Si usted se ha mudado alguna vez sabe que en cinco o seis horas es imposible trasladar y ordenar sus pertenencias en un nuevo hogar. Menos aún si se trata de una casa de 5.100 metros cuadrados, con 132 cuartos y 35 baños.
Pero si eres el presidente de Estados Unidos, tienes un nutrido personal a tu cargo y no tienes que cargar tú mismo las cajas con tus medias y jabones, el asunto no se vuelve una tarea titánica pero sí absolutamente retadora y compleja. No solo porque se trata de la Casa Blanca, la más emblemática del poder en el mundo y cada detalle debe cumplirse a la perfección, sino porque son dos mudanzas al mismo tiempo: retirar todo lo del presidente saliente y su familia, limpiar a profundidad, redecorar las instalaciones, e instalar y poner en su sitio todas las pertenencias de la nueva familia presidencial. Y todo en pocas horas frenéticas donde no caben las equivocaciones. Porque sería muy incómodo para Joe Biden encontrar alguna corbata roja de Donald Trump en su armario.
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“Es como un caos organizado”, cuenta Gary Walters a “The Washington Post”, quien supervisó múltiples mudanzas durante sus 21 años como jefe acomodador de la Casa Blanca. “Suceden muchas cosas en esas horas”.
“El objetivo es que cuando entre la nueva primera familia, la Casa Blanca se sienta como en su hogar, con su ropa en el clóset, sus fotos expuestas, sus comidas favoritas listas para ellos”, señala a “USA Today” Anita McBride, quien fue jefa de gabinete de la exprimera dama Laura Bush.
El arduo trabajo recae ahora en Timothy Harleth, quien supervisa al personal doméstico que trabaja en la residencia presidencial, que es donde vive la familia, cuenta con 16 cuartos y se encuentra en el segundo y tercer piso del inmueble. A esta zona no tienen acceso los periodistas ni el personal habitual del Ala Oeste de la Casa Blanca, que es donde trabajan los funcionarios, asesores, voceros y coordinadores de prensa.
Harleth, que trabajó en el Trump International Hotel en Washington, fue elegido para el cargo por Melania Trump en el 2017 y será quien deberá dirigir el coreográfico ajetreo para retirar todas las pertenencias personales de la familia saliente y acomodar a los Biden: Joe, Jill y sus perros Major y Champ. El próximo mandatario, de 78 años, no se mudará con sus hijos y nietos.
Sin embargo, no todo se hace a última hora. En los últimos días, cientos de cajas han ingresado a la residencia oficial para empezar a acomodar los enseres personales de Trump y su familia. Normalmente, esto es algo que se hace con muchas más semanas de anticipación, pero debido a que el aún presidente demoró bastante más de la cuenta en aceptar que no seguirá en la Casa Blanca, los trabajadores de la residencia están corriendo contra el tiempo.
Y un detalle no menos importante. En tiempos de COVID-19, y con decenas de funcionarios contagiados en la Casa Blanca -incluyendo la propia familia presidencial- la limpieza se presume aún más exhaustiva.
Unas horas en el limbo
A diferencia de los cambios de mando anteriores, no se ha difundido aún cómo se realizarán algunos eventos del protocolo habitual. Donald Trump ya dijo que no participará en la ceremonia -el llamado Inauguration Day- por lo que ciertas actividades ya no se realizarán. Como la tradicional reunión de las 9:30 de la mañana, cuando el presidente saliente y la primera dama invitan al presidente electo y su esposa a tomar un café en el Salón Azul de la Casa Blanca. En este desayuno participan además los vicepresidentes y sus cónyuges. El término de esta reunión -que dura una hora- supone justamente el inicio de la mudanza, pues ambos mandatarios se retiran en limusinas diferentes para trasladarse al Capitolio, donde se realiza la ceremonia de juramentación.
Según ha trascendido, Trump y su familia abandonarán la Casa Blanca por la mañana, pero no se ha determinado la hora. Abordará por última vez el Air Force One y se trasladará a su residencia de Mar-a-Lago en Florida. Todo eso debe ocurrir antes del mediodía, cuando Biden se convierta en el presidente 46 de Estados Unidos.
“Durante ese limbo, la residencia tiene una especie de sentimiento etéreo -misterioso, de hecho- de que el corazón se ha ido. La casa ya no tiene sentido porque el presidente se ha ido. Cuando regresa el nuevo presidente, todo vuelve a la vida “, relata William Seale, historiador de la Casa Blanca.
Apenas se retiran, empieza la frenética mudanza. Varios camiones llegan al pórtico sur de la Casa Blanca, unos reciben las pertenencias del mandatario que se va, y otros traen las del nuevo inquilino. Por razones de seguridad, solo el personal de la Casa Blanca puede mover los artículos dentro y fuera de la mansión, todo supervisado al milímetro por el Servicio Secreto. Luego, se empieza a desempacar y poner todo en su lugar. La idea es que los nuevos inquilinos no encuentran cajas de cartón en algún cuarto.
Entre tanto, se cambian cortinas, alfombras y se empieza a poner la decoración de la nueva familia, previamente coordinada por la futura primera dama y el presidente, así como cuadros y bustos históricos. Por ejemplo, Trump decidió colgar en el Salón Oval el retrato del séptimo presidente, Andrew Jackson; mientras que Barack Obama pidió que se reemplaza el busto de Winston Churchill por el de Martin Luther King. Además, carpinteros, electricistas y pintores realizan algunas reparaciones y retoques.
Alrededor del mediodía, justo cuando se realiza la juramentación en el Capitolio, un equipo de la Administración Nacional de Archivos y Registros recorre todas las oficinas para recopilar los documentos restantes de la administración anterior, incluidos los que se encuentran en los discos duros de las computadoras, explicaba “The Washington Post” en un artículo de hace cuatro años sobre el cambio de mando Obama-Trump.
A las 3:30 de la tarde es la hora esperada, cuando después del desfile inaugural presidido por el nuevo presidente, este llega junto a su familia al que será su nuevo hogar por cuatro años. A esa hora, se supone, todo debe estar en orden.
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