Desde que el cargo de presidente fue creado en Bielorrusia, en 1994, solo una persona lo ha ocupado. Alexandre Lukashenko, considerado por muchos como el último dictador de Europa, lleva 26 años en el poder y su escandalosa victoria con más del 80% de los votos de este lunes pretende otorgarle un sexto periodo al frente de la otrora miembro de la Unión Soviética.
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Nacido hace 65 años en la villa de Kopys, provincia de Vítebsk, Lukashenko se licenció en Historia por el Instituto Pedagógico de Maguilov antes de servir en el Ejército Rojo y posteriormente dirigir una granja colectiva.
Alcanzó la presidencia en 1994 bajo un discurso anticorrupción, una propuesta económica de corte socialista y una mayor cercanía con Rusia. Gracias a ello, además de los programas de labor social impulsados en las zonas rurales y la nostalgia de muchos que extrañaban a la Unión Soviética, no tardó en ser apodado como Batka, que significa padre en bielorruso.
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Caracterizado por su mano de hierro, Lukashenko ha aplicado una política de represión contra la oposición, restricciones al derecho de libertad de expresión y persecución contra voces incómodas, tal como consta en diferentes informes realizados por organizaciones proderechos humanos como Amnistía Internacional.
Su actitud paternalista, expresada en frases como las que soltó este último domingo: “¡Yo los he alimentado a todos con mi seno!”, dan cuenta de un líder que parece haberse quedado congelado en el tiempo.
“Sí, se hace llamar el padre del país, el padre de la nación, tiene esa visión absolutamente retrógrada que recuerda un poco -salvando las distancias- el discurso de Stalin, que era el pequeño padre de los pueblos. Es esa óptica de absoluto dictador, paternalista, que vela por el bienestar del pueblo aunque el pueblo tenga otras ideas”, explica a El Comercio el internacionalista Francisco Belaunde Matossian.
Desde hace algunos meses, sin embargo, parece que el miedo hacia el dictador ha sido superado por la indignación popular ante el tratamiento de la pandemia de Covid-19 y la crisis económica que desde hace una década afecta al país.
Esto se ha visto reforzado con la aparición de un símbolo opositor: Svetlana Tijanóvskaya.
La actual candidata de la oposición tomó la batuta luego de que su esposo, el bloguero Serguéi Tijanóvski, fuese detenido por el régimen de Lukashenko. A ella se unieron Maria Kolesnikova, directora de campaña de otro opositor detenido, y Veronika Tsepkalo, cuyo esposo fue exiliado por criticar al gobierno.
Las tres mujeres se han convertido ahora en la luz nacional de esperanza y, curiosamente, en el dolor de cabeza para el dictador que disfruta cultivando su imagen de machista.
“Los antiguos totalitarismos, como el de la Unión Soviética, eran absolutos, oficialmente regímenes de partidos únicos. Ahora las dictaduras han cambiado de traje y se han vuelto lo que en Ciencias Políticas se conoce como autoritarismos competitivos”, comenta Belaunde.
“Como quieren mantener cierta apariencia democrática se ven obligados a dejar un espacio para que haya una oposición que se pueda manifestar. Cuando esta comienza a ser demasiado molesta se le reprime”, acota.
Como muestra de la actitud de Lukashenko ante la oposición, resalta una frase que soltó hace unos años tras advertir que cualquiera que se manifestara en contra del gobierno sería considerado “terrorista”.
“Les torceremos el pescuezo de la misma forma que a un pato”, dijo aquella vez.
Ahora, bajo la bandera de Tijanóvskaya, la oposición bielorrusa divisó una salida a la extensa dictadura. Sin embargo, un evento más reciente que la ya habituada represión también jugó un papel clave.
“Hay un tema económico pero, aparentemente, lo decisivo ha sido su actitud frente a la pandemia. Lukashenko niega que la pandemia sea un tema serio, lo considera un psicosocial y dice que es una operación exterior. Mucha gente lo ha tomado muy mal, lo ha visto como absolutamente irresponsable. Eso hizo que muchos salieran a protestar”, explica el analista.
Pese a registrar 68.850 casos y 587 muertes a causa del Covid-19, Lukashenko no ha dictado medidas sanitarias ni dispuesto ningún tipo de aislamiento en el país.
La mejor forma de combatir a esta enfermedad, asegura, es “trabajar duro, sauna y vodka”.
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Durante esta última campaña electoral, además, protagonizó un extraño episodio al acusar a Rusia -su aliado natural en la región- de enviar mercenarios para desestabilizar al país.
“Hay una relación muy estrecha con Rusia, pero Lukashenko es ultranacionalista y se opone a la pretensión de Putin de una casi incorporación de Bielorrusia a Rusia. Acusó a Moscú de intervenir a través de mercenarios de la compañía Wagner, que pertenece a una persona ligada a Putin, para desestabilizar al país. Es muy extraño pero forma parte del personaje que no quiere que su país sea absorbido por Rusia. Pensó que eso le daría mayor respaldo popular, pero en este caso pesó más la crisis y la pandemia”, explica Belaunde.
Bielorrusia, ubicada entre Rusia, Polonia, Lituania, Letonia y Ucrania, y con una población de poco más de 9 millones de habitantes, ocupa una posición estratégica entre la Unión Europea y el gigante euroasiático.
La decisión de alejarse de Moscú parecía buscar mantener la puerta abierta hacia Occidente, algo que parece poco probable luego de que la OTAN y la Unión Europea (UE) expresaran su preocupación tras los escandalosos resultados del domingo.
Preocupación que se convirtió en llamado de atención luego de que el Gobierno anunciara que unos 3 mil manifestantes fueron arrestados y cerca de 90 personas (entre policías y ciudadanos) resultaron heridos durante las protestas pacíficas que se generaron tras conocerse los conteos a boca de urna.
La gente no creía que Tijanóvskaya obtuviera solo el 9,9% de votos.
La UE ha reclamado un recuento “exacto” de los votos y ha dicho que “el acoso y la represión violenta de manifestantes pacíficos no son aceptables en Europa. Convoco a las autoridades de Bielorrusia a vigilar que los votos de la elección de ayer sean contados y publicados con exactitud”, en un mensaje publicado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Tijanóvskaya, por su parte, ha pedido a Lukashenko que ceda el poder, pues lo acusa de solo “mantenerse por la fuerza”.
“Es un poco el esquema de estas revoluciones que se han dado en varios países donde desde la calle se saca a un presidente, como la Primavera Árabe o de antiguos países soviéticos. Aunque parece un poco difícil que eso ocurra a estas alturas”, concluye Belaunde.
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