A dos cuadras del mar, en medio de hoteles de lujo y altas torres de apartamentos que dan a Biscayne Boulevard, en la mejor parte del Downtown de Miami, el dinero está a la vista.
Aquí no hay crisis ni pandemia, o al menos no lo parece. Pero basta con caminar cinco cuadras para descubrir que hay otro Miami. Ese que no se ve, ese que existe a la sombra de la opulencia.
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En Overtown, uno de los barrios más pobres de la ciudad, es difícil encontrar comida nutritiva. Lo que abundan son los negocios de la esquina que venden productos envasados, gaseosas, comida rápida, cerveza, tabaco y billetes de lotería.
“Yo no compro en esas tienditas porque no hay cosas para cocinar y es muy caro”, cuenta Zenaida Bonilla, madre de cuatro hijos, mientras hace la fila en un centro de distribución de comida gratuita en la calle 12 con la tercera avenida, en el noroeste de Miami.
Overtown es uno de los miles “desiertos de comida” en los que viven 47,4 millones de personas en Estados Unidos, según Alana Rhone, experta de la División de Economía Alimentaria del Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA, por sus siglas en inglés).
Se les llama desiertos, explica, pero en realidad son barrios donde viven personas de bajos ingresos con poco acceso a comida saludable.
Una de cada siete personas vive en uno de ellos. Y lo grave es que su salud corre peligro.
“Los que viven en desiertos de comida están expuestos a morir 15 años antes que el resto de la población por graves problemas de salud”, sostiene el doctor Armen Henderson, quien trabaja en el hospital UHealth Tower y es académico de la Universidad de Miami.
Bien lo sabe él, que más de una noche se fue a la cama con hambre cuando era menor de edad y hasta llegó a vivir en la calle.
Una mala nutrición contribuye al desarrollo de enfermedades cardiovasculares, diabetes, hipertensión arterial y obesidad, entre muchas otras.
Y en el caso de los niños retrasa el crecimiento, puede perjudicar su desarrollo cerebral, interferir con su aprendizaje y debilitar el sistema inmunológico.
La paradoja es que no estamos hablando de un país latinoamericano hundido en la pobreza. Este grave problema nutricional ocurre en uno de los países más ricos del mundo.
César Mendoza, cardiólogo del hospital Jackson Memorial de Miami, cuenta que una gran parte de los pacientes que llegan al centro de salud no han visto un médico en muchos años y no conocen el impacto que puede tener una mala dieta.
“Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en Estados Unidos y en el mundo”, dice Mendoza.
Liberty City
No lejos del hospital está Liberty City, otro histórico desierto de comida que en la década de los 60 recibió a muchas familias pobres que fueron desplazadas de Overtown tras la construcción de la carretera Interestatal 95.
Convertido en un gueto con altos niveles de criminalidad, el barrio ha mantenido por décadas las marcas de la segregación racial que impiden el flujo de capital hacia la zona. No hay grandes supermercados, ni tampoco tiendas que vendan frutas y verduras.
En medio de un paisaje desolador, hay un pequeño huerto urbano en la calle 60 con la 18. Nicole Fowles lo cuida como si fuera un oasis en medio del desierto.
“Aquí puede venir cualquier persona y llevarse lo que quiera. Todo es gratis”, dice.
Este es uno de los ocho huertos urbanos que la organización “Health in the Hood” ha creado en los desiertos de comida de Miami.
Su fundadora, Asha Loring, cuenta que estos huertos -financiados con el aporte de donantes y subvenciones públicas- permiten mejorar la dieta de cientos de familias durante algunos meses del año.
“El esfuerzo ha valido la pena”, apunta.
“No es rentable”
“Los grandes supermercados no se instalan en los desiertos de comida porque no es rentable”, explica Paco Velez, director ejecutivo de Feeding South Florida, una organización sin fines de lucro.
Eso hace que la gente termine comprando en el negocio de la esquina y como hay negocios que les dan crédito, algunas familias permanecen constantemente endeudadas.
Velez cree que una buena alternativa sería darle incentivos a esos comercios para que vendieran, por ejemplo, comida saludable congelada.
Y lo que ha resultado bastante efectivo, agrega, son las tiendas móviles que venden productos naturales a buen precio y que, al mismo tiempo, le enseñan a la gente a cocinar de una manera más saludable.
¿Dónde están?
Para identificar dónde están los desiertos de comida, la USDA elaboró un mapa. Como se trata de un país de 328 millones de habitantes, la tarea no fue sencilla, y es por eso decidieron utilizar al menos cuatro grandes definiciones.
La más conocida es aquella que define un desierto de comida como un lugar donde el supermercado más cercano está a más de una milla (1,6 kilómetros) en zonas urbanas, y a más de 10 millas (16 kilómetros) en zonas rurales.
Sin embargo, para la economista Alana Rhone, es mejor incluir otros criterios como, por ejemplo, una zona donde más de 100 casas no tienen auto y están a más de 0,8 kilómetros del supermercado más cercano en una sector urbano.
Así, según la definición que se utilice, cambia el número de personas que oficialmente viven en un desierto de comida en el territorio estadounidense.
“Cinturón de óxido”
En medio de “Cinturón de Óxido” (Rust Belt) está la ciudad de Youngstown, Ohio, un área que hace décadas fue la cuna de la industria manufacturera y que desde los 70 ha sufrido un duro proceso de desindustrialización.
Con una historia ligada a los días de gloria de la producción de acero, hoy el 35% de la población de Youngstown vive en la pobreza y está plagado de desiertos de comida.
Maraline Kubik, de la fundación Mercy Health, cuenta que en las comunidades donde ella trabaja la gente vive en condiciones muy precarias.
“Muchas personas tienen dificultades para cocinar en casa, ya sea porque les han desconectado los servicios básicos o porque no tienen una cocina”.
Por otro lado, cuenta que es muy difícil llegar a los supermercados, especialmente para las personas mayores.
El trayecto puede demorar más de una hora al sumar las caminatas hasta la parada de autobús, las conexiones y los tiempos de espera. Y el mayor inconveniente es el regreso a casa cargados de bolsas.
“Esta es una comunidad que está envejeciendo. Tenemos muchas personas mayores, personas con discapacidades, abuelos que se hacen cargo de sus nietos, madres o padres solteros que tienen dificultades para comprar lejos de casa”, explica Kubik.
Pese a las dificultades, agrega, “tenemos muchos centros de distribución de alimentos y comedores populares”. También las escuelas proveen desayunos y almuerzos. Y muchas personas tienen acceso a la ayuda alimentaria que entrega el gobierno a través de los llamados food stamps (cupones de alimentos).
Hay otros barrios de Youngstown donde la situación es menos precaria, pero igualmente difícil.
“No hay competencia”
“Hace tres años tuve un accidente cerebrovascular y tengo problemas para desplazarme”, dice Mary Jane Brooks, una mujer de 75 años que consigue sus alimentos con ayuda de organizaciones sociales , de vecinos o por entrega a domicilio.
Cuenta que los precios siguen siendo muy elevados para su nivel de ingresos. “El problema es que no hay competencia y por eso tenemos que pagar lo que te cobran”.
En eso coincide Pamela Huff, quien tuvo que cambiar sus hábitos alimenticios por problemas de salud.
“Tuve que enseñarme a comer de otra manera. Hice un esfuerzo por comer comida saludable y conseguí bajar la presión. “, dice.
“Un día fui al médico y me preguntó ¿qué estás comiendo?, porque no podía creer que mi presión estuviera tan baja”. Ahora cada vez que tiene la oportunidad va a los mercados callejeros de agricultores y toma el bus para ir al supermercado una vez cada dos semanas.
“Solo puedo cargar cuatro bolsas en el bus”, explica.
Algunos miembros de la comunidad de Youngstown como Rose Carter, directora ejecutiva de la organización social ACTION, han trabajado intensamente para mejorar las condiciones alimentarias de la ciudad.
“Organizamos mercados de frutas y verduras con los agricultores locales”, dice llena de entusiasmo. “Y le enseñamos a las personas a cocinar de una manera más saludable”.
Cuenta que hay muchas iniciativas innovadoras que han dado buenos resultados como un programa de la organización Products Perks Midwest enfocado en la gente que recibe beneficios sociales, donde por cada dólar que gastan en frutas y verduras, reciben un dólar para comprar comida saludable.
“Apartheid alimentario”
A Jill Clark, profesora de la Facultad de Políticas Públicas de la Universidad de Ohio que ha estudiado a fondo el tema, no le gusta la expresión “desiertos de comida”.
“Te voy a desafiar”, dice. “No son desiertos, esto es realmente un apartheid alimentario”, señala Clark, argumentando que en el sistema de alimentación de Estados Unidos hay segregación según la raza, la clase y el género de las personas.
Las zonas donde existe este “apartheidalimentario”, agrega, han sido objeto de una práctica con profundas raíces históricas llamada redlining.
El redlining proviene de la década de 1930, cuando se le negaban los créditos hipotecarios a las personas de barrios pobres habitados por minorías étnicas.
En aquella época se utilizaba el color rojo en los mapas financieros para delimitar las “zonas peligrosas” donde no había que invertir.
Una línea roja que, con el paso del tiempo, ha marcado una gran diferencia en el acceso a la comida de mejor calidad.
“Yo vivo en un barrio redlined”
Eso lo ha experimentado en carne propia Marilyn Burns, habitante de Cleveland, Ohio.
“Donde yo vivo es un barrio que fue marcado con líneas rojas. Yo vivo en un barrio redlined”. A sus 67 años, Burns vive en un sector de viviendas sociales que está tratando de conseguir una subvención del gobierno para ser renovado.
“Cruza los dedos porque significaría mucho para levantar el espíritu de la comunidad”, dice Burns. Líder social que durante años ha luchado por los derechos de su barrio, cuenta que vivir en un apartheid alimentario no solo tiene que ver con la comida.
“Hay crimen, violencia doméstica, drogadicción, violencia armada.... tampoco hay trabajo y necesitamos más que un parche para resolver el problema”, sostiene.
“Aquí hay gente que a veces no come y los que sí lo hacen, suelen comer comida que no es saludable”.
Pese a todas las dificultades, ella explica que hay muchos proyectos sociales en curso que buscan mejorar la alimentación de las personas y sus condiciones de vida.
“Siempre estamos buscando cómo colaborar con otras organizaciones y dónde conseguir recursos para salir adelante”. Aunque Burns insiste en que no solo se trata de recursos económicos.
“Hay que levantar el espíritu de la gente. Yo siempre le digo a las personas que son valiosas, que vale la pena vivir”.
Un innovador modelo de negocios en Detroit
Otra manera de enfrentar el problema alimentario es el proyecto de Raphael Wright en Detroit, Michigan.
Viviendo en una ciudad donde el 78% de las personas son afroamericanos, durante años no ha existido un negocio de venta de alimentos donde los dueños sean negros.
Con eso en mente, Wright decidió crear una tienda llamada Neighborhood Grocery, en el barrio Jefferson-Chalmers, para vender comida saludable a precios convenientes en un desierto de comida donde los grandes supermercados no tienen interés en invertir.
Su proyecto se basa en la idea de que los propios vecinos sean dueños de una parte del negocio y que, en la medida, que las ventas aumenten, se puedan repartir las ganancias o hacer nuevas inversiones.
Pero no ha sido fácil conseguir los fondos para echar a andar el proyecto. “Ahora tenemos una campaña de crowd-founding para recibir donaciones”, dice el emprendedor.
Una vez abierto, su idea es replicar el modelo de propiedad compartida en otros barrios. “Creo creo que este modelo es el futuro”.
Un “país del primer mundo con problemas del tercer mundo”
De regreso en Miami, el doctor Henderson argumenta que en esa ciudad hay problemas de segregación urbana y racial que afectan la alimentación de las personas.
“Cuando camino por barrios como Overtown o Liberty City, pienso que Estados Unidos es un país del primer mundo con problemas del tercer mundo”.
Lo increíble es que en apenas 18 minutos se puede llegar en auto desde Overtown a Miami Beach, pasando por el lado de una pequeña isla llamada Fisher Island, el lugar con la mayor concentración de riqueza de todo Estados Unidos, según Bloomberg.
A Fisher Island solo se puede entrar si estás en una lista de personas autorizadas. A Overtown o Liberty City solo se puede entrar de día porque en la noche el riesgo es demasiado alto.
Como si necesitaras un salvoconducto para ingresar a dos universos separados por mar y tierra. Y por la historia de un país que alguna vez trazó líneas rojas en un mapa.
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