No habían pasado ni las dos primeras horas del 2017 y Turquía ya era víctima de un nuevo atentado terrorista. Un hombre armado, de aproximadamente 25 años, ingresó a la exclusiva discoteca Reina, en el centro de Estambul, durante la madrugada del 1 de enero y disparó hasta 180 veces contra los cientos de presentes.
El saldo final fue de 39 muertos y al menos 69 heridos. La policía detalló que al menos 24 víctimas mortales eran extranjeras, de países árabes principalmente.
El autor, el Estado Islámico, según un comunicado difundido en turco y árabe mediante redes sociales. Tras analizar las imagenes captadas por las cámaras de seguridad, las autoridades aseguraron que el sospechoso sería un hombre de unos 25 años.
Sobre su nacionalidad hay dos teorías. La primera apunta a la región autónoma de Sinkian, al noroeste de China. La segunda, a militantes de Uzbekistán o Kirguistán, ex miembros de la desaparecida Unión Soviética, que formarían parte de la misma célula terrorista que hace unos meses atacaron el aeropuerto de Atatürk.
Tras el ataque, Turquía desplegó un megaoperativo para dar con el autor del ataque. Hasta el momento se ha reportado la detención de 12 sospechosos de tener vínculos con el atentado.