En Estados Unidos hay algo seguro sobre las elecciones del martes: no importa quién gane, el próximo presidente deberá lidiar con una nación extremamente dividida tras una campaña de atípica ferocidad.
Meses de confrontación política, insultos y comentarios tachados de xenófobos o racistas han hecho emerger con fuerza la imagen de un país polarizado, con dificultades para encontrar un denominador común entre su gente.
No se trata apenas de una partición entre votantes de Hillary Clinton y Donald Trump, o entre los partidos Demócrata y Republicano de ambos candidatos respectivamente.
Las divergencias han aparecido incluso entre oficinas de gobierno cuya colaboración es esencial, como el FBI y el Departamento de Justicia.
Y sobre todo afloraron líneas divisorias socioculturales, étnicas y raciales, que cuestionan la idea básica de un país donde todos son iguales, sin importar su procedencia o color.
"Se han expuesto algunas de las divisiones de larga data que el país mantuvo en el pasado", dice Robert G. Cushing, un sociólogo retirado de la Universidad de Texas que ha estudiado el fenómeno.
"La campaña ha legitimado algunas de las visiones racistas, misóginas y xenófobas que desafortunadamente tiene buena parte del país", agrega en diálogo con BBC Mundo.
— Estados (des)Unidos —
Las bases electorales de Clinton y Trump muestran cuán separado se encuentra EE.UU. actualmente, señalan los expertos.
Los votantes de la demócrata viven sobre todo en las grandes ciudades, tienen educación superior y defienden el liberalismo cultural, mientras los del republicano están más bien en zonas rurales, tienen menos educación y son más conservadores.
Pero hay otros cortes, según las encuestas: hispanos, afroestadounidenses, jóvenes y mujeres apoyan mayoritariamente a Clinton; blancos, mayores de 65 y hombres están mayoritariamente con Trump.
La división es incluso por condados: las estadísticas sugieren que se mantiene en EE.UU. una tendencia de la gente a vivir cerca de otros que piensan de modo similar, expuesta en 2008 en el libro "The Big Sort", del que Cushing es coautor.
En los últimos días la campaña ha sido un reflejo de esa realidad, con los sondeos mostrando una definición ajustada y los candidatos concentrados en los estados cuyo resultado es incierto.
Clinton y el presidente Barack Obama buscaron movilizar votantes en zonas con fuerte presencia de hispanos y negros, donde ella advirtió que Trump supone una amenaza para esas comunidades.
Trump ha irritado a lo largo de la campaña a votantes latinos, calificando a los inmigrantes mexicanos de criminales o violadores, o prometiendo deportar a inmigrantes indocumentados. También habló de frenar la inmigración de musulmanes.
— ¿Raza o economía? —
Para muchos resulta alarmante que millones y millones de estadounidenses estén dispuestos a votar por alguien así, a quien acusan de xenófobo y racista.
Pero Frank D. Bean, profesor de sociología en la Universidad de California en Irvine, cree que más que por un sentimiento antiinmigrante, el apoyo a Trump se explica por un estancamiento y caída de ingresos que afecta desde hace años a gran parte de los trabajadores menos calificados.
"La gente que está frustrada con su situación económica y con el hecho de que los que tienen educación superior los miren desde arriba, le echa la culpa a la inmigración", dice Bean, experto en relaciones étnicas y raciales, a BBC Mundo.
Además, las tensiones raciales entre blancos y afroestadounidenses han crecido bajo el mandato de Obama, el primer presidente afroamericano en la historia del país.
Un estudio del Pew Research Center mostró en junio que 61% de los afroamericanos encuestados creen que las relaciones raciales son malas en EE.UU. y demostró que los blancos ganan significativamente mejores salarios y tienen mejor educación que los afroestadounidenses.
Los incidentes violentos entre policías y afroamericanos en los últimos meses, en paralelo a la campaña, demostraron cuán sensible es esta cuestión, que desafía a autoridades y candidatos.
— "Tiempos muy difíciles" —
La clase política estadounidense parece poco interesada en reducir estas divisiones.
Clinton ha cuidado mucho más su retórica que Trump, pero llegó a decir que la mitad de los votantes del republicano entran en la "cesta de deplorables", aunque luego se disculpó.
Trump, por su parte, calificó a Clinton de "mujer desagradable" en el último debate entre ambos y en el segundo sostuvo que, si él fuera presidente, ella iría a prisión.
La negativa del magnate a decir si aceptará un triunfo electoral de Clinton y sus insinuaciones de que la elección puede estar amañada, generan hasta temores de posibles incidentes violentos tras la votación.
Esta semana, Trump afirmó que una victoria de Clinton desataría una "crisis constitucional" sin precedentes y paralizaría al gobierno.
Algunos de sus aliados, como el ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani, han ido más lejos al afirmar en los últimos días que Clinton sería sometida a un juicio político e imputada.
Además, la decisión del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) de reabrir una investigación sobre un servidor de correo electrónico que usó Clinton siendo secretaria de Estado ha generado malestar dentro del Departamento de Justicia, según medios estadounidenses.
Todo esto (y mucho más) ha llevado a diferentes analistas a considerar esta campaña como la más agria de la historia moderna de EE.UU., tanto que a los votantes les cuesta digerirla.
Una encuesta de New York Times/CBS News indicó esta semana que más de ocho de cada 10 votantes dicen que la campaña les causó más desagrado que excitación, en medio de un mar de dudas sobre la capacidad del ganador de reunificar al país.
"Si seguimos teniendo el tipo de división política que hace que uno de los partidos se niegue a comprometerse con el otro, va a ser muy difícil lograr algo para el próximo presidente, sea quien sea", reflexiona Bean.
"El país estuvo muy dividido en otros momentos de la historia y sobrevivió", añade.
"Pero creo estos podrían llegar a ser tiempos muy difíciles".
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