La medida se interpreta como radical, especialmente para la población: no extrañaría que el gobierno la privara de transporte o calefacción en los helados inviernos antes de jubilar su programa nuclear.

Unos 80 de países aún cierran tratos con Pyongyang, según la Agencia de Promoción del Comercio de Corea del Sur. Entre ellos figuran Alemania, India o Francia. Paquistán y media docena de naciones africanas han firmado contratos de Defensa con ella.

Su destreza para los asuntos turbios también explica el fracaso de las sanciones. No hay negocio que desprecie si le proporciona divisas: drogas, armas o la masiva falsificación de moneda. Washington le dio el sobrenombre del "país de los Soprano". "Yo no lo llamaría un régimen mafioso. Si Estados Unidos lo llama estado criminal y lo sanciona de todas las formas posibles, entonces el régimen se verá obligado a involucrarse en cualquier actividad delictiva", juzga Cumings.

Fuente: La Nación, GDA
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